El mapa de los anhelos(36)
—De acuerdo. Pues vamos.
El coche de papá está aparcado delante del garaje. Subimos y meto marcha atrás con cuidado mientras él repite con suavidad: ?Despacio, despacio, despacio…?. Me entran ganas de dar un acelerón brusco, pero logro contenerme cuando el pie me tiembla sobre el pedal. ?Soy una buena chica?, me digo. Después, conduzco por las calles de Ink Lake mientras la noche cae sobre nosotros.
—Lo haces muy bien —comenta papá.
Llevamos un buen rato dando vueltas cuando pasamos por delante de mi hamburguesería preferida y le pregunto si le apetece que cenemos juntos. Al principio frunce el ce?o, consciente de la anomalía de la propuesta, pero al final asiente.
El establecimiento está casi vacío. Nos sentamos en una mesa peque?a y Mia viene a tomarnos nota. Cuando me reconoce, alza el mentón a modo de saludo.
—?Qué hay, Grace?
—Ninguna novedad.
—?Te apunto lo de siempre?
—Sí. ?Tú qué quieres, papá?
—Pues no estoy seguro… —Lee la carta, pero al final se pone nervioso cuando Mia cambia el peso del cuerpo de una pierna a otra—. Tomaré lo mismo que ella.
—Perfecto. En diez minutos estará listo.
El silencio se vuelve incómodo al quedarnos a solas. Hay un se?or mayor cenando en otra mesa y una pareja acaramelada un poco más allá. Mi padre mira algo en el móvil y yo lo miro a él. No puedo dejar de preguntarme quién es, quién es, quién es. Resulta que existe una disociación entre los recuerdos y la realidad, lo leí en alguna parte, así que ahora ya no estoy segura de si el hombre que me llevaba a hombros, aflojaba los castigos cuando mamá era demasiado dura o me llamaba saltamontes sigue existiendo en alguna parte. Quizá lo hizo alguna vez, existió, en pasado, pero luego desapareció.
Las cosas inmateriales que se esfuman son truenos en mi cabeza. En ocasiones las imagino flotando a la deriva: una amistad perdida, los cambios que nos obligan a dejar atrás parte de lo que fuimos, el tiempo que corre sin cesar, el amor sentido hacia una hermana o la tristeza cuando alguien abandona las tinieblas.
Podemos contar el dinero que tenemos en la cuenta bancaria, los minutos que usamos el móvil a diario o los centímetros que medimos. Pero no hay forma de cuantificar las cosas verdaderamente importantes más allá de usando un vago ?mucho?, ?moderado? o ?poco?. Tampoco podemos poseerlas; nos conformamos con un reloj porque no podemos meter el tiempo en un cajón de la mesilla de noche; con guardar unas viejas cartas porque no hay forma de coger el amor y dejarlo protegido en un bote de cristal.
Son cosas mutables. Y con el cambio llega el olvido.
La admiración que sentía por mi padre se esfumó en algún momento y no puedo volver a vivir esa emoción como si quisiese reproducir un disco de música que me encantaba a los catorce porque, a diferencia de los libros, los cuadros o todo lo material, los sentimientos son lo opuesto a lo inalterable. Pero estoy convencida de que en alguna realidad paralela debe de haber un sitio en el que ocurra justo lo contrario y puedan venderse en tiendas o meterse en los bolsillos todo tipo de ideas y pensamientos y pedazos de amor.
Mi padre deja el móvil a un lado y rompe el silencio: —Conozco esa mirada.
—?Sí? ?Y qué significa?
—Que estás tan dentro de ti misma que has perdido hasta el hilo de lo que sea que estés pensando.
No sé por qué, pero me pongo a la defensiva.
—Ya no me conoces tanto como crees.
él no intenta convencerme de lo contrario. Permanecemos en silencio hasta que Mia regresa con las hamburguesas y una cesta con varios botes de salsa. Me pongo un poco de todo y luego engullo la comida para mantener las manos y la boca ocupadas. Papá, en cambio, mordisquea alguna patata con aire distraído.
Me limpio con la servilleta cuando termino.
A él todavía le queda más de la mitad.
—?Puedo hacerte una pregunta?
—Claro, Grace.
—?Por qué te mudaste a Ink Lake?
—Ya lo sabes.
—No. Vuelve a contármelo.
Suspira y se recuesta contra el respaldo de su silla. Mia aparece para preguntarnos si queremos algo más, pero le digo que no y aguardo mirándolo.
—Conocí a tu madre en una convención en San Francisco. Tu abuela acababa de morir y Rosie no quería dejar solo a su padre en un momento tan delicado. Además, ella era la mejor agente inmobiliaria de toda la zona, hacía poco que la habían ascendido y pensamos que este lugar, a pesar de no ser una gran ciudad, sería el sitio perfecto para una vida familiar más tranquila.
—?Qué fue lo que te enamoró de ella?
—Grace, no sé qué estás…
—Por favor —ruego.
él suspira y suelta la patata que colgaba entre sus dedos. Alza la vista al techo, vuelve a bajarla, me mira y por fin comprende que de verdad esto es importante para mí.
—Era deslumbrante. Lucy siempre me recordó a ella en ese sentido. Tenían el don de entrar en una habitación e iluminarla. Aquel día, en la convención, había más de cien agentes de todo el país, pero cuando entré en el salón donde se celebraba mis ojos sencillamente se posaron sobre ella como si fuese un faro en medio de la tormenta.