Ciudades de humo (Fuego #1)(22)
Pero Alice no podía pensar en eso, estaba a solo un voto de la salvación y sintió que cada mirada de la sala se clavaba en el chico del final de la mesa. Rhett.
él hizo girar un poco su silla para mirarla de reojo. Casi parecía aburrido, como si fuera un mero espectador que había ido a disfrutar del espectáculo. Pero no fue lo que hizo que Alice deseara poder apartar la vista. Era la cicatriz.
No podía dejar de contemplarla, fascinada, y ahora también la veía con más claridad. Era más larga de lo que había pensado. Cruzaba su cara desde un extremo de la frente hasta la mitad de la mejilla, sorteando el ojo, aunque dejando marca en la ceja.
Quizá Rhett debería haberle parecido más intimidante por ello, pero la verdad es que no. De hecho, le resultaba fascinante. A ella también le gustaría tener alguna cicatriz así para presumir.
No se dio cuenta de que Rhett había estado mirándola con aire pensativo durante un buen rato hasta que Max carraspeó con impaciencia. El joven sonrió con aire burlón y se encogió de hombros.
—Yo, Rhett, digo que cuantos más seamos, mejor.
—?Eso es un sí? —preguntó secamente Deane.
—No es un no —sonrió él.
Max se puso de pie y toda la sala lo hizo a su vez. Alice fue la última y, además, lo hizo de manera bastante torpe por culpa de la rodilla y de los nervios. Cuando levantó la mirada, vio que Max la estaba observando.
—En nombre de la mayoría de los guardianes, te acepto en Ciudad Central durante un periodo de prueba de tres meses. Si en ese tiempo incumples las normas o no demuestras que estás dispuesta a desempe?ar la función que se te asigne en la ciudad, no nos quedará más remedio que echarte. Si consigues adaptarte, pasarás a ser un miembro más de la comunidad. Doy el juicio por finalizado.
En el instante en que hubo terminado de hablar, la gente empezó a marcharse. ?Ya estaba? ?Se iban? ?Había ganado? ?No había minuto de silencio antes de irse? Claro, ellos no tenían padres a los que agradecer nada, pero aun así...
Alice vio que Tina hablaba con Rhett y dudó. Quizá debería darle las gracias a la mujer. Aunque, al final, decidió volverse hacia Jake.
él estaba sonriendo, entusiasmado, cuando le dijo:
—Bienvenida a Ciudad Central.
5
La chica que
tuvo que esconderse
—Espero que no te hayas asustado mucho en el juicio.
Estaban ya fuera de la enorme sala de actos. Alice sintió el sol en la cara y tuvo que entrecerrar los ojos para mirar a Jake. él la había seguido. Seguía pareciendo entusiasmado.
Sin embargo, gran parte de su entusiasmo desapareció cuando vio la expresión confusa de la chica.
—No se? si te acuerdas de mi?, pero ?no pasa nada! Yo tampoco me acord...
—Claro que me acuerdo —lo interrumpió—. Tú me encontraste y me salvaste. Nunca podría olvidarlo.
—?Si?! —él pareció sinceramente entusiasmado otra vez—. Es un placer conocerte de forma más... formal.
Alice lo miro? mejor. Su sonrisa parecía sincera. Iba vestido con ropa vieja y ancha, igual que ella. Su pelo era un nido de rizos casta?os algo alborotados que, sin duda, habría hecho que cualquiera de su zona contuviera la respiración de manera dramática. Jake tenía los ojos marrones y la mirada algo insegura, pero alegre. Y lo que le daba el toque perfecto eran las peque?as pecas que cubrían su nariz y sus mejillas. Sintió como si lo conociera de toda la vida.
—Eeeh..., me han asignado ense?arte la ciudad. —él miro? la pierna de su compa?era, dubitativo—. Pero quizá sea mejor esperar un poco.
—Estoy bien.
Quería verlo todo. Se sentía mucho más segura después de haber superado aquella prueba inicial. ?Y seguía viva en una ciudad rebelde! Sin duda su padre estaría orgulloso de ella.
—Ah, genial. —Jake sonrió ampliamente—. Sígueme, entonces. Empezaremos por lo peor, así terminaremos con lo mejor —rio.
Alice cojeo? detrás de él, que caminaba por la ciudad confiado, como si le perteneciera. Sintió que todas y cada una de las personas con quienes se cruzaban la miraban con desconfianza y se pregunto? si había sido buena idea aceptar quedarse. Claro que, pensándolo bien, tampoco es que tuviera otras opciones.
—Cuando te encontré, pensé que estabas muerta —le comentó Jake—. Me asuste? que no veas, je, je, pero vi que respirabas y me tranquilice?.
—?Por que? me ayudaste? —pregunto? Alice.
—No lo se?. —él se encogió de hombros—. Sentí que... No lo se?. Era mi deber, ?no? Mira, ?ves eso?
Se?aló una casa que había a su derecha. Era un peque?o edificio viejo de tres pisos cuya fachada no había sido pintada en muchísimo tiempo. Alice vio que, tras las ventanas, había mucha gente moviéndose.
—Es la residencia de los alumnos, donde vivimos la mayoría de los jóvenes de la ciudad mientras vamos a clases y se decide en qué podemos ser útiles a la comunidad. Seguramente te pondrán en el grupo de los avanzados. Yo estoy en el de principiantes. —Se aclaro? la garganta, avergonzado—. No es que sea malo, ?eh?, es solo que..., bueno, da igual. Dormimos todos en el mismo edificio, pero no solemos mezclarnos entre grupos. Los principiantes estamos en el tercer piso, que es el peor porque es el más peque?o y caluroso; los intermedios en el segundo y los avanzados en el primero. No se? por que? no nos mezclamos, la verdad... Somos gente guay, ?sabes?