El mapa de los anhelos(42)
él apoya el codo derecho sobre su rodilla y se inclina hacia delante. Me estudia con mucha atención. Me pregunto qué ve. O qué no ve.
—?Te has planteado que no elegir también es una decisión en sí misma? ?Y si te pasas toda la vida anclada en esa indecisión?
Y comprendo entonces que no solo me hace esta pregunta a mí, sino también a sí mismo. Creo que los dos nos encontramos en el mismo punto de inflexión, justo en medio de la escalera, sin saber qué dirección tomar. ?Arriba o abajo? ?Abajo o arriba?
—No puedo darte la respuesta a eso.
El silencio vuelve. Pero es cómodo, casi liviano. Después de lo duro que ha sido el día de hoy tras la discusión de mis padres, la recogida de la ropa de Lucy y la noche en la dichosa fiesta a la que no debería haber ido, estar en la caravana con Will es reparador. No quiero que se acabe, así que me recuesto un poco sobre la almohada. Huele a él. Huele a cascadas y frío y violetas. Lo miro mientras se termina la infusión, se pone en pie y enjuaga el vaso antes de secarlo con delicadeza. Es… metódico. Me hace gracia pensar en nuestros opuestos; en el caos y el orden, la reflexión y la impulsividad.
—?Dónde vivías antes? —pregunto.
—Te lo diré si tú me explicas lo que ha ocurrido en la fiesta.
—No es importante. Ese tipo, Sebastien, es un imbécil.
—?Por qué habéis discutido?
—Digamos que… tenemos alguna cuenta pendiente por ahí. Tonteamos hace tiempo, el verano pasado. Fue por una buena causa, es difícil de explicar. Y luego empezó a decir que era una calientapollas.
—?Y el otro?
—?Quién?
—El de la moto.
Recuerdo que ya se vieron cuando me dejó en la puerta de mi casa semanas atrás y Tayler estaba esperándome. Me hago un ovillo. Noto la suavidad de las sábanas en la mejilla y sé que ha debido de cambiarlas hace poco porque, mezclado con el olor de Will, distingo peque?as notas florales del detergente. Inspiro con fuerza.
—Es Tayler. Un amigo. O algo así.
—?Algo así? es bastante ambiguo.
—Llevamos un par de a?os de idas y venidas, pero no es nada serio.
Will parece estar dándole vueltas al asunto antes de comentar: —Tienes un prototipo bastante singular.
—?Y qué quieres decir con eso?
—Nada.
—Tu ?nada? sí que es ambiguo.
—Olvídalo. Así que, en resumidas cuentas, a veces estás con Tayler y en otras ocasiones con Sebastien, ?voy por el camino correcto?
—No. Te he dicho que tonteé con Sebastien por una buena causa, no porque me gustase. Nunca tuvimos nada. Solo intentaba… ayudar a una amiga.
—?Y lo conseguiste?
Me tumbo bocarriba y tomo aire.
—Digamos que salió mal y ya está, pasemos al siguiente tema. Es decir, tú. ?Dónde vivías antes? Y quiero detalles, nada de generalizar.
Will sonríe despacio y vuelve a sentarse al lado.
—?Por qué deduces que no soy de Ink Lake?
—Porque eres del mismo a?o que Tayler y no lo conoces. Además, este no es tu sitio. Esas cosas se saben. Te mueves de forma distinta.
La sonrisa de Will se ha esfumado y permanece serio mientras se frota las manos y mira al frente. Carraspea antes de empezar a hablar: —Residí gran parte de mi vida en Lincoln, en uno de esos barrios perfectos que aparecen en los anuncios de monovolúmenes. Luego me fui a la universidad y acabé en Nueva York, en un apartamento en el Upper East Side.
—Y ahora aquí estás…
—Aquí estoy —concluye.
—?Por qué? —murmuro adormilada por culpa del alcohol, el cansancio y la tensión del día—. ?De qué estás huyendo? ?Y cómo es posible que tu cama sea tan cómoda?
él deja escapar el aire contenido y vuelve a sonreír. Pero es una sonrisa triste. Lo que todavía no he descubierto es si la tristeza se le ha colado dentro o si nace de él y se expande hacia fuera. Es como humo, eso sí lo sé. Humo incontenible.
—Duerme un rato, Grace.
Noto que se me cierran los ojos.
—?Me avisas en diez minutos? Solo eso y creo que estaré como nueva y podremos irnos. O seguir hablando. Lo que prefieras. —Mi voz es apenas un balbuceo.
—Sí, tranquila. Descansa.
Me cuesta enfocar la vista por culpa de la luz que entra por la ventana de la caravana. Parpadeo y tardo unos segundos en comprender que no estoy acurrucada en mi cama, sino en la de Will. Me giro y lo veo sentado en el banco con una novela en la mano. La imagen desprende cierta serenidad y me gustaría fotografiarlo para guardar este instante y colgarlo en la pared de mi habitación, justo al lado de las palabras que revolotean por mi cabeza como pájaros enjaulados.
—?Has pasado toda la noche ahí?
—Sí. Buenos días. —Cierra el libro y lo deja a un lado.
—?No has dormido, Will?
—El sue?o está sobrevalorado.
—Deberías haberme despertado.
—?Quieres café?