El mapa de los anhelos(67)
—Podrías ser más considerado con tu madre. Se ha ido a comprar a primera hora de la ma?ana en busca de las dichosas frambuesas.
Puse los ojos en blanco antes de bostezar. Comenté que necesitaba descansar y subí a mi antiguo dormitorio, ese lugar que se convirtió en un refugio cuando llegué siendo un ni?o solitario, pero luego me vio crecer y extender las alas, reclamar espacio, moldearme, fundirme con el entorno, convertirme en el tipo de hombre que jamás imaginé que sería.
La habitación era espaciosa y tenía las paredes pintadas de verde menta. Las baldas superiores estaban llenas de trofeos, casi todos de carreras a corta distancia y relevos, aunque también había alguno de la liga de fútbol del condado. La cama era grande, con una colcha beis, y bajo la ventana se extendía el escritorio de madera oscura. Me acerqué y contemplé el exterior. Era un acto de lo más cotidiano, pero me resultó nostálgico porque lo había hecho cientos de veces cuando era peque?o: asomarme por el ventanal para buscar a Josh en la casa de enfrente.
Me dejé caer en la cama y cerré los ojos. Tan solo había dormido tres o cuatro horas la noche anterior y el sue?o me abrazó sin esfuerzo.
El reloj marcaba las siete de la tarde cuando me desperté. La luz rosada del atardecer ba?aba la estancia. Busqué el móvil y vi que tenía docenas de mensajes: felicitaciones de amigos del instituto y de la facultad, de mis tíos, de Josh y de Lena.
La llamé mientras cogía ropa limpia del armario y una toalla con la intención de darme una ducha.
—?Will? ?William?
—El mismo —dije.
—?Dónde te habías metido? ?Llevo todo el día llamándote! Estaba muy preocupada por ti. Temía que te hubiese pasado algo malo y…
—Cálmate, cari?o.
—?Qué ocurría?
—Nada. Pasé la noche con los chicos y he estado durmiendo casi todo el día. Me dolía la cabeza. —En eso, al menos, no mentía—. ?Todo bien por allí?
Tardó un instante en dejar a un lado su enfado.
—Como siempre. Mi padre apenas ha aparecido por casa esta semana, tuvo algún tipo de lío en el Senado. Y mi madre va a volverme loca con el tema de la boda.
—?Qué ha hecho ahora?
—Querrás decir qué no. Es la tercera vez que cambia el menú y está torturando a las chicas que se encargan de los arreglos florales.
—Cuando vuelva a Nueva York la semana que viene me ocuparé de que todo marche como es debido. Al fin y al cabo, es nuestra boda.
—Necesitaba oír eso. —Lena suspiró.
—Tengo que colgar ya, cari?o.
—Imaginaba que tendrías planes.
—Nada excesivo, o eso espero. Solo un par de cervezas y poco más.
—Claro. Por cierto… —Hizo una pausa y luego su voz sonó dulce y tierna, cargada de amor y devoción—: Feliz cumplea?os, Will.
Un escalofrío me atravesó cuando colgué el teléfono y lo dejé en la mesilla de noche. Me quedé unos segundos contemplando la punta de un calcetín rojo que sobresalía por la rendija del primer cajón. Aunque hacía apenas unas horas que había acariciado el cuerpo de Tiffany, tenía la sensación de que había ocurrido hacía una eternidad, a?os quizá. De camino a la ducha, me prometí que dejaría de comportarme como un idiota en cuanto pasase por el altar, como si firmar ese papel simbolizase un antes y un después. A partir de entonces, se acabarían los líos de una noche y los coqueteos. Sería una versión mejorada de mí mismo. Podía hacerlo, sí. Podía. No era la primera vez que me proponía algo semejante.
Bajé las escaleras aún con el cabello húmedo.
En Nebraska los veranos eran muy calurosos y los inviernos muy fríos. Los lugares así resultan algo simplones, como si todo dentro de ellos fuese demasiado evidente. A veces, tenía la sensación de que la gente que los habitaba era igual, peque?os charcos de agua estancada que ignoraban que allá fuera existían ríos y lagos, océanos inmensos.
—?Ya te marchas? —Mi madre me interceptó saliendo de la cocina.
—Sí. No sé a qué hora volveré.
—Bien. —Se acercó y me palmeó la mejilla con suavidad. Y en ese gesto hubo algo…, algo enredado—. Tu padre está en el jardín porque esta noche hay lluvia de Perseidas. ?No quieres ir un rato con él?
—Lo siento, llego tarde.
—Ya. Ve con cuidado.
Salí sin mirar atrás. Pasar un par de semanas en casa durante las vacaciones de verano era tan agobiante como refrescante. Acostumbrado a la libertad en la gran ciudad, tenía la sensación de que volver al hogar familiar era como ponerme una camisa de fuerza; me incomodaba tener que dar explicaciones cuando entraba y salía. Pero también era como viajar dentro de una máquina del tiempo y contemplar un mundo estático en el que todo seguía intacto, como una estantería llena, llenísima, de cientos de figuritas de cristal. Me calmaba pensar: ?Es posible que algún día todo lo demás estalle, pero aquí, en este lugar recóndito, siempre seguiré siendo el famoso, inigualable y querido Will Tucker?.