La noche del cazador (Psy-Changeling #1)(42)
—?Enrique es aliado tuyo?
—En cierto modo. Tiene sus propios planes, pero él me guarda las espaldas a mí y yo se las guardo a él.
—De modo que no podemos granjearnos su antipatía.
—Eso complicaría las cosas.
Sascha leyó entre líneas. Si Enrique no conseguía lo que deseaba, Nikita podría perder la vida.
—Conseguiré información para él. Pero dile que si presiono podríamos no obtener nada.
—Pareces muy segura.
—Lo primero que puedes contarle es que, contrario a la creencia popular de los psi, los cambiantes no son estúpidos. —Nadie que hubiera conocido la inteligencia que centelleaba en los duros ojos de Lucas podría creer que era tonto—. No van a abrirse a una psi que, a todas luces, pretende recabar información. Obtendremos más si actúo con sutileza. Tenemos meses por delante.
Pero ella no disponía de ese tiempo. Ese preciso día había demostrado sin lugar a dudas que se estaba desmoronando, rompiéndose en mil pedazos. Ya no comprendía sus propias acciones. En aquel momento, estaba allí, mintiéndole a su madre, guardándose para sí todo lo que había averiguado. ?Por qué?
—Se lo diré. Buenas noches, Sascha.
—Buenas noches, madre.
Sascha no podía dormir. Había probado todo cuanto se le ocurría para conciliar el sue?o y había fracasado. Después de los sue?os sensuales de los últimos días, era duro volver a la realidad. Desde que había conocido a Lucas, los síntomas físicos de su acelerada desintegración mental se habían estabilizado. Se había acostumbrado a dormir bien, libre de terrores nocturnos o espasmos musculares.
Finalmente se rindió y comenzó a pasearse por los confines de su cuarto, de una pared a la otra, de un lado a otro, de izquierda a derecha. Y vuelta a empezar.
?Un asesino en serie… mujeres cambiantes… hedor metálico… el Consejo… psicópata…?
Durante las horas transcurridas desde su conversación con Nikita, había utilizado cualquier medio electrónico a su alcance para navegar en secreto por el Internet de cambiantes y humanos. Los asesinatos habían sido noticia, aunque en vez de ocupar la portada de los periódicos y revistas más importantes, sólo se les había dado una cobertura decente en páginas marginales que nadie se tomaba realmente en serio. Eso no cambiaba el hecho de que las muertes habían sucedido y se había informado sobre ellas.
Antes de desaparecer misteriosamente.
?El asesino es un psi y tu Consejo lo sabe.?
Las palabras airadas de Dorian resonaban en su cabeza.
—No —susurró en voz alta.
Tenía que estar equivocado, tenía que basarse en las emociones y no en la lógica.
Los psi no sentían ira, celos ni furia asesina. Los psi no sentían, y punto.
Salvo que ella misma era la prueba viviente de que eso no era cierto.
—No —repitió.
Sí, claro que ella sentía, pero ?un asesino en serie? Nadie podría haber ocultado un defecto de tal gravedad con el protocolo del Silencio. Nadie poseía tanto poder.
?Son el Consejo. Están por encima de la ley.?
Sus propias palabras regresaron para atormentarla. ?Era posible que…?
—No.
Clavó la mirada en la pared vacía que tenía delante, reacia a creer sin más que su madre era culpable de ayudar y amparar a un asesino.
Tal vez Nikita no sintiera las emociones propias de la maternidad, pero Sascha poseía las de un ni?o. Su madre era la única presencia constante en su vida. No había conocido a su padre, su abuela había sido distante y no tenía primos ni hermanos.
Aunque tampoco habría supuesto ninguna diferencia que los hubiera tenido, pues habrían sido tan fríos como la mujer que le había dado la vida.
Tenía que recabar más información.
Una vez tomada la decisión, se dispuso a realizar una llamada, pero colgó antes de teclear el código completo. El exagerado interés que Enrique demostraba tener en ella despertaba su desconfianza, y no estaba segura de que no la estuvieran vigilando.
Tomó la chaqueta negra de piel sintética para ponérsela junto con los vaqueros y la camisa negra que vestía, y se encaminó hacia su coche.
Solo cuando estaba a punto de llegar a las oficinas de los DarkRiver pudo pensar.
Eran las dos de la madrugada y no había nadie allí.
Desde luego no el hombre con el que quería hablar. Cuando detuvo el coche en el aparcamiento desierto, sus manos se aferraron al volante y apoyó la cabeza contra el asiento. Había ido a aquel lugar siguiendo su intuición, buscando a Lucas.
?Lucas.?
Sentada allí, contemplando la oscuridad, continuó dándole vueltas a la fría expresión que adquirieron los ojos de Lucas cuando le habló sobre el ?hedor metálico? que desprendían los psi. Estaba a punto de echarse a llorar. ?Por qué se había permitido disfrutar de esos sue?os? Era algo imposible, incluso en el caso de que la amenaza de la rehabilitación no pendiera sobre su cabeza. Y había sido un lujo que se había permitido de forma consciente.
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