Cuando no queden más estrellas que contar(121)



Unos a?os atrás, Daria había comenzado a fabricar collares y pulseras con abalorios como un hobby, y ahora tenía un peque?o negocio online con el que podía pagar las facturas. Me sorprendió descubrirlo, porque nunca la habría imaginado dedicándose a algo así. Alexis trabajaba como traductor freelance y colaboraba con distintas editoriales. Les iba bien y parecían encantados con la vida tranquila y sencilla que llevaban.

Observé el mar mientras sujetaba el teléfono con fuerza, pegado a mi oreja. Al otro lado, Matías me hacía una lista detallada con todos los pros y los contras que tendría vivir con Rubén.

—Creo que se te está yendo la olla —me reí.

—Solo intento meditarlo muy bien. Es un paso muy serio y no quiero precipitarme.

—Puedes hacer veinte listas y mil simulaciones, pero el único modo de saber si funcionará es intentándolo.

Lo oí resoplar.

—Tienes razón.

—Sé que la tengo. —Inspiré hondo y le eché un vistazo a Guille—. Mira, solo tienes que ser sincero contigo mismo. ?Quieres vivir con Rubén? Si la respuesta es sí, lánzate de cabeza. Pero si tienes dudas, no des el paso. Rubén es un buen tío y lo entenderá.

—?Y si piensa que tengo dudas porque no lo quiero?

—Pero si lo adoras.

Di unos cuantos pasos hasta la orilla y me estremecí cuando el agua me lamió los pies.

—?Y tú cómo estás?

—Bien —respondí. La brisa me agitó el pelo y lo aparté de mi cara con la mano libre—. Los primeros días me encontraba fuera de lugar, pero ahora me siento como si llevara aquí media vida.

—Entonces, ?las cosas con tu madre se están arreglando?

—Más o menos. Digamos que... hemos empezado de cero. Intentamos ser amigas.

—?Y a ti te basta con eso?

—Sí.

—?Cuánto tiempo te vas a quedar ahí?

—No estoy segura, pero es posible que acabe aquí el a?o. Después puede que le haga caso a Fiodora e intente conseguir el puesto que deja libre en la compa?ía.

—?Eso sería genial!

—Sí, ?verdad? —Matías se quedó callado, y yo lo conocía muy bien como para saber que tras ese silencio había algo que le costaba decirme—. ?Qué pasa?

—Nada.

—Matías...

—Ayer vi a Lucas.

Se me paró el corazón un segundo, y después comenzó a latir muy fuerte.

—?Sigue en Madrid?

—Sí.

No sabía si esa respuesta me aliviaba o me entristecía. Supongo que me afligía, porque me era imposible no pensar que seguía en el mismo punto en que lo había dejado, junto a su familia, sujeto a unos hilos que marcaban sus pasos.

—Madrid es grande, pero no tanto como para no encontrarse, ?verdad?

—No me lo encontré por casualidad, vino a verme.

—?Por qué?

—?Tú qué crees? Quería saber si estabas bien.

—Podría habérmelo preguntado a mí.

—Eso mismo le dije yo, y me contestó que dejarte en paz es lo mejor que puede hacer por ti. Yo también lo creo, Maya. Sé que es un tío majo, pero si no es capaz de darte el lugar que te mereces, no es bueno para ti.

—Eligió, ?verdad? —se me quebró la voz.

—Y lo sigue haciendo, mi ni?a. Se ha quedado aquí.

—Yo lo convencí para que viniera, dejó Sorrento por mi culpa.

—Tú le diste el mejor consejo que le podías dar; su padre se moría, Maya. Todo lo que pasó desde que llegasteis a Madrid es cosa suya. él decidió, eligió y actuó en consecuencia.

—Esa familia lo ha tenido siempre abducido, él no...

—Lucas tiene veintisiete a?os, Maya. Es un hombre adulto que debería ser capaz de enfrentar y cortar esa situación. Tendría que defender su independencia y vivir su vida sin el permiso de nadie. Ni siquiera lo ha intentado. No ha luchado por...

Se quedó callado y supe que era para no hacerme da?o.

—Puedes decirlo.

—No ha luchado por ti.

Matías había dado de lleno en la herida y no le faltaba razón. Lucas no había luchado, se había dejado vencer, y eso era lo que más me dolía. Después de todo lo que habíamos compartido.

—Es verdad —susurré.

—No se te ocurra culparte, lo intentaste y no salió bien. Estas cosas pasan.

—Lo sé, pero duele, y lo echo de menos, y estoy cabreada porque se suponía que el fuerte de los dos era él.

—Son los efectos secundarios de enamorarse, ?no leíste el prospecto?

Rompí a reír y los ojos se me llenaron de lágrimas. No me acostumbraba a vivir en medio de esa loca dualidad en la que oscilaba sin parar.

Mi teléfono emitió un pitido.

—Tengo que colgar, me estoy quedando sin batería.

—Llámame pronto, ?vale?

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