Perfectos mentirosos (Perfectos mentirosos #1)(46)
él lo sabía. Sabía que yo no tenía ni idea de cómo montar. Por venganza, quería verme fallar, disfrutarlo y reírse junto a sus estirados amigos. Y de pronto eso me hizo sentir muy furiosa. No iba a permitirlo.
Di otro paso, esa vez más seguro. Luego, sin pensarlo demasiado, con una determinación y una confianza casi concedida por los dioses del Olimpo para verme triunfar, coloqué el pie izquierdo sobre el estribo y me impulsé hacia arriba.
?Tú puedes, Judecita, tú puedes!
O mejor dicho: ??No puedes, Judecita, no puedes!?.
En vez de terminar arriba, sentada victoriosa, quedé tumbada boca abajo sobre la silla.
Fail total.
Fallé, y no solo eso, sino que fallé de una forma muy estúpida.
Las risas estallaron en ese mismo momento. Unos ?jajajás? tan intensos que retumbaron en mi cabeza y empeoraron la situación. Como no logré estabilizarme o acomodarme o hacer alguna jodida cosa decente, no me quedó otra que volver al suelo, donde casi perdí el equilibrio.
Ya de pie, solo escuché cómo se burlaron de mí. Ni siquiera me molesté en ver a los amigos de Aegan, sino que lo miré directamente a él, y encontré una expresión tan cruel, tan burlona, que me oprimió el estómago como una mano que exprimía una fruta con maldad.
Me sentí furiosa y al mismo tiempo humillada.
—Jude no vendrá —dijo Aegan entre risas—. Será para la próxima.
Y cabalgaron todos casi al mismo tiempo, con Aegan a la cabeza, como si con el hecho de dejarme atrás demostraran que eran mejores que yo.
Exhalé con fuerza y me fui de ahí dando zancadas. Entré de nuevo en la casa, caminando rápido y con furia, como un camión sin freno rumbo a la salida para volver a mi apartamento. Mientras, no paraba de preguntarme: ??Por qué nunca he montado un caballo para evitar esto? ?Por qué, cuando creo que soy más lista que Aegan, me supera??.
Tuve que pararme en seco apenas crucé el pasillo porque estuve a punto de llevarme a alguien por delante.
—Adrik —dije al reconocerlo.
También se detuvo, pero, a diferencia de mí, no pareció sorprendido de verme. Su expresión era la misma de siempre: imperturbable, como si le fastidiara la vida, pero no le importara fastidiarse. Noté que incluso la forma de sus cejas, más espesas y más negras que las de sus hermanos, ayudaba a dejar traslucir sus emociones, porque daba a sus ojos un aire de indiferencia natural.
—Antes había una cocinera en casa que siempre preparaba platos con pimientos —dijo sin razón alguna.
Puse cara de que no entendía a qué venía eso.
—?Qué...?
Siguió con su relato, a pesar de mi pregunta y mi tono extra?ado:
—Cada vez que me sentaba a comer, encontraba un pimiento en mi plato. En cada comida, incluso en los sándwiches. Así, de forma inesperada, y yo no entendía por qué si era obvio que no quería ni verlos. Tú eres como esos pimientos. Apareces hasta donde no debes.
Puse cara de póquer.
Me acababa de comparar con un pimiento. En mi cara. ?Como si nada!
—A mí tampoco me gusta que coincidamos —le solté, malhumorada.
—Los pimientos son tan asquerosos —murmuró él, más para sí mismo que para mí—. Tienen ese sabor raro...
Lo miré con extra?eza. En serio era raro.
—Ya lo he entendido —le aclaré con detenimiento para que dejara el tema.
Adrik reaccionó finalmente y fijó la mirada en mí. ?Se había perdido pensando en pimientos o qué?
—El establo, que es donde está Aegan, es para allá —me indicó, y con su dedo se?aló hacia el pasillo del fondo.
—Vengo de allí, de hacer el ridículo, gracias —resoplé.
Formó una fina línea con los labios, casi como una expresión de pesar.
—?Cómo he podido perderme eso?
—No te preocupes, quizá Aegan ordenó que me grabaran para verlo y masturbarse más tarde —dije, todavía algo molesta—. Es obvio que le excita ser tan cruel. No le encuentro otra razón.
Adrik se encogió de hombros, medio pensativo.
—Bueno, no lo sé, siempre hemos tenido cuartos separados, pero en su historial de navegación había cosas bastante raras...
No pude evitar soltar una risa que hasta a mí misma me sorprendió, pero me puse seria de inmediato porque Adrik no estaba sonriendo, sino mirándome en plan neutral, como un enemigo inteligente.
Sabía que el hecho de que fueran hermanos no significaba que fueran iguales, pero me era imposible no desconfiar o sentir recelo hacia los tres. Tener cerebros separados no los eximía de compartir la misma genética cruel de los Cash, y tampoco de ser insoportables al menos en alguna cosa, ?no?
En mi análisis, me di cuenta de que llevaba puestas unas botas algo sucias, y sobre el tejano y camisa blanca, un delantal protector. Un par de guantes le sobresalían de uno de los bolsillos. Eso le quedaba bastante bien, a decir verdad. Mantenía un aire desali?ado, sí, pero resultaba genial por cómo estaba despeinado su pelo negro. Algo así como si hubiese estado dormido y acabara de despertarse para afrontar el mundo y...