Ciudades de humo (Fuego #1)(18)
?Ciudad Central? ?Y eso qué era? ?Una zona humana?
Debió de verle la cara de confusión, porque la mujer enseguida a?adió la combinación perfecta de palabras para que Alice sintiera que toda su confianza se evaporaba:
—Estás en las ciudades rebeldes, querida.
?Rebeldes?
?Había dicho ?rebeldes??
Ay, no. Los que estaban en contra de ella. De los androides. De su zona. Un escalofrío de alerta le recorrió la espina dorsal.
Esperaba que su reacción hubiera sido casual, pero lo dudaba. La mujer seguía sonriendo, pero el chico ya no la miraba con desconfianza, sino con detenimiento. ?Lo sabía? No, no podía saberlo, ?verdad? Era imposible. Recordaba que el chico que la encontró le había puesto algo en el abdomen. Había cubierto el número. ?No podían saberlo!
Le sostuvo la mirada, aterrada, y sintió que se hacía peque?ita en su lugar cuando el joven dio un paso hacia ella y abrió la boca para decir algo, pero la mujer lo interrumpió.
—Me llamo Tina, por cierto —se presentó, alegremente—. Bueno, Cristina, pero puedes llamarme Tina. Todo el mundo lo hace.
Ella estuvo a punto de presentarse con su número, pero se dio cuenta de que habría sido un error tan estúpido como mortal, así que lo pensó mejor.
—Alice —dijo, finalmente, en voz baja.
—Bonito nombre. ?Verdad, Rhett?
él, que había estado ocupado mirando fijamente a la chica con cara seria, se volvió hacia Tina y enarcó lentamente una ceja, con lo que dejó clara su opinión sobre el tema.
—Vale, pues no respondas —replicó ella, negando con la cabeza—. ?Puedes ir a avisar a Max de que se ha despertado, al menos? Los demás guardianes querrán empezar el juicio cuanto antes.
Rhett miró a Alice de nuevo, sosteniéndole la mirada un momento más; parecía desconfiar de ella. Después, se marchó sin decir absolutamente nada.
—Y ahora, vamos a levantarte —dijo Tina junto a ella, ofreciéndole una mano—. Despacio, ?vale? Debemos tener cuidado con tu pierna. El consejo de la ciudad querrá verte. Debes prepararte.
Alice tomó su mano y, con sumo esfuerzo, logró sentarse en la camilla.
—?Estás bien? —preguntó la mujer.
Ella asintió, y Tina desapareció un momento para volver a los pocos minutos con unas cuantas prendas de ropa: unos pantalones cortos —que agradeció, debido a la rodilla—, una camiseta sin mangas, una camisa de manga corta de color verde claro y unas botas marrones. Nada parecía nuevo. Era muy distinto a su atuendo habitual. Aun así, no se quejó. La mujer la ayudó a quitarse la bata. Alice se quedó helada cuando vio su número de androide.
Sin embargo, Tina lo ignoró completamente y le gui?ó un ojo.
—Lo sé —dijo en voz baja—. No se lo diré a nadie, no te preocupes. Pero vas a tener que confiar en mí.
Alice no entendía nada, pero optó por guardar silencio. ?No se suponía que los rebeldes eran unos salvajes? ?Qué los odiaban? Por lo que estaba viendo, no había mucha diferencia entre ellos y los humanos a los que los padres consideraban aceptables. De hecho, Tina había sido más simpática con ella en ese poco rato que la mayoría de los padres y científicos en toda su vida.
Se dejó vestir y, un buen rato más tarde, no sin dificultad por su parte, pues cojeaba visiblemente, por fin salieron del edificio. Había un rótulo que rezaba HOSPITAL justo encima de la puerta.
Lo primero en lo que se fijó Alice fue en que el exterior estaba repleto de gente. Especialmente jóvenes que la miraban con expresión curiosa, sin miedo a ser castigados por no andar con la mirada fija en el suelo. Le extra?ó.
Las calles eran amplias, con edificios peque?os a ambos lados. Todos tenían rótulos encima para indicar su función. Al fondo, bajando por la cuesta principal de la ciudad, las casitas particulares salpicaban el entorno con un poco de color. Se asemejaba mucho a los lugares humanos que mostraban las imágenes de los libros de su zona; jamás habría pensado que los vería con sus propios ojos.
Tina se detuvo delante del edificio más grande de la ciudad. El ayuntamiento. Era de madera, con el techo inclinado y grandes ventanales. Tina le se?aló algo. O más bien a alguien.
A un metro de distancia, un chico muy joven jugueteaba de forma un poco nerviosa con sus dedos. Alice solo necesitó verle el pelo rizado para reconocerlo. Era el que la había ayudado en el bosque.
—Nos vemos dentro, querida. —Tina le dio un ligero apretón en el hombro sano—. Buena suerte.
Y, dicho eso, la dejó sola con el chaval.
Alice se quedó allí de pie, confusa. El adolescente se colocó a su lado y ambos esperaron a que la gente entrara. No se hablaron. Los dos estaban muy nerviosos.
Finalmente, cuando la última persona entró, él respiró hondo.
—Sígueme el rollo —le dijo a Alice antes de abrir la puerta.
?Que le siguiera el qué?
Lo primero que vio al entrar fue una enorme sala repleta de gente. De humanos, en concreto. Nunca había visto a tantos juntos. Se asustó.