Puro (Pure #1)(35)



Ahora hay colinas de piedra derruida. Las alima?as han cavado madrigueras y covachas en ellas. Pressia ve tirabuzones de humo que surgen de entre los huecos por aquí y por allá. Las alima?as se están calentando con fogatas.

No tiene mucho tiempo de decidir su próximo paso porque un camión de la ORS ruge calle arriba y se detiene frente al edificio más cercano a ella. Pressia dobla la esquina y pega la espalda contra los ladrillos.

La puerta del copiloto se abre y baja un hombre con el uniforme verde de la ORS. Le falta un pie, lleva recortada una de las perneras del pantalón y, en lugar de rodilla, tiene la cervical de un perro, el cráneo peludo, los ojos saltones, la mandíbula, los dientes. ?Formará la pierna del hombre parte de la columna del perro? Es imposible saber dónde estuvo en su momento la pierna del hombre. Al perro le falta una pata trasera y la cola, pero se va arrastrando allí donde el hombre tenía un pie. Han aprendido a andar con una cojera rápida e irregular. Rodea el vehículo y abre la puerta, de la que saltan otros dos soldados más con sus botas negras; van armados con rifles.

—?última parada! —grita el conductor.

Pressia no le ve la cara tras el cristal pero le da la sensación de que hay dos hombres, una cabeza pegada a otra…, o quizás una detrás de otra. ?Será un amasoide el conductor? Oye otra voz que remeda al conductor:

—última parada. —?Ha salido de la otra cabeza?

El corazón le late con fuerza y respira en un suspiro.

Los tres hombres irrumpen en el edificio.

—?ORS! —grita uno de ellos.

A continuación escucha el ruido de las botas aporreando el suelo de la casa.

El soldado que conduce el camión enciende la radio y Pressia se pregunta si será el mismo camión que fue antes a su callejón.

Más allá, por la misma calle, surge un grupo de voces. Hay una figura, alguien con una capucha puesta, una cara oculta por una bufanda. Está demasiado oscuro para ver algo más.

—?Para, déjame en paz! —grita la figura, con una voz de chico atenuada por una bufanda. Aparenta más de dieciséis a?os. La ORS se lo llevará si lo ve.

Acto seguido ve al amasoide salir de una bocacalle. Lo que en otro tiempo eran siete u ocho personas forman ahora un enorme cuerpo único, un enredo de brazos y piernas con algunos destellos de cromo y caras de mirada lasciva —quemadas, cableadas, algunas unidas, dos caras en una—. Están borrachos, lo sabe por su forma de tambalearse y por lo vulgar de sus insultos.

El soldado tras el volante mira por el espejo retrovisor, pero la escena no parece interesarle y se saca una navaja y empieza a limpiarse las u?as.

—?Danos lo que tengas! —le dice uno del amasoide.

—?Trae para acá! —le grita otro.

—No puedo —dice la voz tras la capucha—. No es nada. Para vosotros no significaría nada.

—?Pues entonces dánoslo! —interviene otro del amasoide.

Y entonces una mano se abalanza sobre la figura encapuchada y la empuja. Al caerse al suelo deja escapar la bolsa, que aterriza a unos metros. Eso es lo que buscan. Si no es importante, debería dárselo. Los amasoides se pueden poner violentos, sobre todo cuando están contaminados.

La figura encapuchada coge la bolsa con tanta rapidez y seguridad que su mano parece una flecha que dispara desde su cuerpo y luego recoge. El amasoide se ve confundido por la rapidez. Algunos intentan retroceder pero el resto no los deja.

El encapuchado se levanta entonces con una velocidad tan poco habitual que se balancea hacia atrás como si su cuerpo estuviese desincronizado. En pleno tambaleo, uno del amasoide le pega una patada en la barriga y luego todos avanzan en bloque, un único cuerpo enorme.

Podrían matarlo, y Pressia odia al chico encapuchado por no darles la bolsa. Cierra fuerte los ojos y se dice a sí misma que no se entrometa, que lo deje morir. ??A ti qué te importa??

Pero abre los ojos y mira al otro lado de la calle, donde ve un bidón de gasolina. El soldado tras el volante está silbando la canción de la radio y sigue aseándose las u?as con el cuchillo. De modo que decide quitarse uno de sus pesados zapatos —uno de los zuecos con la suela de madera— y tirarlo contra el bidón con toda su fuerza. Tiene buena puntería y le da de pleno. El bidón resuena como un gong.

El amasoide levanta la vista, con las caras contraídas por el miedo y la confusión. ?Será una alima?a de los escombrales? ?Un grupo de la muertería de la ORS al acecho? No es la primera vez que se ven en alguna emboscada, se nota por su forma de girar las cabezas de un lado a otro; también, por supuesto, ellos han tendido emboscadas a otros.

La distracción le da a la figura encapuchada tiempo suficiente para volver a ponerse en pie —esta vez más lentamente y con más tiento—, subir por la colina y alejarse de ellos. Corre mucho, a una velocidad extrema, incluso a pesar de la leve cojera.

Por alguna razón que no logra entender, el chico corre directamente hacia el camión, se mete debajo y se queda allí parado.

El amasoide mira al cabo de la calle, ve el camión, puede que por primera vez, y entre gru?idos regresa por donde ha venido.

A Pressia le entran ganas de gritarle al encapuchado: o sea que ella busca una manera de distraer al amasoide para salvarlo —para colmo delante de la ORS— y él, ?coge y se mete debajo del camión?

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