Puro (Pure #1)(36)



Los soldados salen de la casa aporreando de nuevo el suelo.

—?Nada! —le grita al conductor el de la pierna de pitbull antes de subir al asiento del copiloto.

Los otros dos soldados se meten en la parte de atrás y el conductor aparta la navaja y hace un gesto de desdén. La otra cabeza se mueve y surge por encima del hombro. Enciende el motor, mete la marcha y arranca.

Pressia mira hacia arriba y ve asomar una cara por la ventanilla trasera del camión: una cara medio oculta por la sombra, una cara con incrustaciones de metal y una boca tapada por una cinta. Un extra?o, solo un chico, como ella. Da un paso adelante hacia el chico del vehículo —no lo puede evitar— y se expone a la luz.

El camión dobla la esquina y el silencio embarga el callejón.

Podría haber sido ella.

En cuanto el vehículo desaparece la figura encapuchada queda a la vista, tumbada en el suelo. Alza la vista y la ve. Sin embargo, la capucha se le ha caído y hay una cabeza rapada. Es un chico alto y delgado, sin marcas ni cicatrices, ni rastro de quemaduras en su despejado rostro pálido. Una larga bufanda cae en un remolino hasta el suelo. Coge la bolsa y la bufanda, se levanta rápidamente y otea a su alrededor, perdido y confundido. Y entonces se tambalea, como si le pesase la cabeza, tropieza con la alcantarilla y se golpea la crisma contra el cemento al caer.

?Un puro. —Pressia escucha la voz de la mujer en su cabeza—. Un puro aquí entre nosotros.?





Perdiz


Crisma

Ahora, aquí, sin aliento. Las estrellas parecen peque?as picaduras brillantes —casi perdidas en el aire oscurecido por el polvo—, pero no lo son. No es el techo de la cafetería decorado para un baile. El cielo por encima de su cabeza es infinito, no está cercado.

?Hogar? ?Infancia?

No.

Hogar era un gran espacio abierto. Techos altos. Blanco sobre blanco. Una aspiradora siempre rumiando en habitaciones lejanas. Una mujer en chándal pasándola por el suelo de moqueta. No su madre, aunque ella siempre estaba cerca. Andaba lento y movía las manos cuando hablaba; se quedaba mirando por las ventanas, maldecía. ?No se lo digas a tu padre —pedía—. Recuerda, esto es solo entre tú y yo.? Había secretos dentro de los secretos. ?Déjame que te cuente la historia otra vez.?

Era siempre el mismo relato: la esposa cisne. Antes de ser esposa, era una chica cisne que salvó a un joven que se estaba ahogando y que resultó ser príncipe, un príncipe malo. Le robó las alas, la obligó a casarse con él y se convirtió entonces en un rey malo.

??Por qué era malo??

?El rey creía que era bueno, pero se equivocaba.

También había un príncipe bueno que vivía en otro país. La esposa cisne aún no sabía de su existencia.

El rey malo le dio dos hijos.?

??Y uno era bueno y el otro malo??

?No, eran distintos. Uno era como el padre, ambicioso y fuerte, y el otro se parecía a ella.?

??En qué se parecía??

?No sé en qué. Escucha. Esto es importante.?

??Y el ni?o, el que se parecía a ella, tenía alas??

?No, pero el rey malo bajó las alas en un cubo hasta el fondo de un viejo pozo seco y el chico que era como la esposa cisne oyó un aleteo; a la noche siguiente descendió por el pozo y encontró las alas de su madre. Esta se las puso, se llevó consigo al ni?o que pudo —el que se parecía a ella, que no opuso resistencia— y se fueron volando.?

Perdiz recuerda cuando su madre le contó la historia en la playa. Ella tenía una toalla sobre los hombros que ondeaba al viento como alas.

En aquella playa era donde tenían la segunda residencia, y también donde estaban los dos en la fotografía que había encontrado en la caja de los Archivos de Seres Queridos. Nunca iban cuando hacía frío, salvo en aquella ocasión. Con todo, el sol tuvo que pegar fuerte porque recuerda haberse quemado y tener los labios cortados. Pillaron una gripe, aunque no fue muy fuerte, de esas con las que te mandaban al sanatorio; era una gripe estomacal. Su madre sacó una manta azul de la cómoda y lo tapó, aunque ella también estaba mala. Los dos se acostaron en los sofás y estuvieron vomitando en unos peque?os cubos blancos de plástico. Le puso un trapo húmedo en la frente y se pasó el rato hablándole de la esposa cisne, el ni?o y el nuevo país donde encontrarían al rey bueno.

??Papá es el rey malo??

?No es más que una historia. Pero escúchame, prométeme que la recordarás siempre y que no se la contarás a tu padre; a él no le gustan los cuentos.?

Perdiz no puede levantarse, se siente como clavado a la tierra y el recuerdo le da vueltas en la cabeza. Y de pronto se detiene. La cabeza le zumba, con un dolor agudo y frío en la base del cráneo. Escucha sus latidos en los oídos, con la misma fuerza que las cosechadoras automáticas de los sembrados que hay al lado de la academia. Le gustaba quedarse contemplando las máquinas desde una recóndita buhardilla al fondo del pasillo de sus habitaciones, cuando Hastings se iba a su casa los fines de semana. Lyda… ?estará allí ahora? ?Oirá las cosechadoras? ?Se acuerda de cuando lo besó? él sí se acuerda. Le sorprendió y, cuando le devolvió el beso, ella se apartó, avergonzada.

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