Perfectos mentirosos (Perfectos mentirosos #1)(75)
Tragué saliva como una tonta y él desapareció por detrás del árbol.
—Ven, Jude, no te quedes ahí —dijo desde algún lugar.
Mis piernas se movieron sin que yo les diera muchas órdenes. Rodeé el árbol y vi que Adrik había empezado a reunir un montón de ramas junto a algunas tablas viejas sobrantes de la construcción de la casita del árbol que nadie nunca se había preocupado de quitar.
Mientras él hacía eso, yo estuve mirándolo. Lo vi con unos ojos más adolescentes y vulnerables. Estaba muy guapo con el pelo despeinado y el torso torneado desnudo. Lo mejor era que si apartabas el hecho de que estaba bueno, notabas que era diferente.
Adrik no hablaba de manera pretenciosa, no alzaba la cara con suficiencia, no reía como si tuviera al mundo cogido por el cuello. Era sencillo, natural. Sí, algo chocante. Sí, algo odioso. Sí, muy sarcástico e indiferente; pero sospeché que debía de tener sus buenas razones para actuar con tanta frialdad ante el resto.
Incluso me pregunte qué era lo que tanto lo enojaba. ?En verdad era Aegan? ?En verdad era solo eso?
Parpadeé con fuerza y abandoné mis extra?os pensamientos cuando él echó un chorro de alcohol de la botella sobre las ramas, la madera y las hojas. Luego se metió la mano en el bolsillo del pantalón y sacó un encendedor. Encendió una hoja y la dejó sobre el montón.
Poco a poco se formó un fuego. él lo ayudó a crecer y crecer hasta que las llamas se hicieron lo suficientemente grandes para... ?para qué?
—Bueno, quítatelo —me ordenó Adrik.
—?Eh? —dije sin comprender, alternando la mirada entre él y las llamas.
—El vestido —contestó—. Quítatelo para quemarlo.
—??Cómo lo voy a quemar?! —pregunté, estupefacta.
—Acabas de decir que lo odias, ?no? Bueno, a mí tampoco me gusta este maldito traje, así que...
Dejó la botella en el suelo y comenzó a desabrocharse el pantalón. En un momento se lo quitó y se quedó únicamente con unos bóxeres blancos. Jamás había visto que unos bóxeres le quedaran tan bien a nadie. Hasta ese momento, jamás unos bóxeres me habían parecido mucho más que bóxeres. No sé, era como si lo hubiesen hecho para ser modelo de Calvin Klein.
Salí de mis pensamientos cuando él arrojó el pantalón al fuego. Y a continuación se quitó la corbata y también la arrojó. Luego se sacó los zapatos, los calcetines y los lanzó a las llamas, que crepitaban y crecían.
Ya no tenía nada más para arrojar. Estaba en ropa interior. Por un momento llegué a pensar que también se la quitaría, pero no lo hizo.
—Solo te diré que te vas a sentir mejor —a?adió al final.
Le creí. La verdad era que en el estado en el que estaba hubiera creído hasta a un perro si hubiera decidido hablarme. Me acerqué un poco, le di vueltas a la idea durante menos de un segundo y empecé a sacarme el vestido. Sentí el peso de la mirada de Adrik, pero no me importó. Deslicé el vestido por mi cintura y me lo quité con una sacudida de piernas.
Tomé aire y lo arrojé al fuego. No pude evitar sonreír. Sí me hacía sentir bien. Era como mandar a la mierda todo lo que había sucedido esa noche, como liberarme de la fiesta.
—Anda, el collar también —me propuso Adrik.
—Pero debe de ser caro... —dije con cierta duda.
—A la mierda cuánto cueste —soltó sin la más mínima preocupación o culpabilidad.
Pues si él lo decía... Me lo quité y lo lancé a las llamas. Nos quedamos mirando el fuego. Mientras crecía y ondeaba con fuerza, la ropa se quemaba poco a poco. No sabía si desaparecería por completo, pero el hecho de que el fuego la cubriera ya era suficiente para mí.
Cuando me atreví a girar la cabeza, la piel de Adrik estaba ba?ada por el naranja y el amarillo de las llamas. Su reflejo ondeaba sobre su silueta como sombras. Su cabello apuntaba en todas las direcciones. Sus labios parecían frescos y tenían un tenue tono rosado debido al contacto con la botella. Sus ojos parecían más oscuros y brillantes, quizá por el alcohol, pero resultaban hipnotizadores.
Descubrió que lo miraba y volvió su atención hacia mí. Durante un instante, la piel me quemó y no por el fuego. Adrik tenía una manera de mirar que te removía por dentro. Parecía tan indescifrable, tan enigmático, que incluso podías llegar a creer que le habían concedido el don de saber qué pensabas. Y yo ahora estaba pensando cosas nuevas sobre él... Cosas que no debía... Cosas...
—Jude —dijo, rompiendo el silencio.
El estúpido corazón se me aceleró y me pregunté si iba a sufrir un infarto o qué...
—?Sí? —pregunté sin aliento, nerviosa por lo que fuera a decir.
—Ahora tengo frío —soltó con cierta aflicción.
Me reí. La risa me salió de golpe, extra?a, nerviosa, y me sentía aliviada al mismo tiempo. ?Qué había esperado que dijera? ?Qué?