El mapa de los anhelos(72)



—Josh ha interpuesto una demanda.

—No lo entiendo…

—Una demanda contra ti.

A partir de ese instante, mis recuerdos se entremezclan.

Días largos y, al mismo tiempo, demasiado cortos. Lena sentada junto a mi cama acariciándome la frente con ternura. El parte que Josh había dado en el que negaba saber nada sobre ninguna carrera y mi estado aquella noche. La decepción anclada en el rostro de mi padre, aunque intentase disimularlo. La preocupación surcando el de mi madre. Muchas visitas del médico, enfermeras y auxiliares. Comida insípida que terminaba en la papelera. Multitud de pruebas; entre ellas, la que me cambió la vida.

Estaba dentro de ese tubo asfixiante.

?La sensación debe de parecerse a estar en un ataúd?, me dije. Y comprendí que, en realidad, había tenido muchas posibilidades de acabar así, dentro de una cajita de madera de dise?o, con buenos acabados, un acolchado de primera y apliques de un tono plateado. ?Qué fija esa pizca de suerte que determina que una ambulancia llegue rápido, los médicos sepan qué hacer y tu cuerpo responda al tratamiento? ?Es todo completamente aleatorio? ?Vivir o morir, morir o vivir, tan simple como lanzar una moneda al aire? ?Existe alguna razón para que alguien roce el final de su existencia, pero, en el último momento, pase de largo? Una segunda oportunidad, quizá. Una segunda oportunidad para hacer las cosas de otra manera, para volver atrás…

Abrí los ojos. Los ruidos me llenaban la cabeza.

Pensé: ?Ojalá los ataúdes sean un poco más cómodos?.

Fue entonces cuando me entró la risa, una carcajada extra?a se abrió paso en mi interior. Y, después, de golpe, tuve unas ganas inmensas de llorar. Pero tenía la sensación de que, si empezaba a hacerlo, si dejaba que escapase la primera lágrima, ya no podría parar. Lloraría hasta inundarlo todo: el hospital, la ciudad, el mundo, desbordaría el mar.

Estamos hechos de agua. Estamos hechos de lágrimas.

Cuando volví a la habitación del hospital, comprendí algo aterrador que marcaría todo lo que llegó después: no existía. Mi nombre estaba en una partida de nacimiento y, si me miraba al espejo, aparecía un chico de cabello oscuro, pero, en realidad, no había rastro del Will Tucker que todos creían conocer. Era una fantasía ridícula.

—?Cómo ha ido la prueba? —Lena sonrió.

No pude contestar. Tenía la garganta tan cerrada como el corazón.

No fue por la decisión de Josh, no fue por las múltiples heridas del accidente que soldarían con el paso del tiempo, no fue por las implicaciones que aquello tendría en mi historial laboral, no fue por la decadente soledad que me rodeaba.

Fue porque dentro de ese tubo me di cuenta de mi irrealidad y de que en ese vacío arrastraba a todos los que me rodeaban, como un tornado que se llevaba por delante lo que encontraba a su paso. Por retorcido que fuese, pensé que el golpe, ese accidente de coche, era lo mejor que podría haberme ocurrido. Porque no fue solo físico. Hubo algo más, otro golpe interno que rompió cosas que no tenían nada que ver con huesos, tendones o músculos, sino con el alma que, fisurada y agonizando, luchaba por sobrevivir.

La vida está llena de puntos y aparte.

—Lena. —El nombre sonó metálico al pronunciarlo y me recordó al sabor de la sangre cuando era peque?o y me lamía las heridas—. Lena… —repetí tras coger aire—: Tienes que irte.

—?Adónde? ?Qué necesitas?

Siempre tan servicial, tan inocente.

Imaginé la respuesta amable: ?Tienes que irte de mi vida, eso es lo que estoy diciendo. Tienes que salir de esta habitación y ponerte a salvo y ser feliz?.

Pero sabía que el otro camino sería más efectivo.

—No habrá boda. Lo siento. Lo siento de veras. Me gustaría haber sido el hombre que te mereces, pero no es así. Antes de que te preguntes si esto es por el accidente, si estoy aturdido o bloqueado, quiero que sepas que estuve con otra mujer. Y no es la primera vez. Probablemente, tampoco hubiese sido la última.

Hacía muchos a?os que no era tan sincero con nadie.

Lena permaneció de pie, en mitad de la habitación, mirándome con los ojos brillantes y el labio temblándole. Vi su lucha interior. Vi el ?te quiero y no te creo? enfrentándose al ?eres un jodido imbécil?. Ganó la segunda opción.

Salió de mi vida sin hacer ruido.

Cuando se fue, cuando Lena cerró esa puerta, me di cuenta de que, sin ella y Josh, no quedaba nadie con quien tuviese un vínculo real. El resto eran viejos conocidos o familia, aquellos que me acompa?aban desde los orígenes.

Y esa palabra retumbó dentro. Origen. El nido.

Después, como si fuese una se?al, llegó Lucy.





30


La chica del bote de purpurina


Abrí los ojos de golpe y di un respingo.

—?Quién narices eres tú? —grité.

—Así que no te acuerdas… —El cabello rubio le cubrió parte del rostro como una cortina cuando ladeó la cabeza—. Me llamo Lucy.

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