La noche del jaguar (Psy-Changeling #2)(113)



—Déjame ayudarte —susurró.

—Te avisaré si te necesito.

En su rostro vio que ella lo entendía. El vínculo de pareja no era algo de naturaleza psi, por tanto, los demás no serían capaces de interceptarlo.

—Ten cuidado y regresa a mi lado.

Tenía toda la intención de hacerlo, pero antes debía deshacerse de cierta chusma. No tardó apenas nada en bajar del árbol. Aterrizó en el suelo sin hacer ruido y se dispuso a determinar y catalogar lo que sus sentidos le decían. Sin duda había más de un psi ahí fuera.

Que se hubieran adentrado tanto en territorio de los DarkRiver sin alertar a nadie le indicó que eran buenos. Muy buenos. Vaughn no tenía la menor intención de subestimar sus habilidades. También sabía que tenía que llegar a ellos antes de que se dieran cuenta de que les estaba dando caza. De lo contrario, le destrozarían la mente con una explosión de energía pura.

Despojándose de los vaqueros, los enganchó en un árbol a cierta altura y se metamorfoseó en jaguar. Tal vez los psi fueran buenos, pero estaban en el territorio de Vaughn, y en ese territorio sus patas eran sigilosas, sus sentidos más agudos, su ferocidad no tenía medida. Aquellos psi habían roto la primera regla al aventurarse en una zona prohibida para todos salvo para felinos y lobos. Habían roto la segunda al tender una emboscada a su compa?era.

Lo primero fue un error. Lo segundo, algo imperdonable.

Vaughn anduvo cierta distancia antes de trepar a los árboles. Su sentido del olfato no era tan bueno como el de la vista, pero sí mucho mejor que el de un humano corriente, suficiente para indicarle que había un psi a unos metros a la izquierda de su posición. Caminó sobre una rama hasta que estuvo justo encima del hombre. Vestido de negro, con el rostro cubierto por pintura de camuflaje, el psi estaba tumbado en el suelo, con un ojo puesto en la mira de lo que parecía ser un Series III Ramrod.

Un rifle ilegal hecho para cazar grandes felinos.

Vaughn no le dio el menor aviso al psi. No podía permitir que enviara una se?al telepática a los miembros de su equipo, aunque el pinganillo que llevaba al oído seguramente significaba que no estaban manteniendo comunicación mental. ?No querían alertar a Faith.? En ese caso, era probable que tampoco rastrearan el área telepáticamente y que tan solo se apoyasen en sus sentidos físicos. Error número tres: jamás entrar en territorio de un depredador pensando en vencerle en su propio juego.

Cayendo violentamente sobre la espalda del hombre, Vaughn le aplastó el cráneo entre sus poderosas fauces antes de que el psi se percatara siquiera de que había sido marcado como presa. Le había quebrado la espalda al aspirante a asesino y, con toda probabilidad, le había matado con el salto, pero nadie podía levantarse después de que le hubieran triturado el cerebro.

Uno menos.

El vínculo de pareja le transmitió una intensa punzada de dolor. Vaughn se quedó petrificado. Faith había experimentado lo que había hecho y la había perturbado. Esperó a ver qué hacía, y se sorprendió al ver que el dolor era por él… porque hubiera tenido que hacerlo por ella. El jaguar no tenía tiempo para esas tonterías. Por supuesto que lo hacía por ella: era su compa?era.

Se encaramó de nuevo a los árboles sabiendo que Faith estaba con él. Eso era bueno. Ella debía ver el otro aspecto de su naturaleza, saber que no era humano, que no era civilizado. Entonces silenció esa parte racional y se convirtió de nuevo en el depredador. Encontró al segundo psi al oeste de donde estaba el primero. Este tenía una peque?a pistola en la mano. No era una pistola para matar, sino para someter. Era para Faith.

Este psi era más desconfiado, escrutaba el área circundante con la vista entrenada de un explorador, alzando los ojos hacia los árboles en cada pasada. Sabía que le estaba siguiendo. Pero los jaguares eran pacientes; Vaughn se limitó a esperar hasta que el hombre se puso a peinar otra sección, luego le despachó con la misma técnica y eficiencia que había empleado con el primero.

Dos menos.

El tercero estaba situado al noroeste del segundo. Comprendió la táctica de aquel grupo de inmediato. Un semicírculo con su vehículo como base. Probablemente seis mercenarios psi armados. Ahora dos estaban muertos y las posiciones de los otros cuatro eran obvias. Error número cuatro. él jamás habría situado a sus hombres siguiendo un patrón tan predecible. Pero, naturalmente, los psi creían a los cambiantes unos animales demasiado estúpidos como para razonar.

Error número cinco.

El asesino número tres murió en un minuto. Seguido por el cuarto. El quinto vio a Vaughn acercarse y abrió fuego, pero fue cuanto pudo hacer. Sin embargo, había puesto sobre aviso al número seis. En lugar de lanzar un ataque psíquico, el último psi salió corriendo a través del bosque siguiendo una trayectoria evasiva que habría despistado a la mayoría de los humanos. Por desgracia para él, Vaughn no era humano. Podría haber dejado que el psi creyera que estaba escapando, podría haberle torturado jugando con él, pero él no era así.

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