Ciudades de humo (Fuego #1)(25)
—Jake, te he dejado quedarte porque pensé que estarías callado.
—Perdón. Me callo. No existo. Soy decoración.
Max lo miró durante unos instantes antes de suspirar, agotado, y volverse otra vez hacia Alice.
—Rhett será tu entrenador.
Hizo una pausa, como si esperara una reacción. La joven se apresuró a asentir con la cabeza.
—Genial.
—No pensarás lo mismo ma?ana —murmuró Rhett.
—De todos modos —siguió Max—, Jake fue quien te trajo aquí y...
—Técnicamente, fui yo quien la trajo —replico? el otro—. Ya sabes, la cargue? todo el camino.
—Pero yo la encontré. —Jake frunció el ce?o.
—?Y yo la cargué todo el camino! ?Es que nadie me va a dar siquiera las gracias?
Max le dirigió una mirada bastante severa, pero el hombre no pareció muy asustado. Solo sonrió, divertido, y levantó las manos en se?al de rendición.
—Quiero silencio —aclaró Max—. Si no podéis estar callados, os agradecería que...
—Jake, cierra el pico —murmuró Rhett—. Por tu culpa quieren echarnos.
—?Oye! ?Has sido tú quien...!
—?Callaos los dos!
Max se frotó la cara con las manos, frustrado.
—Mi pierna no estará bien ma?ana —comentó Alice, rompiendo el silencio que se formó en ese momento—. Tina ha dicho que me desgarre? el...
—?Y no te ha contado que hace magia con las heridas? —le pregunto? Rhett.
—Ma?ana solo tendrás algunas cicatrices —a?adió Jake.
—Llegas a acostumbrarte a ellas —aseguró el hombre—. Haz caso al experto.
—?Quieres que te eche, Rhett? —le espeto? Max.
—No, por favor, eminencia, permítame quedarme.
—Te pondremos con los novatos para ver de lo que eres capaz —soltó Max, pagando su enfado con Alice e ignorando a los demás—. Si eres útil, ya veremos qué hacemos contigo. Si no lo eres, te asignaremos alguna tarea menor. Jake se encargara? de ense?arte dónde vas a dormir.
Alice se quedo? mirándolo un segundo, confusa. ?Se suponía que tenía que entender todo lo que acababa de decir?
—Y esto. —Ella se encogió cuando Max sacó algo de debajo del escritorio. Ah, su revólver—. ?Me puedes explicar por qué lo llevabas encima?
—Mi padre me lo dio —dijo en voz baja.
—?Y no se te ocurrió usarlo para defenderte?
—No... No sé cómo se usa.
Silencio. Max suspiró, metiéndolo en el cajón de su escritorio.
—Rhett te ense?ará. Si se te da bien, te lo devolveré. Eso es todo.
Alice seguía perdida. Cuando el guardián supremo se dio cuenta de que no se movía, levantó la cabeza y clavó la mirada en ella.
—?Por qué sigues aquí?
La chica se puso de pie, confundida. Le había dicho que se fuera?
Por suerte, Jake estaba allí para guiarla hacia la puerta. Lo siguió rápidamente. Rhett se aparto?, mirándola con una sonrisa burlona. ?Ese iba a ser su profesor? Ni siquiera tenía aspecto de docente. No era serio ni parecía responsable, ?qué iba a ense?arle?
Unos segundos más tarde, Jake y ella salieron del edificio y él le dirigió una sonrisa de compasión.
—No es tan malo como parece.
—?Cuál de ellos?
él se rio.
—Los dos. Especialmente Rhett. Es agradable con nosotros cuando está de buen humor, ya verás. Max..., bueeeno, no es que sea muy simpático nunca, pero tampoco es malo.
Despacio, pues la pierna de Alice la retrasaba, volvieron a recorrer todo el camino. Estaba empezando a anochecer. La chica se detuvo de golpe y Jake la miro?, extra?ado.
—?Qué haces?
—?Debemos ir a nuestra habitación!
—?Eh?
—?El toque de queda! —exclamó, esperando escuchar la alarma que lo indicaba; él la miro? como si le hubiera salido otra cabeza.
—?Qué toque de queda? ?Si todavía no hemos cenado!
—?No hay toque de queda?
—Pues no. A ver, los alumnos no pueden salir de noche, pero no hay una hora específica en la que tengamos que encerrarnos en el edificio.
?Dónde se había metido? ?Por que? eran todos tan extra?os? Alice miró al chico, sorprendida. Jake siguió caminando y ella se vio obligada a seguirlo. Esta vez, al llegar al edificio de los alumnos, pudo ver su interior.
Lo primero que notó fue que era bastante más grande de lo que parecía desde fuera. Y que olía a humedad. Hizo una mueca de desagrado y siguió a Jake, que subió las dos primeras plantas sin siquiera detenerse a esperarla. Alice escuchó el ruido de risas y voces que provenían de las habitaciones. Eran muy ruidosos. No estaba segura de poder desacostumbrarse al silencio nocturno de su zona.
Finalmente, Jake se detuvo en el último piso y abrió la única puerta que había. Inexplicablemente, Alice sentía que su pierna ya no dolía tanto, pero con el esfuerzo de la escalera le molestaba un poco. Quería sentarse. Menos mal que ya habían llegado.