Perfectos mentirosos (Perfectos mentirosos #1)(78)


Durante un segundo me pregunté si había so?ado lo de la noche anterior, pero las pruebas lo decían todo: seguía en ropa interior; y cuando bajé los tablones procurando no caerme de bruces al suelo, vi los restos del fuego.

Los zapatos de Adrik y una parte del resto de la ropa ni siquiera se había desintegrado, lo cual me causó cierta risa. Probablemente, el viento y el frío habían apagado las llamas más rápido de lo que pensamos. También quedaba un trocito de su corbata, quemado en los bordes, pero blanco satín en el centro. A lo mejor se me habían chamuscado todas las neuronas por el alcohol, pero lo cogí y decidí quedármelo.

Luego tomé bastante aire y reuní valor. Así, descalza y semidesnuda caminé de regreso a la casa de campo de los Cash.

Come on, girl!

Atravesé la puerta trasera y descubrí que los que quedaban de la fiesta habían decidido desayunar en el jardín. En una mesita muy de pícnic, estaban sentados Aegan, Aleixandre, su tapadera/cita Laila, Artie, Owen y su chica de la fiesta.

Me detuve un momento y los miré con mi más esplendorosa cara de palo. Ellos me observaron fijamente, entre sorprendidos y desconcertados. Aegan me repasó sorprendido. Incluso Aleixandre masticó lentamente, como si estuviera tratando de imaginar una historia que justificara mi aspecto.

Sí, debían de estar pensando que habían subestimado mi locura, que en realidad estaba mucho más loca, pero como a esas alturas me importaba tres hectáreas de excremento lo que ellos pensaran, me acerqué a la mesita. Los ojos llameantes de consternación de Aegan me siguieron hasta que cogí una tostada de la cesta que había en el centro.

—Buenos días —les dije a todos, asentí y seguí caminando hacia el interior de la casa.

Pensé que había salido bastante bien hasta que Aegan me alcanzó justo cuando llegaba a las escaleras. Me tomó del codo y me dio la vuelta con algo de brusquedad.

—?Qué te ha pasado? —soltó, ce?udo y aparentemente disgustado—. ?Dónde estuviste?

Sacudí con rabia el brazo para que me soltara. Lo miré con ira y desprecio. El recuerdo de lo que había sucedido amenazó con llenarme de una furia capaz de hacerme escupir una ópera de barbaridades.

—No vuelvas a tocarme nunca más en tu asquerosa vida —le advertí.

Sus oscuras cejas se hundieron todavía más. Por un instante, incluso pareció confundido por mis palabras, pero después eso desapareció. Sus ojos adoptaron un brillo que denotaba satisfacción, como si esa fuera la reacción que él esperaba.

—?Por qué no? —dijo.

No pretendía explicarle nada. Mi paciencia en ese momento estaba en menos cero (- 0).

—?Cómo averiguaste lo de mi madre? —le pregunté—. ?Es uno de tus caprichos investigar a todas tus novias?

Aegan alzó las cejas, falsamente sorprendido.

—?Por qué lo preguntas tan enfadada?

—?Respóndeme! —le grité.

Se encogió de hombros con una encantadora indiferencia.

—Si algo me sobra son contactos —alardeó—. Digamos que me gusta saber a qué me enfrento.

Di un paso adelante, alzándome para demostrarle que no me intimidaba.

—?Una madre enferma parece peligrosa para ti? —rebatí—. ?Temiste que se levantara de la cama y viniera a poner en duda tu superioridad?

Mira, esa era una de las cosas que más odié de Aegan siempre: su asombrosa capacidad para decir algo con ironía, descaro y falsa inocencia al mismo tiempo.

—Mi intención es demostrarte que estoy dispuesto a ayudarte en lo que sea —mintió, y usó la carta de ?mosquita muerta? en ese momento.

Le dediqué una sonrisa que por dentro era furia pura.

—Me conmueve tu bondad. Pero ?qué tal si me ayudas manteniéndola lejos de todo esto?

Aegan alzó otra vez las cejas y fingió asombro. Le quedaban bastante bien las expresiones teatrales.

—?Llamas ?esto? a nuestra increíble relación? —replicó con una falsa nota de sufrimiento—. Por Dios, Jude, debo admitir que me duele. No soy más que un novio preocupado.

—Novio —repetí en un resoplido absurdo y amargo. La palabra había sonado espantosa en su boca, como un castigo, una tortura, lo que únicamente le desearías a tu peor enemigo—. Mira, Aegan, lo de anoche fue la gota que colmó el vaso; ya no quiero...

—?Jude! —me interrumpió bruscamente la voz de Artie.

Tanto él como yo giramos las cabezas muy rápido. La vi bajar las escaleras a toda velocidad, ya vestida con su ropa. ??Cómo osaba interrumpir nuestra maravillosa discusión?

—Un momento, Artie —le pedí para poder terminar de dejarle a Aegan las cosas bien claras.

Ella negó con la cabeza.

—Puedes hablar con Aegan después de que te ba?es y te vistas —dijo, y me hizo un gesto con los ojos, pero estaba tan furiosa que no lo capté muy bien, así que me negué:

—No, es que tengo que...

—Lo que sea que le tengas que decir puede esperar —insistió, y al llegar a mi lado, me puso las manos sobre los hombros y me empujó con fuerza hacia las escaleras—. Porque tengo algo que mostrarte.

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