Puro (Pure #1)(37)



Siente viento en la piel, el aire real. Azota su cabeza y revuelve la pelusilla que tiene por pelo. El aire pega fuerte, como impulsado por aspas invisibles. Piensa en las de los ventiladores, relucientes y veloces en su cabeza. ?Cómo ha llegado hasta aquí?





Pressia


Ojos grises

El puro se levanta como puede y se queda parado en medio de la carretera. Mira a su alrededor un momento, hacia un lado y otro de la fila de ruinas quemadas y saqueadas, por los escombrales, con sus espirales de humo subiendo cual resortes hacia el aire nocturno, y luego de nuevo a los edificios. Se queda contemplando el cielo como si así fuese a recuperar el equilibrio. Por fin se cuelga el asa de la mochila por el hombro y se enrosca la bufanda al cuello y la mandíbula. Fija la vista en los escombrales y pone rumbo hacia ellos.

Pressia se aprieta el calcetín de lana sobre el pu?o de cabeza de mu?eca, se baja la manga del jersey y avanza por el callejón.

—No. No lo conseguirías en la vida.

El chico se gira en redondo, asustado, y sus ojos recaen entonces en Pressia. Es evidente que le alivia comprobar que no es ni un amasoide, ni una alima?a, ni siquiera un soldado de la ORS, aunque la chica duda de que él conozca alguno de esos nombres. ?De qué podría tener miedo allí de donde viene? ?Entenderá siquiera lo que es el miedo? ?Le asustarán las tartas de cumplea?os, los perros que llevan gafas de sol y los coches nuevos con un gran lazo rojo?

Tiene la cara suave y lisa y los ojos gris claro. Pressia apenas puede creer que esté viendo a un puro, un puro vivito y coleando.


Quema a un puro y mira cómo berrea.

Cógele las tripas y hazte una correa.

Trénzale su pelo y hazte una cuerda.

Y haz jabón de puro con la tibia izquierda.



Es lo que le viene a la cabeza. Los ni?os se pasan el rato canturreándola pero a nadie se le ocurre pensar que va a ver a un puro de verdad, por muchos rumores estúpidos que corran por ahí. Nunca.

A Pressia le da la sensación de que tiene algo ligero, etéreo, como con alas, en el pecho, atrapado entre las costillas, igual que Freedle en su jaula, igual que la mariposa manufacturada que lleva en la bolsa.

—Estoy intentando llegar a la calle Lombard —le dice, casi sin aliento. Pressia se pregunta si su voz tiene también una naturaleza distinta. Quizá más clara, más suave. ?Así es la voz de alguien que no lleva a?os respirando ceniza?—. El ciento cincuenta y cuatro de la calle Lombard, para ser exactos. Una larga hilera de casas con verjas de herrería.

—No es bueno que te dejes ver tanto —le aconseja Pressia—. Es peligroso.

—Ya me he dado cuenta. —El chico da un paso hacia ella y al punto se detiene. Tiene un lado de la cara ligeramente cubierto de ceniza—. No sé si debería fiarme de ti.

Acaba de ser vapuleado por un amasoide, es normal que recele un poco. Pressia adelanta el pie que tiene descalzo.

—He tirado mi zapato para distraer al amasoide que ha estado a punto de matarte. Ya te he salvado la vida una vez.

El puro mira calle abajo, hacia donde lo empujaron. Se reúne con Pressia en el callejón y le dice:

—Gracias.

Al decirlo sonríe y sus dientes son rectos y muy blancos, como si se hubiese estado alimentando de leche fresca toda la vida. Desde tan cerca, la perfección de su cara es aún más sorprendente. Pressia no sabría decir qué edad tiene. Parece mayor que ella pero, a la vez, también le echaría menos a?os. No quiere que se dé cuenta de que lo está mirando fijamente, de modo que clava la vista en el suelo.

—Iban a despedazarme. Espero merecer la pena por tu zapato perdido.

—Pues yo espero que no se haya perdido —replica Pressia apartándose un poco de él para que no le vea la parte de la cara que tiene quemada.

El chico tira de la correa de la mochila y le dice:

—Yo te ayudo a encontrar el zapato si tú me ayudas a encontrar la calle Lombard.

—Aquí no es muy fácil encontrar calles, no nos guiamos por nombres.

—?Adónde has tirado el zapato? ?En qué dirección? —pregunta el chico al tiempo que vuelve hacia la calle.

—No —le dice, a pesar de que necesita el zapato, el regalo de su abuelo, tal vez el último. Oye el motor de un camión hacia el este y luego otro en dirección contraria. Y hay uno más no muy lejos, ?o es el eco? Debería esconderse, podría verlo cualquiera, y no es seguro—. Déjalo.

Pero el chico ya está en medio de la calle.

—?Por dónde? —le pregunta, y extiende los brazos, apuntando en direcciones opuestas, como si quisiera que lo usasen de blanco humano.

—Cerca del bidón de gasolina —le indica, aunque solo para que se dé prisa.

El puro se gira en redondo, ve el bidón y corre hacia él. Describe medio círculo alrededor y después mete medio cuerpo dentro. Al reaparecer tiene el zapato en la mano y lo alza por encima de la cabeza como si fuese un trofeo.

—Para —susurra ella deseando que regrese al callejón en penumbra.

El chico corre hacia ella y se arrodilla.

—Ten. Dame el pie.

—No, está bien. Ya puedo yo.

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