El mapa de los anhelos(68)



Había quedado en La Perla con Josh y Darren.

Era uno de los restaurantes más exclusivos de Lincoln, conocido por el pescado fresco que llegaba a sus puertas a diario y por las brasas encendidas en el centro de las mesas de piedra. Uno podía elegir entre darle la vuelta y sacar la comida cuando estuviese al punto o pedirle al camarero que lo hiciese. También servían un vino blanco francés que era mi perdición y la última vez había comprado varias botellas para llevármelas a Nueva York porque, irónicamente, fui incapaz de encontrarlo en la gran ciudad.

Los vi sentados en la mesa del fondo que solíamos ocupar.

—?Aquí llega el cumplea?ero! —gritó Darren.

—A ver, espera, date la vuelta. —Josh frunció el ce?o de esa manera suya que siempre resultaba exagerada—. Sí, joder, estás más viejo. ?Has dejado de afeitarte?

Sonreí y me acaricié el mentón. La barba, de apenas dos días, me hizo cosquillas en la palma de la mano. Me quité la chaqueta y ocupé la silla libre.

—?Tu chica sabe que le has declarado la guerra a la cuchilla?

—Darren, me da que de todas las cosas que su chica no sabe esta es la menos importante. —Josh soltó una carcajada y después se puso a leer la carta—. ?Pedimos lo mismo que la última vez? No estuvo mal.

Una camarera de cabello casta?o y mirada amable se acercó para tomarnos nota. Todavía había algo dentro de mi cabeza que retumbaba sin cesar y el jaleo en el restaurante, las voces y las risas, los olores fuertes de la comida asándose, parecían agravar esa presión. Me masajeé las sienes con lentitud.

—Así que estás prometido. O eso he oído.

El que lo decía era Darren. Habíamos ido juntos al instituto, jugamos en el mismo equipo de fútbol y formaba parte de mi grupo de amigos, pero el día que decidí que casarme con Lena era lo mejor (lo más sensato, lo más lógico, lo más práctico), tan solo compartí la noticia con mis padres y Josh. Al resto de mi entorno llegó de manera natural, sin que tuviese que tomarme la molestia de comunicarlo de forma oficial.

—Sí —contesté.

—?Es porque el padre de la chica está en el Senado o has perdido la cabeza del todo? Te estás metiendo en un buen lío tú solito…

—A Will le van los planes establecidos —a?adió Josh sin dejar de juguetear con el cuchillo—. Siempre y cuando pueda encontrar alguna bifurcación en el camino, claro.

Puse los ojos en blanco. En aquel momento me di cuenta de que podía predecir el resto de la noche: se pasarían la cena burlándose veladamente de todo el asunto de la boda, el compromiso, bla, bla, bla, y yo me esforzaría por disimular que todo aquello me aburría, así que bebería más de la cuenta y me acabaría la botella de vino en un suspiro.

Se cumplió punto por punto.

—?Después, el bombo? —Darren se rio.

—Tengo una predicción —Josh alzó una mano en alto de forma teatral para pedir que guardásemos silencio—: Gemelos. Qué fantasía.

Le di la vuelta al palo de madera en el que se asaba mi pescado. Las escamas brillantes e iridiscentes se habían tornado de un triste gris ceniciento.

—Pasarás los domingos en el club de campo.

—Si es que no es lo que hace ya —dijo Josh.

—Os dejaré con la duda —apunté divertido.

Josh suspiró y alejó su comida de las brasas. Las cosas le gustaban siempre poco hechas; a veces, disfrutaba burlándose de mi costumbre por cocinarlo todo pasado el punto. ?Se te notan los orígenes en el paladar?, decía con socarronería.

Calificar a Josh como ?mi mejor amigo? sonaba banal, teniendo en cuenta la magnitud de lo que él había significado para mí. Josh era un punto de inflexión. Josh era una intersección en mitad de una carretera de miles de kilómetros. Josh era el comienzo y el final de una etapa. Josh era la línea que dividía mi existencia en dos.

Me había esforzado cada día por ser igual que él. Y después, cuando logré no solo eso, sino incluso convertirme en una versión mejorada, seguí manteniendo aquel vínculo intacto. Esa anidada lealtad no me anulaba los sentidos: hacía tiempo que tenía la sensación de que nuestros mundos se habían distanciado (él se había quedado en casa trabajando en la empresa familiar de exportación tras la lesión que lo apartó del equipo de la universidad unos a?os atrás y yo vivía en una burbuja neoyorquina en la que me relacionaba con gente interesante y mi futuro, sencillamente, brillaba). Cuando lo oía relatar las mismas anécdotas de siempre o le hablaba de algún tema del que él no tenía ni idea, como la última exposición de arte a la que había asistido, sentía una extra?a satisfacción al percibir su frustración y, al mismo tiempo, me incomodaba dejarlo atrás.

—?Terminarás entrando en política gracias a tu suegro?

—No, no me interesa. —Alcé la vista hacia Darren.

—?Sigues queriendo especializarte en derecho deportivo?

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