Cuando no queden más estrellas que contar(108)



—?Dónde estás? —insistí.

—En casa de mis padres, en Alcobendas. Cuando hemos vuelto de la revisión, toda mi familia estaba aquí. Mis tíos, mis primos..., querían darle una sorpresa. Mi padre me ha pedido que me quede esta noche con todos ellos. Se le ve tan contento, tan bien, que no quiero disgustarlo. Aún sigue delicado.

—Vale —susurré.

—Lo siento, de verdad que lo siento. Estaré allí a primera hora, te lo prometo.

Una mano invisible me apretaba la garganta tan fuerte que no podía responder. A través del teléfono oí otras voces. Unas más graves, otras más infantiles. La de ella pidiéndole que tapara la piscina por el ni?o.

Todo el mundo tiene un punto débil, y el de Lucas era su familia.

—?Maya?

—Sí, ma?ana.

Colgué el teléfono y me lo quedé mirando.

Quería odiarlo, pero no fui capaz. Solo deseaba borrarlo todo de mi memoria y dejar de sentirme de ese modo. Aceptar que lo nuestro solo había sido algo efímero. Un pu?ado de momentos que en ese instante dolían, porque los habíamos vivido de forma distinta. Porque no nos habíamos querido igual.

Quizá cuando yo hacía el amor, él solo follaba.

Cuando yo pensaba en el ma?ana, él solo veía el ahora.

éramos Lucas, el fantasma de su familia y yo, y uno de los tres sobraba.

Recogí todas mis cosas sin apenas respirar. No podía. Cada vez que trataba de llenar mis pulmones de aire, un dolor agudo me aplastaba las costillas. Sabía que estaba sufriendo un ataque de pánico, y repetí en mi cabeza que pasaría. Siempre lo hacía.

Con más determinación de la que realmente sentía, entré en el segundo cuarto de la casa. Allí había un ordenador de mesa y una impresora. Lo encendí y tecleé Renfe en el buscador. Pinché en el primer enlace. Esta vez lo haría bien. Pensaría antes de actuar. Planearía las cosas con toda la frialdad de la que fuera capaz.

Seleccioné la estación de origen y la de destino. Comprobé los horarios y compré un billete para el primer tren de la ma?ana. Después llamé a Matías.

—Me marcho, sola.

—Maya...

—Te juro que no estoy huyendo, esta vez no.

—?Y adónde vas?

—Ya sabes adónde, tú me diste la idea. Voy a ser valiente, Matías. Voy a... —solté un suspiro entrecortado— nadar sola.

—Esa es mi ni?a.

Sonreí para mí y contemplé la pared.

—No sé si funcionará. No sé si saldrá bien. Solo sé que tengo que aprender a quererme a mí misma y que me baste con eso.

—Y lo harás, vas a quererte. Vas a enamorarte de cada trocito tuyo, porque eres maravillosa.

—Te quiero mucho.

—Yo sí que te quiero, tonta. Ten cuidado.

—Lo tendré.

—Y llámame todos los días.

—Casi todos.

—Mala.

—Nos vemos pronto.





61




Me desperté con el sonido de la lluvia golpeando los cristales. Durante unos minutos, no me moví y me limité a escuchar el suave repiqueteo mientras miraba el otro lado de la cama. Alargué el brazo y coloqué la mano sobre la almohada vacía.

Una leve claridad empezó a inundar el cuarto.

Debía ponerme en marcha si no quería perder el tren.

Puse las maletas junto a la puerta y di otra vuelta por la casa para asegurarme de que no olvidaba nada. Solo dejaba una cosa atrás, y no sabía cómo despedirme. No podía llamarlo. Me pediría que lo esperase, que me quedase, y yo flaquearía.

Y por ese mismo motivo, un mensaje tampoco era una opción.

Opté por la más cobarde, la que de alguna forma acallaba mi conciencia.

Busqué papel y algo con lo que escribir. A continuación, traté de convertir en trazos de tinta las emociones que me envolvían, repletas de aristas que cortaban y perforaban, abriendo agujeros por los que se me escapaban los sue?os, las ganas y la esperanza.

Lo siento mucho, Lucas, pero no puedo quedarme. Así no, no es justo para ninguno de los dos. Vamos en direcciones distintas y alargar esta situación nos está haciendo da?o. Me importas demasiado y creo que esto es lo mejor que puedo hacer por ti. Por mí. Por los dos.

Gracias por estos meses, en los que he sido más yo que nunca.

Gracias por acogerme y dejar que ocurra.

Cuídate mucho.

Releí la nota otra vez y la dejé sobre la cama.

Eché un último vistazo y atesoré los detalles de aquella casa. Los momentos.

Dejé mi juego de llaves en la mesa. Después abandoné el piso y cerré la puerta a mi espalda.

Cuando salí a la calle, el taxi ya me estaba esperando.

Apagué mi teléfono en cuanto estuve dentro.

Continuaba lloviendo y las calles al otro lado de la ventanilla eran un borrón difuso con luces destellando. Y yo solo notaba silencio dentro de mí.

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