Perfectos mentirosos (Perfectos mentirosos #1)(51)
Habían dicho que yo era agresiva, ?no? Les demostraría que era todo lo contrario.
—Es sorprendente que estén juntos —comentó divertido un chico del círculo al vernos en ese plan— porque parecía que se odiaban.
Oh, nos odiábamos mucho, sí.
—Es que Aegan no quería admitir que el hecho de que yo lo desafiara, le gustó. —Reí con dulzura.
él esbozó una sonrisa de labios pegados, falsa.
—Claro, y tú no querías admitir que me desafiaste porque te gusté en cuanto me viste —replicó.
Ambos emitimos una risita estúpida. Qué hermosa nuestra relación artificial, ?verdad?
A?adí un comentario para todos.
—Miren, les juro que una vida no es suficiente para describir cuánta suerte tengo. —Parecía la ganadora de un Oscar diciendo esa ridiculez, en serio—. Cada día, cuando me despierto por las ma?anas, digo: ??Hoy soy la novia de Aegan Cash! ?Es que Dios no me ha dado ya todo lo que necesito??.
Suspiré para a?adirle drama al momento y luego intenté hacer lo que ya sabía que, por desgracia, debía hacer.
Besarlo.
Sí, debía hacerlo. Si quería convencer a todos de que Aegan me gustaba, tenía que sacrificarme.
Me pegué muchísimo más a él y coloqué las manos sobre su pecho para acoplarme mejor. Desde esa reducida distancia, me di cuenta de que olía a perfume caro y de que se podía percibir el calor enérgico que emanaba su piel. Por desgracia, Aegan era de esos tipos que tenían el infierno en los ojos y, aun así, cualquier chica deseaba como una estúpida quemarse en él.
Hice un enorme esfuerzo para no darle un empujón y apartarlo de mí. De hecho, hasta intenté encontrar en él algo que me gustara un poco, algo que no hiciera que me resultara tan desagradable en ese momento.
Iba a besarlo.
Iba a besarlo.
Iba a...
Ay, no, asco, ?asco!
?No quería!
?No quería!
El se?or destino me salvó.
—Oye —me dijo alguien de repente, poniéndome una mano en el hombro.
No hubo beso gracias a esa inesperada pero bendita interrupción. Aegan me soltó y se apartó al mismo tiempo que yo me giré para mirar a la persona que había hablado. Era una chica que no conocía, que sostenía una bebida a medio terminar y que, punto importante, tenía los ojos achispados por la ebriedad. Su expresión era de curiosidad e intentaba buscar algo en mi cara.
—Esto sonará loquísimo, pero tu cara me recuerda mucho a la de una chica que me atendió en el Starbucks de mi ciudad —a?adió.
Sentí que todas las miradas del círculo y, sobre todo, la de Aegan se deslizaron hacia mí.
—Eh, nunca he trabajado en un Starbucks —le respondí con desconcierto.
Ella entornó los ojos y se balanceó sin darse cuenta, al perder un poco el equilibrio.
—Sí, tal vez me he confundido. —Esbozó una sonrisa divertida e incoherente—. Su cabello era rojo, pero es que te pareces bastante a ella...
Estaba a punto de decirle que en verdad no era yo cuando, de repente, recibí el impacto de un balón de vóleibol en la mejilla.
Sí, así como lo lees: un balón me dio en la cara.
??Es que no podía tener un poquito de suerte?!
Me tomó unos segundos entender que había sido atacada, porque el balón con el que habían estado jugando en la piscina fue lanzado con tanta fuerza que fue imposible de parar, y como si mi carita fuese un imán de desgracias, dio contra ella. Fue gracioso, visto desde fuera. La pelota me aplastó la mejilla y, por la fuerza del golpe, me caí al suelo.
Sentí un caliente e intenso latigazo de dolor en la mandíbula. Algunas personas se concentraron a mi alrededor. Escuché voces y preguntas. Por unos segundos, los vi borrosos debido al aturdimiento, pero en cuanto todo se aclaró un poco, me di cuenta de que la gente me miraba como si fuera el mejor chisme, que los chicos de la piscina, incluido Aleixandre, habían salido a ver si no me habían matado. A pesar de eso, me concentré solo en que Aegan intentaba aguantar la risa con todas sus fuerzas.
Un instante después, estalló en una carcajada, y como si con ella diera permiso al resto de los presentes, todos los demás se rieron también.
—Jude, ?te ayudo a levantarte? —me preguntó Aleixandre entre las risas sin unirse a ellos, y me extendió la mano.
Como reacción natural, acepté su mano para ponerme en pie. El dolor se expandió hasta mi frente y nariz. Solté un quejido.
Aegan siguió con su ataque de risa; se reía tanto que parecía que se iba a orinar. Deseé que se atragantara con su propia saliva y se muriera ahí mismo.
—Tu cara... —soltó entre carcajadas—. Tú... Fue... Te quedó la marca... Déjame... hacer... Hacerte una...
Trató de sacar su teléfono para fotografiarme. En cuanto lo tuvo en la mano, me golpeó una rabia tan intensa, tan vengativa, que solo quise abalanzarme sobre él y quitárselo de la mano con un insulto, pero mi mente me gritó: ??No! ???No!!!?, porque hacer eso le serviría a Aegan para mostrarme como una chica violenta. Con todos mirándome, quedaría peor.