Cuando no queden más estrellas que contar(125)
Me volví hacia él y mi pulso se aceleró.
—?Cómo lo sabes? —pregunté.
—Me pidió que le recogiera unos paquetes.
—Ya... —Me mordisqueé el labio, nerviosa—. ?Y te dijo adónde iba?
—A casa de sus padres, tienen no sé qué celebración.
La decepción se pintó en mi cara. Forcé una sonrisa y me aparté de la puerta.
—Gracias.
—De nada. ?Bajas?
—Sí.
Nos despedimos al salir a la calle y yo inicié el camino de vuelta al hotel. Me sentía como si mi vida fuese una caja llena de trastos que, cada vez que lograba ordenar, alguien sacudía con violencia, poniéndolo todo otra vez patas arriba.
Y estaba cansada de ese desorden. De dar vueltas. De los recovecos y los atajos que solo sirven para perder el tiempo y no enfrentarnos a lo que de verdad nos da miedo.
Nos aterra que nos rompan el corazón.
Así que preferimos infligirnos nosotros mismos esas heridas, huyendo de lo que realmente queremos. Resignándonos por propia convicción. Infundada y caprichosa.
?Qué idiotas podemos llegar a ser!
También estaba cansada de ser idiota, tonta y miedosa.
Así que me subí al primer taxi que encontré libre.
La casa familiar de Lucas se encontraba en una urbanización de Alcobendas. Yo nunca había estado allí, pero recordaba la dirección después de que él la hubiera mencionado en alguna ocasión.
Agarré con fuerza mi bolso y contemplé la calle desierta a través de la ventanilla.
—?Podría esperarme aquí, por favor? —le pregunté al taxista.
—Sin problema.
Bajé del vehículo con el corazón encogido y me paré frente a una puerta corredera de acero, tan alta como el muro de piedra que la flanqueaba. Era imposible ver lo que había al otro lado, salvo las copas de unos árboles muy altos, agitadas por el viento frío de noviembre.
Sin más preámbulos, me acerqué al videoportero y llamé.
—Dígame —contestó una voz de mujer al otro lado, como si estuviera respondiendo al teléfono.
—Sí... Hola... Buenas noches, busco a Lucas, ?está en casa?
—?Lucas? Sí, es mi nieto.
Sonreí al darme cuenta de que hablaba con su abuela.
—Encantada de saludarla.
—?Traes la tarta?
—?Disculpe?
—?No eres de la pastelería?
—No, lo siento. Soy una amiga de Lucas y necesito hablar con él. ?Podría decirle que Maya está en la puerta?
—?A quién?
—A Lucas.
—Lucas es mi nieto. Es un chico muy bueno.
Suspiré con la terrible sensación de que aquella conversación no conducía a ninguna parte.
—Sí, es muy bueno. Pero podría...
—Un momento.
La lucecita del videoportero se apagó.
Metí las manos en los bolsillos de mi abrigo y aguardé. El frío me traspasaba la ropa y, cada vez que exhalaba, una nube de vaho escapaba de mi boca. Di un par de saltitos, nerviosa, y comencé a moverme de un lado a otro. Mientras, el tiempo pasaba y nadie abría esa puerta.
Esperé un poco más. Transcurrió un minuto. Y otro. Y después, otro.
No iba a salir.
Triste y decepcionada, di media vuelta y me encaminé al taxi. Al menos, lo había intentado. También había fracasado, y me sentía frustrada y al borde de las lágrimas por no haber reaccionado mucho antes.
Entonces, el portón se abrió.
—?Maya?
El corazón se me subió a la garganta y me volví. Lucas me observaba desde la acera. Llevaba un jersey de punto sobre una camisa y un pantalón chino, demasiado formal. En su rostro se adivinaba una barba incipiente y parecía muy cansado. Me miró a los ojos, en apariencia indiferente, aunque yo sabía que lo último que habría esperado era encontrarme allí.
—Hola —susurré.
—Hola.
—?Cómo estás?
—Voy tirando. —Permaneció indeciso unos segundos—. ?Y tú?
—Bien. —Hice un gesto hacia la casa—. Menuda fiesta tenéis montada.
—Es por mi cumplea?os.
Me atravesó un escalofrío y una sensación de vértigo se instaló en mi tripa.
—Felicidades.
—Gracias.
—Es curioso, hemos hablado de muchas cosas, pero nunca de cuándo eran nuestros cumplea?os. El mío es en abril.
Su pecho se llenó con una brusca inspiración y vi miedo en sus ojos. También recelo, dudas, confusión...
—?A qué has venido, Maya?
El frío que unos minutos antes me envolvía había desaparecido. Las mejillas me ardían. Toda la piel.
—A decirte que vuelvo a Sorrento —susurré insegura. Sus ojos se abrieron como platos—. Giulio y Dante han venido a buscarme. Hemos arreglado las cosas y quieren que regrese a casa con ellos, para quedarme.