El mapa de los anhelos(37)
Y advierto que habla en pasado de las dos, aunque mi madre no esté muerta. Trago saliva, porque es evidente que lo dice de una manera plenamente consciente.
—?Qué más?
—Le gustaba llevar las riendas, no se dejaba manejar por nadie; solía decir que, si se equivocaba, quería ser ella quien hubiese tomado la decisión y no lamentarse por haberle hecho caso a otra persona. Y era muy divertida, aunque tenía un sentido del humor peculiar que creo que heredasteis vosotras. Podíamos hablar durante horas; recuerdo que, cuando salíamos a cenar, siempre éramos los últimos clientes y nos marchábamos porque empezaban a recoger, pero bromeábamos diciendo que nos habríamos quedado allí hasta el amanecer…
Me mira y es como si volviese al presente.
—?Y ahora? ?Sigues enamorado de ella?
No sabría decir si la expresión que aparece en su rostro es de enfado, de confusión o de pesar. Sus dedos juguetean con el salero y sacude la cabeza.
—Claro que sí, Grace.
Ojalá pudiese creerlo. Pero sé que miente.
Compartimos un helado de postre, pero ya no volvemos a hablar gran cosa; tan solo dejo caer que estoy cuidando de varios perros y que espero encontrar algo más estable pronto. Después, regresamos al coche y me siento tras el volante, aunque aún no tenga el permiso definitivo para hacerlo. Conduzco despacio, muy despacio. Lo dejo en la entrada de casa, quito la llave y tomo aire antes de soltar a bocajarro: —Lucy me ha pedido que done su ropa.
—?Qué has dicho? —sisea mientras me mira.
—Es que… es una larga historia. Me dejó un juego, ?El mapa de los anhelos?, y tengo que seguir una serie de pasos o algo así. Menuda locura, eh. —No sé si se lo digo a él o a mí misma—. Así que resulta que tengo un problema entre manos. Uno grande. Mamá no querrá que vacíe su armario. En otras palabras: tienes que ayudarme.
Se pasa una mano por el pelo. Parece terriblemente cansado.
—?Esto es una especie de broma de mal gusto?
—?Qué? ?No! ?Sabes que jamás haría algo así!
—Tienes razón. Lo siento…
Me pregunta por el juego y le cuento todo lo que sé, pero el papel que Will desempe?a en toda esta historia lo comento de pasada. Es como si desease quedármelo solo para mí y no compartirlo con nadie; al menos, hasta que pueda verlo bien, desde todos esos ángulos que todavía permanecen en las sombras. Me gusta que forme parte de mi vida, pero, al mismo tiempo, que sea ajeno a ella.
—Todo suena… surrealista.
—Ya. Pero ?me ayudarás?
—Lo intentaré, aunque los dos sabemos que no será fácil.
—Gracias, papá.
Estamos a punto de bajar del coche cuando oigo que toma aliento: —?Lucy dejó alguna carta para mí?
—No —susurro bajito.
Y, en este momento, cuando el dolor y la decepción ensombrecen su mirada, soy consciente de que una nota de Lucy, una en la que tan solo me pida que haga limpieza de armario, es profundamente valiosa. Porque significa que aún está aquí conmigo. Que me acompa?a paso a paso. Que todavía me quedan partes de ella que descubrir.
15
Aprender a perder el equilibrio
Es casi imposible predecir esos momentos decisivos que marcan un antes y un después, y también ser consciente de que estás viviendo uno de ellos justo cuando ocurre. Pero aquella tarde de octubre, a la tierna edad de trece a?os, lo supe.
Me puse los patines y entré en la solitaria pista. En las últimas semanas, se había convertido en una obsesión ver vídeos en los que una patinadora hacía piruetas imposibles rotando sin cesar. Y me había propuesto imitarla, aunque sabía que aún estaba muy lejos de conseguirlo a corto plazo.
Me deslicé por la pista para dirigirme hacia el centro. Después, intenté girar sobre mí misma y me caí al suelo. Miré a mi alrededor: no había nadie cerca, tan solo la chica de la taquilla, que leía una revista con aire distraído y mascaba chicle. Volví a levantarme para emular una vez más el movimiento, con el mismo resultado desastroso. Y así una y otra y otra vez. Tenía las rodillas doloridas por culpa de los golpes contra el hielo. Pero la testarudez ganaba la batalla. Me incorporé, cogí impulso para apoyarme en la parte anterior de la cuchilla del patín, detrás de la serreta, y después caí al suelo de nuevo.
No sé cuánto tiempo estuve intentándolo, pero al abandonar la pista de hielo me temblaban las piernas y sentía los músculos entumecidos. El resultado no había sido mucho mejor al terminar la sesión, así que podría haberlo considerado un fiasco, pero, cuando salí y me sacudió el viento de oto?o, tuve esa revelación que marcaría un antes y un después en mi vida, porque comprendí que el éxito está formado de peque?os y múltiples fracasos. Y cuando perder el equilibrio y caerte deja de darte miedo, todo cambia.
16
?Alguna vez te has sentido así?
Debería estar celebrando que he aprobado el examen para obtener el carné de conducir, pero, en cambio, estoy parada en mitad de mi habitación respirando profundamente una y otra vez. Abro los ojos. Contemplo mi pared llena de retazos que no tienen sentido para nadie más y fijo la vista en la última notita que he a?adido.