El mapa de los anhelos(44)







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En busca de la belleza


La situación en casa no ha mejorado precisamente después de lo que hicimos papá y yo con la ropa de Lucy, algo que mi madre considera una traición. Su vida transcurre entre el sofá y la cama, la cama y el sofá. Si no la encuentro en un sitio, siempre sé a qué otro ir a buscarla; aunque, para ser sincera, ya no necesito nada de ella.

Al menos, eso me repito cada día.

No-la-necesito. No-la-necesito.

El lunes me entretengo más de la cuenta durante el paseo con Mr. Flu y, cuando regreso a casa de la se?ora Rogers, me la encuentro en la cocina antes de que pueda coger la paga semanal que siempre deja en un sobre y largarme.

—Buenos días, Grace. ?Cómo va todo?

—Bien. Le he puesto ya la comida.

El crujido que produce Mr. Flu cada vez que tritura un trozo de pienso no deja lugar a dudas, pero Anne no le presta más atención.

—Gracias. Dale recuerdos a tu madre.

—Claro, lo haré —contesto amable.

Es mentira. Y creo que Anne lo sabe.

En cualquier caso, no a?ade nada más y a continuación me dirijo a las casas de Emily Trenton y Karen Stewart para sacar a pasear a sus respectivas mascotas. Si he de ser sincera, nunca me imaginé dedicándome a esto y apenas cubro mis gastos personales con lo que gano, pero encaja con mi situación actual, que es seguir en esta especie de limbo.

Así que eso es todo lo que hago durante la semana: paseo a simpáticos perros, voy a terapia de grupo, veo anochecer en el hueco de la ventana, pienso en mandarle mensajes a Will y finalmente nunca me atrevo a hacerlo y soy una espectadora silenciosa de la película ?Mamá vive en el sofá y otras catastróficas desdichas?.

El viernes, al terminar la jornada, le pregunto: —?Has comido?

—No.

—?Te preparo algo?

—Gracias, pero no tengo mucha hambre.

—?Un sándwich, quizá?

—No, Grace. En serio.

Dejo de insistir y subo a mi habitación. Es un rincón tan mío que a veces tengo la sensación de que dejo desperdigadas aquí y allá las cosas que no puedo contener, mis obsesiones incorregibles, las dudas sin respuesta, las palabras perdidas, las fotografías de instantes que no me pertenecen…

Me tumbo en la cama y vuelvo a leer la carta de Lucy.



Peque?a Grace:

Has llegado a la mitad del juego. ?Recuerdas lo que solía decirte cuando hablábamos de estrategias? El ecuador siempre es un momento clave y creo que puede trasladarse a cualquier aspecto vital. Verás, ahora es cuando debes decidir si sigues adelante o no y, si lo haces, toma impulso y no vuelvas a mirar atrás.

?Te cuento un secreto? Cuando entro en tu habitación tengo la sensación de que, como te sientes incapaz de cambiar el mundo de ahí fuera, te contentas con ser la reina indiscutible en tu diminuto castillo. Y eso está bien, pero me pregunto si detrás de toda esa colección de cosas bonitas se esconde algún temor. ?Qué intentas ocultar, Grace?

Para completar esta casilla tienes que ser sincera contigo misma, porque nadie más sabrá si lo has logrado. El mensaje es: busca la belleza.

Sé que sabrás a qué me refiero cuando la encuentres.

Con amor, Lucy.



Tengo la mente en blanco y ninguna idea sobre qué pretende que haga. El primer día pensé que, como lo nombraba, quizá tuviese algo que ver con la pared sobre la cama. Estuve horas mirando mi colección de palabras, fotografías y postales con obras de arte que habían logrado sacudirme en algún momento. Ahí estaba toda esa belleza apabullante: algunas instantáneas de Nan Goldin, Dorothea Lange o Cindy Sherman. La piedad de Miguel ángel, que siempre me remueve, y la Venus de Milo, Laocoonte y sus hijos o el Discóbolo de Mirón. Y, un poco más allá, el Guernica, La noche estrellada de Van Gogh, Los nenúfares de Monet o El beso de Gustav Klimt.

Le doy un tironcito a esta última postal y la arranco de la pared. La observo de cerca, casi pegándola a mi nariz. Me fascinó desde la primera vez que la vi en un libro de texto del instituto. Quizá por esa idea de ternura y devoción, por mucho que reniegue de la palabra ?amor?. O porque siempre me han gustado las cosas brillantes y me maravilló que estuviese hecha con pan de oro y el choque de estilos artísticos. O por la intimidad de la escena, la manera en la que él la abraza y ella cierra los ojos con abandono.

?Puede que sea esta la belleza de la que hablaba Lucy? ?Que el estómago se te encoja ante una obra de arte? ?O que un libro se te quede dentro del alma?

Como no estoy segura, dejo la postal en la mesilla de noche.

El teléfono suena poco después. Es el abuelo.

—?Cómo van las cosas, Grace?

—Bien. —Con el móvil entre el hombro y la oreja, cojo algunas prendas de ropa desperdigadas sobre la cama y empiezo a doblarlas—. ?Y tú?

—Bastante satisfecho. He decidido que volveré a mediados de verano.

—Vaya. —No pensaba que lo alargaría tanto.

—Pero si crees que me necesitas allí…

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