El mapa de los anhelos(80)
—No, porque me tratan como si fuese una ni?a. Es lo malo cuando te han visto crecer, la gente de este hospital cree que me conoce. Pero lo sé. Lo sé.
—?Y no es suficiente motivación alargar tu vida?
—No. Ya no. Solo encuentro una razón…
—?Cuál?
—Mi hermana.
—?Tienes una hermana?
—Sí, ?no te he hablado de ella? Se llama Grace. Es muy especial, pero no lo sabe. Si su vida fuese una partida de ajedrez, ella llevaría toda su existencia planteándose qué ficha mover. Así que está ahí, mirando el tablero y perdiendo el tiempo con un idiota. Me hubiese gustado que, al menos, una de las dos hiciese cosas y viese mundo y conociese intensamente el amor. Qué pena pasar por esta vida sin enamorarse, ?no crees?
—Pienso que no es tan sencillo.
—Eso lo dices porque eres igual.
—?Igual que tu hermana?
—Parecido, sí. Hay matices. Ella es fiel a sí misma. Ya desde peque?a era peculiar y diferente, pero no le molestaba, le parecía divertido. Dentro de sus limitaciones, es muy variable, un día amanece soleada y otro nublada, resulta difícil averiguar los desencadenantes. Y se valora menos de lo que debería. No confía en sí misma, por eso le aterra mover ficha, porque cree que perderá la partida en cuanto empiece a jugar. —Hizo una pausa y lanzó un suspiro. Luego alzó la vista y me miró de una manera extra?a y penetrante. Durante esas semanas, le había contado quién fui antes del accidente y también que ya no sabía quién era entonces—. Tú quisiste jugar saltándote las reglas, Will. Eso ni es justo ni suele acabar bien. Y has cambiado demasiado. Pero, en resumidas cuentas, los dos estáis perdidos, a la espera de que ocurra algo.
—Ya. —Tragué saliva.
No es fácil aceptar tus propios demonios cuando te los lanzan a la cara. Respiré hondo y seguí con la punta del dedo el camino del brazo de la silla de ruedas; repasé las costuras, que eran peque?itas y estaban escondidas en un lateral.
—No pretendo hacerte da?o, tan solo expongo los hechos. Yo me planteo el fin de mi existencia y tú no sabes qué hacer con la tuya, ese sería el resumen de la conversación. Lo único que sé es que, si la vida es un pastel, quien sea que esté ahí arriba con el cuchillo en la mano no reparte los trozos de forma equitativa.
—Ojalá no fuese así —susurré.
—Ojalá —repitió. Bajó la guardia y pude ver la tristeza insondable que escondía, esa que asomaba en raras ocasiones—. Pero, como la realidad es así, quiero hacer algo por mi hermana. Solo por si acaso. Nunca se sabe. La mejor estrategia es una buena defensa.
—?De qué se trata?
—Todavía no estoy segura, pero tengo algunas ideas… —Pensativa, se mordió el labio, y después sus ojos se abrieron como si se le hubiese ocurrido algo imprevisto. Cogió el rotulador y se inclinó para volver a escribir sobre la escayola de mi pierna, que permanecía inerte en la silla de ruedas. Trazó una línea larga desde el tobillo hasta el muslo y luego abrió ramificaciones como si fuese un árbol.
—?Qué estás haciendo?
—?Y si todas las personas que se sienten perdidas como tú o Grace tuviesen a su alcance un mapa? Uno lleno de deseos silenciados, de sue?os olvidados, de posibilidades que da miedo recorrer. Un mapa de los anhelos. ?No sería todo mucho más sencillo? Porque dar un paso es fácil si sabes hacia dónde ir. Si lo piensas bien, sería como susurrarle a mi hermana al oído qué ficha debe mover primero para empezar la partida y luego ya…
—?Qué?
—A volar.
34
Un final y un comienzo
Me dieron el alta en el hospital a finales de verano, tras confirmarme que no tendrían que volver a operarme la pierna. Me enfrenté a la acusación del Estado y tuve la suerte de terminar aceptando una multa enorme, la retirada del carné de conducir y numerosos servicios a la comunidad; dada la gravedad de lo que había ocurrido, fueron bastante benevolentes conmigo. La otra parte fue más complicada. Mis padres y los abogados que contrataron llegaron a la conclusión de que era más prudente evitar un juicio y llegar a un acuerdo extrajudicial con Josh, porque de lo contrario había posibilidades de que perdiese y acabase teniendo que cumplir una pena de prisión. Nos cruzamos durante la última reunión. él vestía una camisa azul con todos los botones cerrados; me fijé en eso y en que se había cortado el pelo más de lo habitual. No me miró a los ojos. Yo tuve ganas de preguntarle: ??En algún momento fuimos realmente amigos o siempre se trató de una competición??. Pero lo dejé estar porque comprendí que no importaba. Ya no. Luego, tomamos caminos separados.
Empecé a acudir a diario a rehabilitación y, cuando terminaba cada sesión, al caer la noche, cogía el autobús para acercarme al hospital a ver a Lucy. Al final, tras pasar unas semanas en casa, su familia la había convencido para comenzar con el nuevo tratamiento. Nos reuníamos siempre a la misma hora y su madre aprovechaba el rato para ir a casa a ducharse o bajar a la cafetería a cenar. Nosotros jugábamos en la zona de la máquina de café o escuchábamos alguna canción en su reproductor de música, cada uno con un auricular. Nunca me presentó a nadie de su entorno de manera oficial, aunque las enfermeras asistían con curiosidad a nuestra peculiar amistad y, en un par de ocasiones, vi a la se?ora Peterson a lo lejos cuando se marchaba.