El mapa de los anhelos(71)
Y me quedo aquí un poco más.
—No sé si puedes oírme, pero, si lo haces, tan solo quiero que sepas que tienes unos padres que te quieren muchísimo. Espero que seas consciente de lo afortunado que eres. Te lo diré en cuanto despiertes. Por cierto, el sillón de tu habitación es más cómodo que el de la mía. Creo que es cosa de los muelles.
Y después la voz dulce se extinguió.
Tic-tac. Tic-tac.
A la mierda.
Me levanto.
Busco el reloj.
Lo encuentro debajo de una nube.
Tengo un martillo en la mano.
Lo golpeo con fuerza. Zas.
El reloj estalla en pedazos.
La satisfacción es inmensa.
Llaman a la puerta.
?Voy a abrir, ahora sí?.
Y tiro del pomo con fuerza.
Es una explosión de luz.
28
Perseidas
Cuando era peque?o, me tumbaba con mi padre en el prado que había enfrente de nuestra antigua casa y contemplábamos maravillados la lluvia de Perseidas. Era un momento mágico; la noche templada de verano, el olor del maíz y la soja alrededor, el apabullante silencio que había en mitad de la nada y la inmejorable compa?ía.
—?Mira, allí hay una más! —exclamé entusiasmado—. ?Has visto esa? Era enorme. Gigantesca. Creo que no era una estrella fugaz, sino un bólido.
—Es posible. Aunque, en realidad, todo lo que vemos son escombros del cometa Swift-Tuttle. Piedrecitas que al entrar en la atmósfera se vuelven incandescentes.
Cogí los prismáticos y continué mirando el cielo. Mi padre me había ense?ado leyendas y constelaciones, todo lo que sabía sobre la inmensidad del universo. Allí, en apenas un metro cuadrado de la Tierra, consciente de que formaba parte de una galaxia llamada Vía Láctea con un diámetro de hasta doscientos mil a?os luz y que agrupaba varios sistemas solares, sentí una paz momentánea porque recordé que estaba vivo, vivo, vivo, y pensé que mis problemas, los problemas que tendrían otros muchos ni?os de ocho a?os, eran insignificantes vistos en perspectiva. Y quise quedarme allí para siempre, cobijado por la oscuridad de la noche, bajo la lluvia de estrellas fugaces.
Pero el tiempo… El tiempo siempre sigue corriendo.
29
Bienvenido al resto de tu vida
Seguía confuso mientras el médico me examinaba por segunda vez en apenas media ma?ana. Mis padres aguardaban un poco más allá, aparentando entereza pese a los nervios. Respondí preguntas, abrí la boca, seguí la luz de su peque?a linterna. Después, oí que en los próximos días tendrían que hacerme bastantes pruebas, pero estaba aturdido, y el dolor en la zona superior del pecho y el estómago me desconcentraba.
—Lena llegará enseguida —dijo mi madre cuando el médico se fue y, después, empezó a ahuecar las almohadas de la cama y a estirar las arrugas de las sábanas.
Tenía la boca seca y los labios agrietados con peque?as heridas. Me los relamí y tragué saliva con dificultad. Pensé en volver a llamar al médico para preguntarle cómo era posible que, tras tantos exámenes, no me hubiesen encontrado nada dentro de la garganta, porque sentía un nudo enorme, inmenso, como si se me hubiese atascado una pelota de tenis.
—?Qué es lo que ha pasado?
—Tuvieron que operarte la pierna, te extirparon el bazo, tenías un traumatismo craneoencefálico… —Mamá retorcía las manos—. Así que decidieron inducirte un coma. Por la gravedad de tu estado, era lo mejor para poder evaluar los da?os.
—Me refiero a por qué estoy aquí.
Mis padres se miraron el uno al otro. Y en esa mirada era palpable la decepción, las dudas y el esfuerzo que estaban haciendo por contenerse, pero, sobre todo, la distancia que existía entre ellos y yo; una brecha con bordes cortantes que hacía tiempo que había empezado a resquebrajarse, hasta que de pronto, crac, se abrió del todo.
—Tuviste un accidente. Ibas al volante, Will. Y diste positivo. Los testigos dijeron… —Mi padre hizo una pausa como si no encontrase las palabras—. Dijeron que estabas participando en una carrera ilegal.
Un destello. La cena. El sonido de risas. La zona del pinar. La superficie dura de la madera de la mesa al tumbarme. Las estrellas tintineantes. El coche. El mundo convirtiéndose en un borrón de ceras de colores. La voz de Josh. Josh. Mierda.
Sentí algo amargo trepando por mi garganta y tuve náuseas.
—?Dónde está Josh? ?Se encuentra bien? —pregunté.
—Sí, solo tiene un brazo fracturado. Tú te llevaste la peor parte.
Mis padres intercambiaron otra mirada, pero en esta ocasión no supe descifrarla o estaba demasiado concentrado en volver a respirar, preso del alivio.
—Will, deberías saber que hay una investigación abierta —dijo mi padre—. Se avecinan tiempos difíciles, pero estamos juntos en esto, ?de acuerdo?
Lo miré confundido.
—?Investigación?