El mapa de los anhelos(38)





?Un faro en medio de la tormenta?.



Fue la frase que dijo papá durante la conversación que tuvimos en la hamburguesería y no dejo de pensar en ella desde entonces. En si así debe de ser el amor: luz, seguridad, certezas. Y en qué ocurre si en algún momento una de las lentes se rompe o el mar se rebela con especial virulencia. ?Es ese el instante preciso en el que uno debe abandonar el faro antes de que las paredes se derrumben, los cimientos cedan y el océano lo engulla todo?

Los escucho discutir en el comedor.

Cuando no puedo soportarlo más, bajo las escaleras e interrumpo la escena. Cambio de cámara, entra en acción la hija que queda. La mirada desesperada de mi madre es tan intensa que, por un instante, me alegro, porque al menos eso significa que todavía es capaz de sentir algo. Aún quedan restos de la mujer que fue.

—?Lo sabe ella? —pregunta alzando la voz—. ?Le has contado a Grace que quieres deshacerte de toda la ropa de Lucy? ?Cómo puedes planteártelo siquiera?

Mi padre se mantiene sereno junto a la estantería de madera del salón, pero sé que está nervioso por cómo encoge los dedos de la mano derecha.

—Algo me comentó, sí —contesto.

—?Y no le dijiste que era una idea estúpida?

—Mamá… —Trago saliva—. En realidad…

—En realidad se ha ofrecido voluntaria para echarme una mano. Llevaremos al centro social lo que decidamos donar y el resto lo guardaremos en el desván.

Ella nos mira a los dos con los ojos vidriosos.

—?Por qué estáis haciendo esto?

—Porque es lo correcto, Rosie. Alguien podrá… hacer uso de sus cosas. —A papá se le quiebra la voz, pero ella está tan centrada en su propio dolor que ni siquiera lo percibe—. Y debemos seguir adelante, debemos volver a…

—No digas ni una sola palabra más, Jacob.

Ni siquiera me mira antes de salir del comedor.

Cuando papá y yo nos quedamos a solas, dejo escapar el aire contenido y siento que me desinflo. Si fuese un globo de helio, ahora mismo caería en picado y me quedaría enredada entre las ramas de algún árbol.

—Te dije que no sería fácil.

—?Por qué no se lo has contado?

—?Lo del juego de Lucy? —él niega con la cabeza—. En estos momentos, la destrozaría. Además, creo que esa decisión te pertenece a ti.



Entramos en la habitación de mi hermana esa misma tarde. La puerta ha permanecido cerrada todos los días durante estos casi seis meses y los otros tantos que pasó en el hospital antes de morir. Nos recibe una cama con una colcha rosa con diminutas florecitas amarillas, mu?ecas y peluches sobre las baldas que parecen aguardar con tristeza el regreso de su due?a, un escritorio pulcro y ordenado, con un bote lleno de bolígrafos de colores, como si Lucy fuese a usarlos alguna vez más y, apiladas, varias de esas novelas románticas que tanto le gustaba leer.

Giro sobre mí misma y lanzo un suspiro.

—No sé por dónde empezar.

—El armario. Es lo que dijo, ?no? Que donases la ropa. —Papá se dirige decidido hasta el mueble de dos puertas, toma aire y las abre de par en par.

Las cajas que hemos traído del trastero se van llenando con la ropa de Lucy. Es una sensación indescriptible la de coger cada vestido, sacarlo de su percha como quien despoja a alguien de su hogar, doblarlo y decirle adiós. Muchas prendas me traen recuerdos. Lucy comiéndose un helado que goteó hasta dejar un reguero de fresa sobre una sudadera azulada. Lucy dando vueltas con una falda de vuelo plisada. Lucy saltando los charcos conmigo con sus botas de agua. Lucy eligiendo un vestido de gasa granate porque logró asistir al baile de fin de curso junto a su mejor amiga. Lucy y lo mucho que le gustaban los zapatos estrafalarios y llamativos.

Lucy, Lucy, Lucy…

—?Tú crees que está bien lo que hacemos?

—No lo sé. —Papá me mira—. Pero como ninguno de nosotros parece tener las respuestas adecuadas… cumpliremos los deseos de Lucy.

Y acto seguido mete en una bolsa una chaqueta de lana rojiza con distintas tonalidades: un tono vino en las mangas que se va aclarando hasta alcanzar el rosado en la zona del ombligo. Así era el aura de mi hermana: pasional, dulce y decidida.

Le regalé la prenda tres cumplea?os atrás.

—No la tires —le pido a papá—. Dámela.

—?Estás segura?

—Sí.

Me llevo la chaqueta a la nariz y huelo el suavizante. Luego la froto contra mi mejilla. Es muy suave. Tanto como lo era la voz de Lucy cuando me metía en su cama y nos quedábamos hablando en susurros hasta bien entrada la madrugada.

Tengo un nudo en la garganta.

—?Estás bien, Grace?

—No.

—Tómate un descanso.

Me levanto con la chaqueta en las manos y me alejo hasta la ventana desde donde se ve la calle en la que hemos crecido. De vez en cuando me giro y contemplo a papá guardando con mimo cada una de las prendas: las coge con mucha delicadeza, revisa las costuras, aplana algunas arrugas con los dedos, las dobla como si fuesen a formar parte de un desfile de moda. Está tan absorto en ello que no parece ser consciente de que sigo allí hasta que se levanta para buscar precinto en los cajones del escritorio.

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