La noche del jaguar (Psy-Changeling #2)(9)



Aunque vivía casi en completo aislamiento, sabía todo cuanto necesitaba saber para aquel viaje. No había forma de impedir que por las autopistas de la PsiNet fluyera la información que circulaba por el mundo real. Los rumores tenían la mala costumbre de traspasar incluso las defensas más impenetrables, y de esa forma se había enterado de la noticia de que una psi se había desconectado de la red.

Sascha Duncan.

El Consejo había difundido que Sascha era una cardinal intrínsecamente defectuosa, demasiado débil para mantener el enlace con la red, un enlace que proporcionaba retroalimentación sin la que no podía vivir ningún psi. Y, sin embargo, Sascha había sobrevivido.

A Faith no se le ocurría nadie, aparte de la psi renegada, que no tuviera nada que ganar mintiéndole y nada que perder diciéndole la pura verdad. El resto estaba conectado a la PsiNet. Por tanto todos los demás podían traicionarla, bien de forma premeditada o sin intención alguna. Sascha era la única. Era algo lógico.

Prefería no recordar el sue?o que había tenido pocas semanas antes, en el cual había visto el rostro de un leopardo mirándola fijamente con un hambre feroz, prefería no intentar comprender lo que su habilidad trataba de decirle. Porque, a veces, conocer el futuro era una maldición.

Abandonar el recinto iba a ser difícil, pero no imposible. Los guardias del clan psi estaban interesados en mantener a los intrusos alejados. A ninguno se le ocurriría pensar que Faith intentara escapar. Respiró hondo, se colgó la peque?a mochila y luego, con mucha calma, abrió la puerta trasera y se adentró en la noche.

Sabía bien adónde se dirigía. Había una sección muy peque?a de la valla exterior que se encontraba en un punto ciego de los sensores de movimiento, y estaba fuera del alcance de las cámaras. Lo más seguro era que la seguridad del clan NightStar ni siquiera lo hubiera considerado un punto débil. Ningún criminal sería capaz de averiguar la localización exacta, y los guardias garantizaban que esa parte estuviera bajo constante vigilancia, sobre todo porque muchos de ellos también tenían el don de peinar la zona utilizando la telepatía.

Hacía a?os que Faith había descubierto cómo burlar los escáneres; el tedio y el aislamiento resultaban ser un suelo fértil para la inventiva. Más importante aún, estaba segura de que podría saltar la valla en el breve espacio de tiempo que transcurría desde que un guardia doblaba la esquina hasta que el segundo aparecía por la otra. Lo sabía porque dos meses antes había comenzado a salir por la noche y a hacer justamente eso, saltar la valla para regresar después dentro del recinto sin alertar a nadie.

Había pensado que lo hacía porque necesitaba un reto. Naturalmente, con un psi-c de sus dotes, nada era nunca tan simple. Esa noche tardó diez minutos en cubrir la distancia desde la puerta trasera hasta la parte de la valla exterior a la que se dirigía; la verja interior nunca le había supuesto el menor problema. Sus ojos divisaron la silueta de un guardia dando la vuelta a la esquina a su derecha. Un segundo vigilante aparecería al cabo de diez segundos con la usual precisión de los psi. Comenzó a escalar en silencio y con extremada cautela.

Vaughn estaba agazapado en una amplia rama suspendida sobre el recinto que continuaba fascinándole. Su intención había sido la de infiltrarse esa noche y descubrir qué se ocultaba detrás de la seguridad informatizada y de la guardia psi que lo vigilaba. Pero eso ya no era necesario; su presa iba hacia él.

Tenía el cabello rojo como una llama a pesar de la oscuridad, y una parte de él deseó gru?ir a la mujer por ser tan estúpida como para no taparse o recogerse la melena que le llegaba a la cintura; pero otra parte estaba impresionada por la manera rápida y casi felina con que escaló la valla. No vaciló, no miró a su alrededor. Daba la impresión de que lo hubiera hecho cientos de veces.

Una vez aterrizó en el suelo del bosque, se fue derecha hacia los árboles que rodeaban el lugar hasta que quedó oculta a la vista del guardia que en ese momento doblaba la esquina. Vaughn se movió sigilosamente entre las copas de los árboles y se detuvo casi encima de ella cuando la joven se paró para sacar algo de su mochila.

La peque?a luz de su reloj no tardó en iluminar lo que parecía ser un plano impreso del área circundante; un mapa rudimentario que no mostraba rutas de los cambiantes ni marcas territoriales. Pasado un minuto, lo dobló y lo guardó de nuevo en la mochila. Luego comenzó a caminar. De haberse encontrado en forma humana, Vaughn habría fruncido el ce?o. Su presa se estaba internando en territorio de los DarkRiver en lugar de dirigirse hacia Tahoe.

No llegaría demasiado lejos a pie, pero había algo en ella que hacía que se le erizara el vello de la nuca. Como centinela, estaba acostumbrado a confiar en sus instintos, y esta vez le decían que aquella mujer tenía que ser vigilada. Con atención. Con mucha, pero mucha atención.

Faith tenía la sensación de que alguien la acechaba. Una reacción irracional; estaba sola en el bosque. Pero si todo iba bien, no lo estaría por mucho tiempo. Desconocía la ubicación de la casa de Sascha Duncan; no obstante, había llegado a la conclusión de que si se adentraba lo suficiente en el territorio de los leopardos, uno de ellos la encontraría y la llevaría al lugar donde tenía que ir. Un plan poco sólido, pero en base a sus investigaciones acerca de la naturaleza territorial de los cambiantes depredadores, cabía la posibilidad de que diera resultado. Dirigirse a la oficina central de los DarkRiver en San Francisco habría sido mucho más fácil, pero no podía correr el riesgo de delatarse.

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