Cuando no queden más estrellas que contar(109)
El taxi apenas tardó unos minutos en dejarme en la estación de Atocha. Habían comenzado a llegar los trenes de cercanías y el interior era un hervidero de gente que se dirigía a las salidas para ir a sus trabajos. Comprobé la hora. Aún faltaban cuarenta minutos para que saliera mi tren.
Me senté en un banco, junto al jardín, y esperé paciente mientras observaba a otros viajeros yendo de un lado a otro. Solos y acompa?ados. Despedidas y bienvenidas. Para siempre y hasta pronto. Porque todo depende, dentro de esa constante. Las personas entran y salen de nuestras vidas. Nosotros llegamos y salimos de las suyas. Y sea como sea, la vida sigue. No se detiene. No se rompe. Simplemente, marca otro ritmo. Va en otra dirección.
En la pantalla anunciaron la salida de mi tren.
Me dirigí al control de equipajes y me puse en la cola.
—Maya...
De repente, el corazón se me detuvo bajo las costillas, antes de reanudar sus latidos con un ritmo caótico, errático y doloroso. Me di la vuelta y encontré a Lucas a solo un par de metros de distancia, completamente empapado. El agua goteaba de su pelo, y su pecho subía y bajaba muy rápido en busca de aire. Abrió la boca un par de veces, pero solo podía resollar como si hubiera llegado hasta allí corriendo.
Entonces, alzó la mano con la nota que yo le había dejado, apretujada y mojada entre sus dedos.
—?En serio? ?Y ya está? —escupió sin que pareciera importarle que todo el mundo lo estuviera mirando.
—?Cómo has sabido que estaba aquí?
—Te has dejado el ordenador encendido y la web de Renfe abierta. —Soltó una risita que se asemejaba más a un sollozo—. ?Una nota, Maya? ?Una puta nota es lo único que merezco?
—No, pero es lo mejor.
—?Para quién? —replicó con los ojos brillantes. Bajó la mirada y luego la alzó de nuevo hacia mí—. Creía que íbamos a hablar.
—Tú lo has dicho, íbamos a hablar, ayer —lo dije con un hilo de voz.
él parpadeó y se revolvió el pelo con frustración. Se acercó unos pasos y vi tantas cosas en su rostro..., sobre todo miedo.
—?Esto es por lo de ayer? Te dije que lo sentía.
—Es por lo de ayer, y lo del otro día, y el otro también.
—Sé que he estado muy liado estas semanas, pero no será así para siempre. En cuanto mi padre...
Su teléfono comenzó a sonar. Inspiró hondo, sin apartar la mirada de mí.
—Esto no funciona, Lucas.
—No, si te rindes.
—No me rindo, solo acepto la verdad.
Su teléfono continuaba sonando. Lo sacó del bolsillo y rechazó la llamada sin mirar.
—?Qué verdad, Maya?
—Que tú sigues en el mismo punto en el que estabas hace dos a?os, antes de marcharte de aquí. Sigues siendo esa persona de la que me hablaste en Sorrento y que tan poco te gustaba.
Su expresión cambió. Bajó la mirada como si se encontrara frente a un espejo y su reflejo le hiciese sentir incómodo.
—No es cierto —masculló impaciente.
El timbre de su móvil me estaba poniendo de los nervios. Volvió a rechazar la llamada.
—Sabes que sí. Volviste a esa inercia en cuanto pisaste Madrid y solo tú puedes resolverlo, Lucas. Yo no puedo ayudarte con esto.
—Vale, pues lo haré. Lo resolveré, te lo prometo. Solo dame unos días más, hasta que mi hermana se familiarice con el negocio.
—No puedo.
—?Por qué no? ?Adónde vas?
Me encogí de hombros, como si ese detalle no fuese importante.
—A resolver mis propios problemas.
Parpadeó desconcertado, enfadado y mil cosas más.
—Maya, podemos solucionarlo. Quédate un poco más. Vamos... a alguna otra parte y hablamos... ?Joder! —estalló cuando su teléfono resonó de nuevo.
Descolgó con rabia y se lo llevó a la oreja.
—?Qué?... No es un buen momento... Porque no... Te llamaré cuando pueda...
Parpadeé para no echarme a llorar, pero dejé salir el enfado. La rabia. La indignación contenida. Y me rendí del todo con él.
Me reafirmé en que estaba haciendo lo mejor para los dos.
él debía encontrarse a sí mismo por su cuenta. Ojalá lo lograra.
Mientras, yo lo echaría de menos todo el tiempo, estaba segura. A?oraría al chico que conocí en Sorrento. El que me hizo desear una tarta de chocolate más que nada. El que bailó conmigo una canción de amor mientras me susurraba la letra al oído. El que después me besó bajo una tormenta y me ense?ó que el sexo era otra cosa. Con el que aprendí a hacer el amor y a dejarme llevar. A contar estrellas y so?ar con dos puntitos en el universo.
Me di la vuelta y me dirigí a la mujer que revisaba los billetes. Le mostré la fotocopia, escaneó el código y me pidió que continuara hasta el guardia de seguridad.
—?Maya!
Me volví. La mujer salió al encuentro de Lucas y lo frenó cuando trató de llegar hasta mí.