Puro (Pure #1)(30)



—Si hay una forma de salir —repite la mujer, esta vez muy lenta y serenamente—, tiene que haber también una forma de entrar.

—Nunca vamos a entrar —le contesta el abuelo, impaciente.

—?Un puro! —prosigue la mujer—. ?Un puro aquí entre nosotros!

Y en ese momento todos oyen el traqueteo de un camión por el callejón. Se quedan quietos y en silencio.

Un perro ladrando como loco en el exterior, un disparo…, y se acabaron los ladridos. Pressia sabe qué perro era, ha reconocido el ladrido; era un animal que había sufrido muchas palizas y solo sabía aovillarse asustado o atacar. Siempre había sentido lástima por él y a veces le daba algo de comer, aunque no directamente de la mano, porque tampoco te podías fiar completamente de él.

Aguanta la respiración. Todo se queda en silencio salvo por el ruido del camión en el callejón. Ma?ana por la ma?ana alguien habrá desaparecido para siempre.

El abuelo golpea el suelo con el bastón: pamparapampan, pampán. Pressia no está preparada para irse; no quiere dejar al abuelo, que ahora se apresura a volver a su silla, de donde coge el ladrillo.

La mujer se agarra la herida y va hasta la ventana para otear el panorama.

—La ORS —susurra, aterrada.

El abuelo mira hacia donde está su nieta y sus ojos se encuentran por la peque?a rendija de la puerta del armario. Se le acelera la respiración y se le abren los ojos. Perdido, parece perdido…

Paralizada por el miedo, Pressia se pregunta qué será de él sin ella. A lo mejor la ORS viene a por otra persona, se dice. Quizás a por el chico que se llama Arturo, o a por las mellizas que viven en el cobertizo. Aunque no es que quiera que se lleven a las mellizas ni a Arturo, por supuesto. ?Cómo iba a desearle eso a nadie?

Es incapaz de moverse.

En el callejón oye un grito ahogado y unas botas sobre la acera.

—Aquí no —murmura para sus adentros—. Por favor, aquí no.

Espera oír arrancar el motor, el chasquido del embrague… pero sigue allí, un ronroneo constante en el callejón.

El abuelo vuelve a golpear la punta de goma del bastón, esta vez con más fuerza: ?pamparapampan, pampán!

Tiene que irse, pero antes dibuja con el dedo un círculo, dos ojos y una boca sonriente en la ceniza acumulada en la puerta del armario. Quiere decir: ?Volveré pronto?. ?Lo verá el abuelo; lo entenderá? ?Y si no regresa pronto? ?Y si le pasa algo y no puede volver nunca?

La chica toma aire y a continuación empuja con el pu?o de cabeza de mu?eca la trampilla, que cede un poco hasta que se abre de golpe y resuena contra el suelo polvoriento de la barbería. La luz ba?a el armario.

A Pressia le martillea el corazón en el pecho. Contempla los restos de la barbería en la penumbra; la mayor parte del techo salió volando, de modo que ahora se entrevé el cerrado cielo nocturno. Se siente desamparada al pasar del cálido abrazo del armario al raso.

Solo queda una silla en la barbería, una silla que se gira y que tiene una bomba de pie que la sube y la baja. La repisa de enfrente está también intacta. Tres peines flotan en un tubo de cristal cubierto de polvo y lleno de botes de agua azul turbia, como suspendidos en el tiempo.

Anda a tientas pegada a la pared y pasa por delante de los espejos rotos. Oye otro camión renqueante. Es raro que haya más de uno. Se agacha y aguanta la respiración, inmóvil. Oye una radio en el camión, una versión enlatada de una vieja canción con guitarras estridentes y bajos retumbantes, una que no conoce. Le han contado que cuando se llevan a la gente le atan las manos a la espalda y le ponen cinta en la boca. Pero ?tienen la radio encendida mientras lo hacen? Por alguna razón esto se le antoja lo peor de todo.

Se agacha aún más y procura no respirar. ?Vienen solo a por ella, con un camión que bloquea todo el callejón y otro por la calle paralela? Todos los espejos están rotos salvo uno de mano que hay sobre la repisa. Una vez le preguntó al abuelo por los espejos de mano y este le explicó que solían usarse para ense?arles la nuca a los clientes. No entiende para qué iba a querer nadie verse la nuca. ?Qué necesidad podían tener?

Desde donde está alcanza a ver la Cúpula por encima de la loma, hacia el norte. Es un orbe brillante y resplandeciente salpicado de grandes armas negras, una fortaleza deslumbrante coronada por una cruz que brilla incluso tras el aire impregnado de ceniza. Piensa en el puro, al que en teoría han visto por los secarrales, alto y delgado, con el pelo muy corto. Tiene que ser solo un rumor, no puede ser verdad. ?Quién va a salir de la Cúpula para ir allí a que lo atrapen?

El camión se pone en marcha y un foco inunda la estancia con su luz. Se queda quieta. El haz recae sobre un fragmento triangular y, por un segundo, mirándolo fijamente, ve sus propios ojos, almendrados como los de su madre japonesa… tan guapa, tan joven… Y las pecas de su padre por encima del puente de la nariz. Y la media luna quemada que le cerca el ojo izquierdo.

Si se va, ?qué será de Freedle? La cigarra no lo resistirá.

La luz pasa de largo y el camión surge y desaparece, las iniciales ORS y una garra negra pintadas en un lateral. Pressia se queda completamente quieta mientras el motor aullante y la canción de la radio se desvanecen en la noche. El primer camión sigue en el callejón. Oye un grito, pero no es la voz de su abuelo.

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