Cuando no queden más estrellas que contar(126)
—??Están aquí, en Madrid?!
—Sí. Quieren que te diga que todos te echan de menos en la villa.
—Podrían haberme llamado —replicó con cierto desdén.
—Y tú a ellos. Has perdido el contacto con todo el mundo.
Bajó la mirada un momento y tragó saliva. Abrió la boca para decir algo, pero lo pensó mejor y volvió a cerrarla. Su arranque irreverente se evaporó de golpe.
Cogí aire, impaciente y nerviosa. No había ido hasta allí para discutir. Di un paso hacia él. Me miró con cautela y una vulnerabilidad tan frágil como la que yo sentía.
—Lucas, estoy aquí porque alguien me comentó una vez que debería vivir según mi instinto. Me explicó que la intuición es un impulso que nace en nuestro interior. Un deseo. Aquello que realmente queremos más que nada —susurré temblorosa—. Bien, pues mi instinto es el que me ha traído hasta aquí para decirte que no me arrepiento de haberme ido, pero sí de no haberte dicho algunas cosas antes.
Su mirada brilló desconfiada.
—?Qué cosas?
—Muchas, tantas que no sé por dónde empezar. —Inspiré hondo e hice acopio de todo mi valor—. Lucas, este no es tu sitio. Tú no deseas nada de esto y lo sabes. Es evidente que tu familia te importa y te preocupa lo que pueda ocurrirle a tu padre, y eso está bien. Pero no es ese sentimiento el que te mantiene aquí, sino la culpabilidad. ?Y no es justo!, porque tú nunca has hecho nada malo que debas compensar. No es justo que te sacrifiques de este modo, porque se trata de tu vida y ya no te pertenece. Durante semanas he visto cómo dejabas de ser tú mismo y te transformabas en otra persona. Esa que prometiste no volver a ser nunca. Has ido desapareciendo poco a poco y ahora casi no te reconozco, y lo que más lamento es haberme quedado mirando mientras ocurría, en lugar de ayudarte. Lamento haberme marchado como si no me importaras. Y lamento haberte dicho que nunca hubo un nosotros, porque no era cierto, lo había. —Noté el escozor de las lágrimas tras los párpados—. Aún puede haberlo.
Lucas me lanzó una mirada con la que me cuestionaba.
—?Aún? —inquirió con la voz ronca.
—Eh, perdona —dijo el taxista desde el otro lado de la calle—. Mi turno está a punto de terminar.
—Enseguida voy.
Contemplé de nuevo a Lucas. Tenía los hombros en tensión y le costaba mirarme.
En mi interior las emociones se agitaban como un mar revuelto.
—Te quiero, Lucas. Eso también debí decírtelo.
Sus ojos se abrieron de golpe y una miríada de emociones se reflejó en su interior. Parpadeó varias veces y movió la cabeza como si le costara creerme.
—Dices que me quieres, pero ?también que te marchas otra vez? ?Es algún tipo de broma cruel?
—No es una broma. Te quiero, te quiero muchísimo, y me marcho porque mi lugar, mi familia y mi casa están en Sorrento. Mi sitio se encuentra allí y también el tuyo, Lucas. —Vi que contenía la respiración—. En esa villa repleta de gente que te quiere de verdad, a la que solo le importa que seas feliz. Donde las ma?anas huelen a mar y café y las noches, a barbacoa y limoncello. Donde la siesta se duerme en una ba?era y las canciones se susurran al oído. Donde... —se me quebró la voz—. Donde no hacen falta alas para volar jodidamente alto.
Me sostuvo la mirada con los ojos acuosos.
De repente, alguien apareció tras él.
—?Qué haces aquí? Tienes que abrir los regalos.
Era Claudia. Se quedo fría al verme, aunque no tardó en recomponerse.
—Ah, hola... Perdona, ?cuál era tu nombre?
Sacudí la cabeza y fingí que ella no estaba allí. Clavé mi mirada suplicante en Lucas, consciente de que el taxista comenzaba a impacientarse. El corazón me latía con fuerza, porque sentía que solo tenía una oportunidad.
—No te quedes, por mucho que creas que debes hacerlo. No te quedes —le rogué.
Claudia resopló tras él.
—Lucas...
Le sonreí como si estuviéramos solos y esa despedida no pudiera ser definitiva.
—Adiós.
Me dirigí al coche sin mirar atrás.
—?Adiós? Pensaba que no te gustaba esa palabra. Es demasiado... ?definitiva?.
Se me disparó el pulso al notar un asomo de diversión en su voz. Sacudí la cabeza y lo miré.
—Y yo que a ti te encantaba desenredar lo complicado, porque se te daba bien.
Lucas sonrió de verdad, y esa curva en sus labios me devolvió la vida.
La atesoré en mi mente, mientras subía al taxi y cerraba la puerta.
Mientras me alejaba y él se quedaba atrás.
Mentiría si dijese que no me dolió marcharme. Que mi corazón no se retorcía bajo las costillas, buscando un hueco por el que escapar para volver a su lado. Que no me mataba por dentro la idea de que aquel fuese nuestro final.
Corría ese riesgo, pero también lo aceptaba.