El mapa de los anhelos(79)



Volví a tumbarme en la cama y lo giré. La luz que se colaba por la ventana le arrancaba destellos. Me hizo gracia porque de pronto recordé que, cuando llegué a la ciudad, me calmaba observar la purpurina moviéndose y brillando. Hacía una eternidad de aquello. Habían pasado muchos a?os y los acontecimientos de aquella etapa tan vibrante y estimulante sepultaron todo lo demás. Ni siquiera sabía cómo había llegado el bote a mis manos. Una ni?a. Sí, una ni?a. Pero no recordaba su voz, su rostro, su sonrisa o su nombre. Ya no recordaba nada.

Luego decidí que no era importante. Y me quedé dormido.





33


A volar


—La comida del hospital es horrible.

—Y eso que ahora ha mejorado bastante —aseguró Lucy—. Hace unos a?os era peor. La cambiaron por culpa de las quejas. Imagínate.

—?Servían estiércol?

—De lunes a domingo.

Sonreí y luego le mostré mis cartas. Lucy hizo un mohín. Era el único juego al que conseguía ganarle en alguna ocasión. Ella venía a visitarme en cuanto se quedaba a solas y pasábamos el rato en mi habitación o en la zona de la máquina del café.

—?Nunca te has planteado jugar de forma profesional?

—?Yo? —Me miró sorprendida.

—Sí. Al ajedrez. Se te da bien. Recuerdo que en la universidad había un club y competían contra otras universidades. Creo que incluso existía un programa de becas.

—Me hubiese gustado, sí. En otra vida.

—?Por qué dices eso?

—No creo que me quede mucho tiempo. De hecho, aunque los estudios previos estén avanzados, estoy pensando en echarme atrás y no probar el nuevo tratamiento.

Dejé de barajar las cartas y tragué saliva.

—No deberías bromear con algo así.

—Y no lo hago. Es que estoy cansada, Will. Estoy muy cansada. Siento desahogarme contigo, pero es más difícil hacerlo con mi familia. Ellos creen que soy fuerte y que soy valiente y que…

—Es que lo eres.

—?Y si me rindo?

El silencio nos envolvió y ninguno de los dos dijo nada mientras una mujer se acercaba a la máquina de café y sacaba un expreso doble. Cuando se marchó, Lucy cogió un rotulador y trazó una peque?a estrellita en la escayola de mi pierna. Se había convertido en una tradición. Cada día a?adía algún dibujo diminuto y yo se lo permitía. En realidad, creo que habría estado dispuesto a hacer cualquier cosa que ella hubiese querido. Lucy se había convertido en una isla tras el naufragio de mi vida. Los ratos que pasábamos juntos en el hospital eran la mejor parte del día, aquellos en los que no tenía que enfrentarme a mis padres ni al equipo de abogados que habían contratado, esos en los que simplemente ?estaba?, sin expectativas, sin querer desaparecer por lo estúpido que había sido, o sentir la culpa atenazándome la garganta, porque jugar con ella me obligaba a concentrarme y no quedaba espacio para nada más. Y había otra cosa. Algo profundo tras rascar la superficie con la u?a. Compartir el tiempo con Lucy era como viajar al pasado y, a veces, aunque fuese efímero, me recordaba siendo otro. Me recordaba siendo un ni?o solitario y raro y diferente, pero con el corazón entero. Y me recordaba mirando las estrellas y pensando y leyendo. Me recordaba sentado al fondo de la clase junto a ella y contemplando todas sus cosas brillantes que, de algún modo, eran el reflejo de su alma pura, como si al verse obligada a vivir en una urna de cristal hubiese permanecido lejos de las fealdades y del ruido del mundo.

—Explícamelo. Quiero entenderte.

—Es que creo que es tan necesario luchar como saber cuándo tirar la toalla. En realidad, si soy sincera conmigo misma, ya lo hice. Hace unos meses estuve a punto de no salir de una neumonía —comentó en voz baja—. Y antes de perder la consciencia, pensé que estaba preparada para decir adiós. No esperaba despertar. Cuando ocurrió, tenía la sensación de que ya me había muerto. De hecho, empecé a asistir a un grupo de terapia para familiares que pasan por un duelo y me sentía como un fantasma. Es como si llevase meses sin estar aquí realmente. Solo lo he hablado con mi abuelo.

—?Y qué dice él?

Lucy sonrió a medias.

—El abuelo habla poco. Las palabras no son lo suyo, pero las miradas se le dan de fábula. Si quieres saber lo que está pensando, tienes que fijarte en sus ojos.

—?Y qué viste?

—Que le dolía, pero me entendía.

—Lucy, ni siquiera sé qué decirte…

—No digas nada. Me basta con que me escuches. —Me quitó la baraja de las manos y se entretuvo con ella—. El abuelo es que me quiere para el mundo, ?sabes? Y mis padres me quieren para ellos porque nunca pudieron tenerme como deseaban. Son cosas distintas. Es más fácil aceptar que se vaya alguien cuando no lo consideras tu posesión. Así que, bueno… —Suspiró y negó con la cabeza—. Seguir adelante con el tratamiento solo sería alargar lo inevitable. Mi problema es crónico.

—?Te lo han confirmado los médicos?

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