El lado bueno de las cosas(78)
—Creo que, tal vez, deberíamos limitar el sexo a diez veces a la semana —dije.
Nunca olvidaré su cara. Me miraba como si le hubiera disparado en el estómago.
—?Algo va mal? —dijo—. ?Estoy haciendo algo mal?
—No. No tiene nada que ver con eso.
—Entonces ?qué es?
—No lo sé. ?Te parece normal tener sexo siete u ocho veces al día?
—?Ya no me quieres? —me preguntó Tommy con esa mirada de ni?o peque?o herido; aún lo veo cada vez que cierro los ojos.
Por supuesto le dije a Tommy que lo quería más que nunca, pero que me gustaría poner un poco de freno al sexo. Le dije que quería hablar más con él, dar paseos, y encontrar nuevas aficiones para que el sexo volviera a ser especial.
—Tener mucho sexo —le dije— es como que le quita la magia.
Por alguna razón, sugerí que fuéramos a montar a caballo.
—O sea, ?que me estás diciendo que la magia se ha acabado? —me dijo, y esa fue la última cosa que me dijo.
Recuerdo haber hablado mucho después de que él dijera eso, contarle que podíamos tener todo el sexo que quisiéramos y que esto era solo una sugerencia, pero estaba herido. él me miraba recelosamente todo el tiempo, como si yo estuviera enga?ándolo o algo así. Pero no lo estaba. Solo quería que bajáramos un poco el ritmo para que pudiera apreciar más el sexo. ?Demasiado de algo bueno?, era todo lo que quería decirle. Pero estaba claro que le había hecho da?o, porque antes de que pudiera acabar de explicárselo, se levantó y se fue arriba a ducharse. Salió de casa sin decir adiós.
Recibí una llamada del trabajo. Todo lo que recuerdo es oír que Tommy estaba herido y que lo llevaban al West Jersey Hospital. Cuando llegué al hospital había una docena de hombres vestidos de uniforme, policías por todos lados. Sus brillantes ojos me lo dijeron.
Más tarde averigüé que Tommy había ido al centro comercial Cherry Hall durante su descanso para comer. Encontraron una bolsa de Victoria’s Secret llena de lencería en su coche; todas las prendas eran de mi talla. De vuelta a Haddonfield, paró a ayudar a una mujer mayor a cambiar el neumático. Por qué no llamó a una grúa nunca lo sabremos, pero Tommy siempre intentaba ayudar a la gente así. El coche estaba detrás de él, las luces estaban en marcha, pero estaba cambiando una de las ruedas que daban a la calle. A algún conductor que había bebido durante la comida se le cayó el móvil y, cuando se agachó a recogerlo, giró el volante hacia la derecha, golpeó de refilón el coche de la mujer y aplastó con la rueda la cabeza de Tommy.
El titular en el periódico local decía: ?El oficial de policía Thomas Reed, responsable de empezar el programa Sin-Beber-al-Volante en el Instituto Haddonfield, fue asesinado por un conductor ebrio?. Era todo muy irónico, incluso divertido en un modo sádico. Había muchos polis en su funeral. Los ni?os del instituto convirtieron el césped de mi entrada en un monumento conmemorativo viviente, ya que permanecieron de pie en la acera con velas y colocaron flores ante una foto enorme de Tommy vestido como MC Hammer, haciendo de maestro de ceremonias en una de las noches de karaoke de profesores; alguien había plastificado la foto y la había expuesto. Como yo no quería salir, esos adolescentes me cantaron de una forma muy dulce las primeras tardes, con sus bonitas voces tristes. Nuestros amigos me trajeron comida, el padre Carey me habló del cielo, mis padres lloraron conmigo, y Ronnie y Veronica se quedaron en mi casa durante la primera semana o así. Pero lo único en lo que podía pensar era en que Tommy murió creyendo que yo ya no quería tener sexo con él. Me sentía tan culpable, Pat… Quería morir. Pensaba que si no hubiese ido a Victoria’s Secret durante su hora de comer, si no hubiéramos tenido la discusión, entonces nunca habría pasado por donde estaba la mujer con el neumático pinchado, lo que significaría que no lo habrían matado. Me sentía muy culpable. Todavía me siento tan jodidamente culpable…
Después de unas semanas, volví al trabajo, pero en mi mente todo había cambiado. La culpa se transformó en necesidad y, de repente, ansiaba mucho el sexo. Me explicaron que experimentar la muerte de segunda mano provoca biológicamente la necesidad de reproducirse, así que tiene más sentido, supongo, pero yo no buscaba reproducirme, yo quería follar. De modo que empecé a follar con tíos, cualquier tío era un juego. Todo lo que tenía que hacer era mirar a un hombre de cierta manera, y en pocos segundos sabía si iban a follarme. Y cuando lo hacían, cerraba los ojos, pensando que era Tommy. Para estar con mi marido de nuevo, follaba con tíos en cualquier sitio. En el coche. En un guardarropa en el trabajo. En un callejón. Detrás de un arbusto. En unos lavabos públicos. En cualquier sitio. Pero en mi mente, siempre estaba bajo la mesa de la cocina, y Tommy había vuelto a mí, y yo no le había dicho que estaba cansada de tener sexo, sino que haría el amor con él tantas veces como lo necesitara porque lo amaba con todo mi corazón.
Estaba enferma, y había muchos hombres que estaban ansiosos por aprovecharse de mi enfermedad. En todas partes había hombres que, con regocijo, follarían con esta mujer enferma mental.