Cuando no queden más estrellas que contar(130)
Intentaba respirar cuando lo sentí a mi espalda.
Me di la vuelta. Despacio. Muy despacio. Torpe. Insegura. Asustada y mil cosas más.
Estaba tan cerca que lo primero que vi fue su camisa y la piel de su cuello. Alcé la vista y me encontré con sus ojos, de un azul tormentoso, clavados en los míos. Recorrí su rostro, las pecas que lo salpicaban como diminutas estrellas, el contorno de sus labios...
Inspiré.
—?Qué es todo esto?
—Aquí es costumbre poner la decoración de Navidad el Día de la Inmaculada. Aún queda por montar el árbol, te estaba esperando para hacerlo juntos.
Escuchar de nuevo su voz me hizo cerrar los ojos. Cuando volví a abrirlos, las lágrimas se derramaron sin que pudiera hacer nada por evitarlo.
—?Eh! —susurró al tiempo que alzaba las manos y me secaba las mejillas—. No llores, por favor.
—Pensaba que no volverías.
—Tenía demasiadas cosas que resolver.
—Has tardado mucho.
Lucas sonrió ante mi tono disgustado.
—Lo sé, y lo siento de veras.
Una de sus manos resbaló por mi cuello y se enredó en mi nuca. La otra se posó en mi cintura. Las mías cayeron en su estómago, porque necesitaba cerciorarme de que era real. Y lo era. El calor de su piel se filtró hasta las puntas de mis dedos. Mi cuerpo reaccionó, absorbiéndolo, reconociéndolo, zambulléndose en él. Persiguiendo sus movimientos.
Nos miramos durante una eternidad, tan cerca que lo respiraba cada vez que inhalaba. Tan cerca que él me llevaba consigo cada vez que inspiraba.
—?Vas a quedarte?
Apoyó su frente en la mía y asintió.
—Voy a quedarme contigo, para siempre... —Su voz ronca me traspasó y me acarició por dentro. Se coló en cada rincón vacío y lo colmó. Se me escapó un sollozo—. Si tú aún quieres.
—Quiero que te quedes —susurré sin apenas voz. Me abrazó contra su pecho y yo me sentí por fin completa—. Quédate.
—Sí.
—Quédate.
—Siempre.
Su boca entreabierta sobrevolaba la mía.
Uno. Dos. Tres...
Me encantaba ese espacio entre nosotros.
Cuatro. Cinco. Seis...
Justo antes de besarnos.
Siete. Ocho. Nueve...
Sus labios me buscaron, me encontraron, y yo cerré los ojos. Temblando. Sonriendo. Volando alto, muy alto.
Porque, a veces, dejar que suceda es todo lo que necesitas.
79
Hay gente que cree que somos las circunstancias que nos encontramos en la vida. Otros piensan que somos las decisiones que tomamos cada día. Yo no sé lo que soy, si un cúmulo de circunstancias o un pu?ado de decisiones. Quizá un conjunto de ambas. O ninguna.
No sé quién soy. No sé qué hago ni qué quiero hacer. No sé nada, esa es la verdad. Y ya no me preocupa averiguar todas esas cosas. Sin embargo, si alguien me preguntara qué soy, sé lo que respondería.
Giulio decía que el pasado está hecho de recuerdos, el presente se compone de instantes y el futuro nace de los sue?os. Pues eso soy: recuerdos, instantes y sue?os.
Epílogo
El cielo nos arropa como un manto negro de terciopelo y el aire dulce del verano nos envuelve mientras paseamos por la playa de la mano. Han pasado casi tres a?os desde que regresé a ella. Desde que elegí quedarme. Tres a?os en los que aún no he logrado encontrar una vocación que defina lo que soy, y no me importa.
Sigo viviendo al día y no me preocupa lo más mínimo, porque mi vida es perfecta tal y como está. Sin necesidad de buscarle un sentido ni de esperar el momento.
Este es perfecto. Y el que vendrá después. Y después. Porque ella es el momento. La chica que reconoció el amor y saltó. La chica que vivía en mis sue?os y se hizo realidad.
Elijo abrazarla. Sentirla. Demostrarle cada día que es lo más importante.
Tiro de ella y aprieto su mano con fuerza. Me mira a los ojos y sonríe. En los suyos hay un brillo especial. Uno que provoca que se me acelere el corazón y no pueda respirar. Está a solo unos centímetros de mí y su aliento se funde con mi piel. Un cosquilleo que se extiende por mi cuerpo y me enciende. Me arrastra y me eleva.
Me inclino un poco más y observo sus labios. Mis dedos rozan la piel de su muslo y escalan bajo el vestido. Tiemblan en respuesta a ese jadeo inaudible que me golpea.
Un segundo. Dos. Tres...
Si tuviera que elegir un instante, me quedaría en este para siempre. Tengo todo lo que necesito: mar, estrellas y a ella. Sobre todo, a ella. Mi brújula. Mi ancla.
La beso. La miro a los ojos y la beso de nuevo. Con ansia, deseo y todo lo que no puedo expresar de otro modo.
Me costó tan poco quererla que a veces creo que llegué al mundo con todo este amor dentro. Por ella. Para ella. Porque la quiero de todas las formas posibles. Por dentro. Por fuera. Por partes y completa.
Tan fácil. Tan bonito. Tan de verdad que a veces siento miedo y me pregunto si este sentimiento durará para siempre. Si algún día tomaremos direcciones diferentes.