Ciudades de humo (Fuego #1)(20)



—?Vivía con los androides? —preguntó el rapado a Jake, desconfiado—. Entonces, ?es un androide?

—No —intervino Tina, haciendo que Alice se tranquilizara un poco—. La he atendido en el hospital. Si lo fuera, lo sabría.

Alice seguía sin entender por qué se arriesgaba tanto para protegerla, pero no iba a protestar.

—En realidad —siguió Jake—, allí no vivían solo androides, sino también humanos.

—?Para qué necesitan humanos? —preguntó el de la barba.

Jake la miró. ?Era su turno? Ah, hora de mentir. Pero ella no sabía. O, mejor dicho, nunca había tenido que hacerlo tan repentinamente.

Por favor, que saliera bien.

—Nos retenían, se?or —se escuchó decir.

—?Se?or? —Rhett esbozó una sonrisita divertida—. No es ningún se?or.

—Y ?qué se hacía con los humanos? —preguntó la chica de pelo corto, ignorándolo—. ?Se los utilizaba para algún trabajo concreto?

—No exactamente —intervino Jake—. Les hacían creer que los demás humanos los repudiarían por haber vivido con androides. Así conseguían retenerlos.

Se oyeron nuevos murmullos, mucho más altos. Alice se preguntó de dónde sacaba Jake todo eso, pero mantuvo su cara impasible. Tenía que fingir que lo que decía era cierto, ?no?

—?Y por qué tú escapaste y los demás no? —Rhett había quitado las botas de la mesa y la miraba con interés—. ?Qué te hizo pensar que tenías alguna posibilidad de sobrevivir sola?

—No... No tuve otra opción —admitió ella.

—?A qué te refieres? —preguntó el rapado.

—Yo... —Alice tragó saliva con fuerza. Estaba muy nerviosa—. Vi lo que hacían con la gente que no seguía las normas. Me asusté y quise irme. Sin importarme lo que pasara.

Vale, eso no era del todo mentira. Empezó a relajarse y a ganar confianza. Podía hacerlo. Sería capaz de decir medias verdades y convencerlos.

—?Qué hacían con la gente que no seguía las normas? —La chica del pelo corto frunció el ce?o.

—Un chico... —?Por qué le resultaba tan difícil hablar de ello?—. Un chico levantó la voz una ma?ana. Quería marcharse de la ciudad. Así que le cortaron la mano. Y hubo otro..., otro que siempre se portaba bien, hasta que un día empezó a cuestionar lo que pasaba allí y nadie volvió a verlo.

—Putos dictadores —murmuró la chica asqueada.

—Eso no explica cómo terminaste en el bosque —replicó el hombre de la barba—. ?Escapaste sin más? Dudo que te dejaran salir.

—No, no fue así. Mi padre... —Ay, no, se le había quebrado un poco la voz—. Mi padre me dijo que tenía que irme de la zona antes de que fuera demasiado tarde. Me estuve preparando con él durante semanas, hasta que un día decidimos marcharnos juntos.

Una peque?a mentira. Era extra?o decirla con tanta naturalidad. Y más extra?a era la sensación de vacío que sentía cada vez que pensaba en el padre John.

—Fueron los de la ropa gris ceniza, ?no?

Alice se quedó mirando al hombre de la barba. él suspiró.

—Ciudad Capital. Había oído rumores de que tenían pensado hacer algo así, pero nunca creí que llegarían a atreverse —admitió, echando una ojeada a sus compa?eros de mesa, que parecían sorprendidos, antes de volverse hacia Alice de nuevo—. Nosotros no llevamos monos grises ni matamos a personas inocentes, así que no tengas miedo y cuenta la verdad.

Alice, por algún motivo, supo que estaba hablando en serio. Saber que ellos no formaban parte del grupo que los había atacado era un verdadero alivio. Casi se permitió sonreír hasta que escuchó la pregunta de Rhett.

—?Qué fue de tu padre?

Alice agachó la cabeza. Si no había llorado nunca, no empezaría delante de todo el mundo. Aunque sintiera las lágrimas agolparse en sus ojos.

—Lo atraparon —murmuró—. No pude hacer nada para salvarlo.

Se produjo un silencio algo incómodo en la sala. Supo enseguida que a los humanos no les gustaba hablar de la muerte.

Miró de reojo a Jake, que asintió un poco con la cabeza. Quizá creyera que se estaba inventando esa parte.

Ojalá fuera una invención.

—?Y no intentaste avisar a nadie más, aparte de a tu padre? —preguntó el de la barba.

—Intenté avisar a una compa?era.

La expresión de Jake cambió a una más tensa. Ay, quizá no debía hablar tanto.

De nuevo, esa sensación de tristeza y vacío al pensar en la pobre 42.

—Y ?dónde está esa compa?era tuya? —preguntó el hombre rapado.

—Vi cómo la mataban antes de salir de la ciudad.

Estaba cambiando los papeles de 42 y el padre John inconscientemente. No tuvo muy claro por qué.

Se hizo un silencio absoluto en el jurado.

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