El lado bueno de las cosas(27)


—Mientras dejen entrar a los del equipo contrario en nuestra casa, yo no sé si podré dominarme.

En cierto modo esto es gracioso, pues han pasado casi veinticinco a?os desde que papá pegara a ese aficionado de los Dallas, y ahora solo es un hombre viejo y gordo que no creo que fuera a pegar a otro hombre viejo y gordo como él. Aunque mi padre me pegó bastante fuerte hace unas semanas en la buhardilla, así que quizá sí es sabio por su parte permanecer alejado del campo.

Mientras cruzamos el puente Walt Whitman, mi padre dice que puede que este sea un día importante en la historia de los Eagles, especialmente puesto que los Giants ganaron los dos partidos del a?o pasado.

—?Venganza! —grita una y otra vez indiscriminadamente.

Me dice también que he de gritar y pitarle a Eli Manning (que gracias a la sección de deportes sé que es el quarterback de los Giants) para que no pueda hablar o escuchar durante los corrillos.

—Grita con todas tus fuerzas, porque tú eres el decimosegundo hombre —dice papá. La manera en que papá me habla, casi sin hacer pausas y sin dejarme responder, hace que parezca un loco, aunque ya sé que la mayoría de la gente cree que yo soy el loco de la familia.

Cuando al fin llegamos, papá cesa su charla sobre los Eagles el tiempo suficiente para decir:

—Es bueno que vengas a ver los partidos con Jake otra vez. Tu hermano te ha echado mucho de menos. ?Te das cuenta? Necesitas dedicar tiempo a tu familia, no importa lo que pase en las otras facetas de tu vida, porque Jake y tu madre te necesitan.

Esto es muy irónico, pues él casi no me ha hablado desde que volví a casa y prácticamente no pasa nada de tiempo conmigo, con mi madre o con Jake, pero al menos mi padre por fin me está hablando. Todo el tiempo que yo he pasado con Jake o con él ha estado relacionado con los deportes (especialmente con los Eagles) y sé que esto es todo lo que se puede permitir emocionalmente, así que lo acepto con agrado y le digo:

—Ojalá tú también vinieras a ver el partido, papá.

—A mí también me gustaría —responde.

Me deja a unas diez manzanas del nuevo estadio, donde puede dar media vuelta y así evitar el tráfico.

—Tendrás que apa?ártelas para volver a casa —dice—, no voy a conducir hasta este zoo de nuevo.

Le doy las gracias por haberme traído y justo antes de que cierre la puerta, levanta las manos en el aire y grita:

—?Ahhhhhhhhh!

Yo también levanto las manos y grito:

—?Ahhhhhhhhh!

Hay un grupo de hombres tomando cerveza en una furgoneta cercana a nosotros; ellos también levantan las manos y gritan. Somos hombres unidos por un equipo. Hacemos juntos el cántico y me siento feliz; ahora recuerdo lo divertido que era estar en South Philly un día de partido.

Mientras camino por la calle Once de camino al aparcamiento del Lincoln Financial Field (siguiendo las directrices que me dio mi hermano por teléfono la noche anterior) me cruzo con un montón de gente que lleva camisetas de los Eagles. Por todas partes puede verse el color verde. Hay mucha gente bebiendo cerveza en vasos de plástico, jugando con balones y escuchando el programa previo al partido de la WIP 610 por la radio. Cuando me ven pasar me saludan, chocan las manos con las mías, me pasan el balón y gritan: ??Adelante, Pajarracos!?, solo porque llevo puesta una camiseta de los Eagles. Veo a ni?os con sus padres y ancianos con sus hijos mayores. Hombres gritando, cantando y sonriendo como si fueran ni?os de nuevo. Entonces me doy cuenta de cuánto lo he echado de menos.

Aunque no quiero, no puedo evitar buscar el estadio de los Vet y solamente encuentro el aparcamiento. Hay un nuevo estadio para los Phillies también, se llama Citizens Bank Park. En la entrada hay un cartel gigantesco de un nuevo jugador llamado Ryan Howard. Todo esto parece sugerirme que papá y Jake no me mentían cuando me dijeron que el estadio había sido demolido. Trato de no pensar en las fechas que mencionaron y me centro en disfrutar del partido y de pasar tiempo con mi hermano.

Encuentro el aparcamiento de la derecha y empiezo a buscar la tienda de campa?a verde con la bandera negra de los Eagles arriba. El aparcamiento está lleno (de tiendas de campa?a, barbacoas y fiestas por todas partes), pero tras diez minutos de búsqueda encuentro a mi hermano.

Jake lleva una camiseta en recuerdo de Jerome Brown con el número 99 (Jerome Brown fue designado dos veces el mejor jugador de defensa y placajes de la liga, y murió en un accidente de coche en 1992). Mi hermano está bebiendo cerveza de una copa verde; está de pie junto a su amigo Scott, que se está ocupando de la comida. A Jake se le ve feliz y por un instante simplemente disfruto viendo cómo sonríe y cómo rodea a Scott con el brazo. Yo no había visto a Scott desde la última vez que estuve en South Philly. Jake tiene la cara roja y parece que ya va un poco borracho, pero no me preocupo, Jake siempre ha sido un borracho alegre. Como a mi padre, nada hace a Jake más feliz que un partido de los Eagles.

Cuando Jake me ve, grita:

—?Hank Baskett de fiesta con nosotros! —Luego echa a correr hacia mí, chocamos las manos y también el pecho.

—?Qué hay, tío? —me dice Scott mientras chocamos los cinco. La gigantesca sonrisa de su boca sugiere que se alegra de verme—. Tío, estás realmente tremendo. ?Qué has estado levantando, coches?

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