El lado bueno de las cosas(32)
En el tiempo de descuento, Plaxico Burress supera a Sheldon Brown y al final los Giants se marchan de Filadelfia con una victoria.
Es terrible verlo.
Al salir del Linc, Scott dice:
—Será mejor que no volváis a donde está la tienda en el aparcamiento. Seguro que ese capullo os espera allí.
Así que le decimos adiós a Scott y seguimos a las masas hasta la entrada del metro.
Jake tiene billetes, así que pasamos los torniquetes, descendemos y nos abrimos paso para meternos en uno de los vagones. La gente grita: ??Ya no hay sitio!?, pero Jake se apretuja contra la gente y luego me empuja a mí hacia dentro. Tengo el pecho de mi hermano completamente pegado a la espalda y noto los cuerpos de extra?os tocando mis brazos. Cuando finalmente se cierran las puertas, tengo la nariz pegada al cristal de la ventana.
El olor a cerveza surge a través del sudor que desprendemos y resulta amargo.
No me gusta estar tan pegado a tantos extra?os, pero no digo nada y pronto llegamos al ayuntamiento.
Cuando salimos del tren giramos por otro torniquete, nos dirigimos al centro de la ciudad y vamos caminando por Market Street, pasamos por las viejas tiendas, los nuevos hoteles y el museo.
—?Quieres ver mi apartamento? —dice Jake cuando llegamos a la estación del PATCO en Eighth con Market, que es donde puedo tomar un metro hacia el puente Ben Franklin para ir a Collingswood.
Sí que quiero ver el apartamento de Jake, pero estoy cansado y ansioso por llegar a casa para hacer unas pesas antes de ir a la cama, así que le pregunto si lo puedo ver otro día.
—Claro —dice—, me gusta tenerte de vuelta, hermano. Hoy has sido un auténtico aficionado de los Eagles.
Asiento con la cabeza.
—Dile a papá que los Pajarracos remontarán la semana que viene contra San Fran.
Asiento de nuevo.
Mi hermano me sorprende cuando me rodea con sus brazos, me da un abrazo y dice:
—Te quiero, hermano, gracias por dar la cara por mí en el aparcamiento.
Le digo que yo también le quiero y él se va cantando por la calle Market Street la canción ?Volad, Eagles, volad?, tan alto como le permiten sus pulmones.
Yo me meto en el metro, inserto los cinco dólares que me ha dado mi madre en la máquina de cambio, compro un billete, paso por el torniquete, bajo más escalones y llego al andén. Allí empiezo a pensar en el peque?o que llevaba la camiseta de los Giants. ??Lloraría mucho cuando vio la sangrienta barbilla de su padre? ?Llegaría a ver el partido??. Hay más tipos con camisetas de los Eagles en los bancos del andén; todos asienten con miradas compasivas cuando ven mi camiseta de Hank Baskett.
En una esquina de la plataforma un hombre grita:
—?Jodidos malditos Pajarracos! —Luego patea una papelera.
Otro hombre que está junto a mí sacude la cabeza y susurra:
—Jodidos malditos Pajarracos.
Cuando llega el tren decido quedarme de pie junto a la puerta. Mientras el tren cruza el río Delaware y el puente Ben Franklin, yo miro el cielo recortado de edificios de la ciudad y de nuevo vuelvo a pensar en el crío llorando. Me siento muy mal cuando pienso en el ni?o.
Me bajo del tren en Collingswood, camino por la plataforma, paso mi billete por el torniquete y camino de vuelta a casa.
Mi madre está sentada en la salita tomándose un té.
—?Cómo está papá? —pregunto.
Sacude la cabeza y se?ala el televisor.
El cristal está roto y parece que haya una telara?a.
—?Qué ha pasado?
—Tu padre ha estampado la lamparita contra la pantalla.
—?Porque los Eagles han perdido?
—En realidad no. Lo ha hecho cuando los Giants han empatado al final del último cuarto. Tu padre ha tenido que ver cómo los Eagles perdían el partido en la tele del dormitorio —dice mi madre—. ?Cómo está tu hermano?
—Bien —digo—. ?Dónde está papá?
—En su despacho.
—Oh.
—Siento que tu equipo perdiera —dice mamá, aunque sé que solo lo dice para ser amable.
—No pasa nada —respondo, y bajo al sótano, donde me dedico a levantar pesas durante horas tratando de olvidar lo del peque?o aficionado de los Giants, pero no consigo sacarme al ni?o de la cabeza.
Por algún motivo me quedo dormido sobre la alfombra que hay en el suelo del sótano. En mis sue?os reproduzco la pelea una y otra vez, solo que en vez de que el aficionado de los Giants traiga a un ni?o, en el sue?o el aficionado trae a Nikki al partido y ella también lleva una camiseta de los Giants. Cada vez que golpeo al tío grande, aparece Nikki de entre las masas, acuna la cabeza de Kenny en sus brazos, lo besa en la frente y luego me mira.
Justo antes de que eche a correr me dice:
—Pat, eres un animal y nunca más volveré a quererte.
En mis sue?os lloro y trato de no pegarle al aficionado de los Giants cada vez que reproduzco la escena en mi mente, pero no puedo controlarme en sue?os más de lo que lo hago en la realidad y de lo que lo hice al ver la sangre en las manos de Jake.
Me despierto con el sonido que hace la puerta del sótano al cerrarse y veo la luz que entra por las peque?as ventanas y que se refleja en la lavadora y la secadora. Subo los escalones y no puedo creerme que la sección de deportes esté ahí.