Perfectos mentirosos (Perfectos mentirosos #1)(43)
—Ningún gesto es desinteresado por mucho que lo parezca —aseguró con ingenio—. ?Qué dices entonces?
—?Qué tipo de favor te deberé? —quise saber primero.
Su sonrisa de labios pegados fue misteriosa, pero al mismo tiempo me hizo sospechar de una doble intención.
—No será nada que no deba pedirle a la chica de mi hermano —dijo por fin, como prometiendo que no había un trasfondo.
Probablemente sí lo había. Probablemente era peligroso decir que sí a eso, pero necesitaba entrar en ese club. Ya me las arreglaría luego con Aleixandre.
—Bueno, acepto.
él asintió.
—Ma?ana. A las dos. Te paso a buscar.
Hecho el acuerdo, me ajusté la mochila y avancé hacia la salida para dejarlo solo con lo que fuera que iba a hacer con la chica que esperaba.
Justo antes de salir me lanzó:
—Oye, que lo del favor sea un secreto entre tú y yo.
?Qué? ?A Aegan no le gustaría enterarse? Tal vez Aleix sí era el Cash más estúpido. Igual eso lo descubriría cuando me dijera qué favor le debía.
—Gracias. —Apelé a mis modales para confirmar que no le diría nada a nadie.
—No es nada. —Hizo un gesto para quitarle importancia, y después me dedicó una sonrisa que nuevamente emanó dobles intenciones—. Me agradas, Jude. —Y enfatizó de forma muy rara—: Bastante.
Tras eso, me fui.
Anota esto: nunca le debas un favor a un Cash.
10
Si a Aegan quieres enojar,
consecuencias deberás aguantar
Aleixandre cumplió lo prometido.
El club estaba ubicado en lo que se conocía como ?las lomas de Tagus?, cerca de los límites que conformaban la universidad.
Se notaba que había empezado siendo una casa victoriana de tres pisos y ventanas amplias, y que luego habían a?adido áreas nuevas y más modernas a ambos lados. Junto a la puerta de entrada había una placa con grabado que decía: hermandad de 1974. Contaba con una terraza cercada y estaba rodeada de árboles y de altos muros de arbustos, ?tal vez para proteger los secretos del interior?
O... tal vez no.
Me había esperado que entrar me resultase más impactante, pero en realidad no parecía un lugar en donde se escondiera algo.
Apenas pisamos el vestíbulo, me di cuenta de que todo tenía el mismo estilo clásico de la fachada. El suelo era de algún tipo de madera reluciente y oscura. Había cuadros en casi cada pared de personas con caras viejas o de lugares de Tagus. Los muebles eran de madera, el techo era muy alto y las lámparas colgaban del techo. Flotaba un olor a le?a y a perfume de hombre. Era muy... acogedor.
?Y lo raro? ?Y lo misterioso? Podía sentarme a tejer ahí.
Emosido enga?ado.
—Bienvenida —me dijo Aleixandre como un guía turístico mientras lo se?alaba todo con los brazos extendidos—. Este vestíbulo, la sala de estar y los dos pisos superiores son los únicos lugares en todo Tagus que están tal cual fueron hechos en su momento. Lo demás empezó a a?adirse y a remodelarse cuando mi padre estudiaba aquí. ?Qué te parece?
—Es interesante —fue lo que pude opinar, decepcionada por no ver nada misterioso—. ?Por qué ya no se llama Hermandad de 1974?
—Solo porque a mi padre le pareció que sonaba a secta —fue su respuesta—. Ahora sígueme por favor.
Empezó a guiarme por un pasillo en donde tampoco vi nada sospechoso, solo cuadros y diplomas enmarcados, tal vez de miembros anteriores.
—?Tú no tienes pensado unirte a algún club? —me preguntó—. Hay muchos en Tagus.
—Después de haber visto la serie Scream Queens no creo que sea buena idea —respondí.
Soltó una risa.
—Eres graciosa, Jude.
Volvió a girarse cuando cruzamos otro pasillo. Lo que noté es que era una casa con bastantes puertas. Eso me decepcionó por un momento, aunque no sabía qué rayos esperaba. ?Descubrir que eran una secta? ?Toparme con una cabeza cortada y colgada sobre una chimenea? Solo me pareció que era un buen sitio para explorar y descubrir cosas, pero no vi nada que me resultara sospechoso.
—Bueno, Aegan debe de estar afuera —comentó Aleix, e iba a decir más, pero de pronto se dio cuenta de algo y se detuvo.
Casi me choqué con él porque se quedó mirando hacia un lado donde había otro pasillo. Eché un vistazo con curiosidad y me fijé en que, al fondo, había una puerta medio abierta. De ella colgaba un letrero de no pasar.
No entendí qué hacíamos mirándola hasta que...
—Esa puerta no debería estar abierta —murmuró él, tan bajo que me costó oírlo.
—?Por qué? —pregunté de chismosa.
Esperé tan confiada una explicación que me sorprendió cuando él se volvió hacia mí y me dedicó esa sonrisa que ya sabía que usaba con todo el mundo y que, de alguna forma, siempre era igual de radiante y accesible. Lo raro era que la esbozaba con brusquedad, como si le costara hacerlo.