El lado bueno de las cosas(30)



Estoy demasiado sorprendido para responder. Había unas cincuenta personas cantando, ?por qué la toma conmigo? ?Por qué? Yo ni siquiera estaba cantando, ni siquiera estaba se?alándolo. Quiero decirle esto, pero mi boca no funciona y me quedo ahí quieto moviendo la cabeza.

—Si no quieres tener problemas, no vengas a un partido de los Eagles con una camiseta de los Giants —dice Scott.

—Un buen padre no traería a su hijo aquí vestido de esa manera —a?ade Jake.

La masa se forma de nuevo rápidamente. Un círculo verde nos rodea y yo pienso que este aficionado de los Giants debe de estar loco. Uno de sus amigos ha venido a hablar con él y a calmarle.

—Vamos, Kenny, déjale. No querían hacer nada malo. Solo era una broma.

—?Cuál es tu jodido problema? —dice Kenny mientras me sacude.

Es en este punto cuando los aficionados de los Eagles empiezan a cantar:

—?Capuuuuuullo! ?Capuuuuuullo! ?Capuuuuuullo!

Kenny me mira a los ojos, le chirrían los dientes y tiene las venas del cuello marcadas. él también levanta pesas. Sus brazos parecen más grandes que los míos y es más alto que yo.

Miro a Jake en busca de ayuda y me doy cuenta de que él también parece un poco preocupado.

Jake da un paso frente a mí, levanta las manos en el aire indicando que no quiere hacerle da?o a nadie, pero antes de que pueda decir nada el aficionado de los Giants coge a mi hermano por la camiseta de Jerome Brown y lo tira al suelo.

Veo a mi hermano en el suelo (su mano derrapando por el asfalto) y luego veo cómo empieza a brotar sangre de entre sus dedos. Jake está asustado y aturdido.

Mi hermano está herido.

Mi hermano está herido.

MI HERMANO ESTá HERIDO.

Entonces exploto.

El mal sentimiento que tengo en mi estómago me sube por el pecho hasta que llega a mis manos y no puedo parar. Me muevo hacia delante como si fuera un camión Mac. Le pego con la izquierda en la mejilla y luego con la derecha en la barbilla, tan fuerte que lo levanto del suelo. Lo veo volar por los aires como si se hubiera lanzado de espaldas a la piscina. Su espalda golpea contra el suelo, y sus pies y manos se quedan quietos. En ese instante estoy seguro de que el aficionado de los Giants está muerto. No se mueve y la masa se ha callado.

Alguien grita:

—?Llamad a una ambulancia!

Otro grita:

—?Decidles que traigan una bolsa roja y azul!

—Lo siento —susurro, pues me cuesta hablar y me encuentro muy mal—, lo siento mucho.

Y entonces echo a correr.

Deambulo entre las masas de gente, cruzo calles, rodeo los coches y puedo oír los pitidos y a los conductores maldiciéndome. De repente me entran náuseas y cuando me doy cuenta estoy vomitando en la acera (los huevos, la salchicha y la cerveza). La gente me grita, me dice que soy un borracho y un capullo, y entonces vuelvo a echar a correr calle abajo alejándome de los estadios.

Cuando siento que estoy a punto de vomitar me paro y descubro que me he quedado solo. Ya no hay más aficionados de los Eagles por donde estoy yo. Hay una alambrada de tela metálica y un almacén que parece abandonado.

Vomito otra vez.

En la acera, al lado del charco que estoy haciendo, hay pedazos de un cristal roto que brillan al sol.

Lloro.

Me siento fatal.

Caigo en la cuenta de que voy a ir a la cárcel (he matado a un hombre y ahora Nikki nunca volverá conmigo); sigo llorando; soy solo un desperdicio, una jodida mala persona.

Camino una manzana más y me detengo.

Miro al cielo.

Veo pasar una nube bajo el sol.

La parte de arriba se ve de color blanco y brillante.

Entonces lo recuerdo.

No te rindas, pienso. Todavía no.

—?Pat! ?Pat! ?Espera!

Me doy la vuelta, miro hacia donde están los estadios y veo que mi hermano viene hacia mí. Durante el siguiente minuto, Jake cada vez se hace más y más grande hasta que está frente a mí y se inclina mientras empieza a resoplar y a coger aire.

—Quiero entregarme —digo—, a la policía. Quiero entregarme.

—?Por qué?

—Por haber matado a ese aficionado de los Giants.

Jake se ríe.

—Le has dado su merecido. Pero no lo has matado, Pat.

—?Cómo lo sabes?

Jake sonríe, saca su teléfono móvil, marca un número y se acerca el teléfono a la oreja.

—Lo he encontrado —dice Jake—; sí, díselo.

Jake me da el teléfono. Me lo acerco a la oreja.

—?Hablo con Rocky Balboa? —Reconozco la voz de Scott—. Escucha, el capullo al que has golpeado está muy cabreado; mejor que no vuelvas a la tienda.

—?No está muerto? —pregunto.

—No, pero tú podrías estarlo si vuelves aquí.

Me invade una oleada de alivio y por un segundo me siento bien.

Scott me explica que él y los chicos gordos de la tienda de campa?a se han ocupado de que no me encontraran y que nadie había sido capaz de identificarnos a Jake o a mí cuando ha llegado la policía.

—Puede que al aficionado de los Giants le hagan falta unos cuantos puntos —dice Scott—, pero por lo demás está bien.

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