Puro (Pure #1)(25)
—?Y este otro regalo, el de Bradwell? —El tono del abuelo es entre burlón y suspicaz; nunca antes se lo ha oído.
—Será algo tonto o cruel. Puede ser muy cruel.
—Bueno, ?lo vas a abrir o no?
Parte de ella no quiere hacerlo, pero eso no haría sino darle al regalo más importancia de la cuenta. Para zanjar el tema le pega un tirón al cordel del lazo, que se desata y cae sobre la mesa. La chica lleva la cuerdecilla a la jaula de Freedle y la mete por los barrotes. A la cigarra le gusta juguetear con cosas peque?as, o al menos le gustaba cuando era más joven.
—A por él.
El insecto fija los ojos en el cordel y bate las alas.
Pressia vuelve a la mesa, se sienta y desenrolla el trapo.
Es un recorte, el que había visto en el baúl de Bradwell y le había fascinado, ese de la gente con las gafas de colores en un cine comiendo algo de unos cubiletes de cartón de colores, el que hizo que le temblasen las manos sin saber por qué, el que estaba mirando cuando él le dijo que conocía a las de su clase. A Pressia le late con fuerza el corazón y se ha quedado sin aliento. ?Es un regalo cruel? ?Lo hace para reírse de ella?
Tiene que tranquilizarse; es solo un papel, se dice para sus adentros.
Pero no es solo un papel. Existía en los tiempos en que tenía una madre y un padre y daba vueltas a lomos de un poni en el jardín de su casa. Toca la mejilla de alguien que ríe en la sala. Bradwell tenía razón, después de todo: es de esa clase. ?Por eso le ha hecho ese regalo? Pues vale, eso es lo que quiere y nunca tendrá: que vuelva el Antes. ?Por qué no envidiar a la gente de la Cúpula? ?Por qué no desear estar en cualquier otra parte menos allí? No le importaría ponerse unas gafas 3D en una sala de cine y comer de cajas acompa?ada de su guapa madre y su padre contable. No le importaría tener un perro con un sombrerito de fiesta y un coche con un lazo o una cinta de medir. ?Tan malo es?
—El cine —dice el abuelo—. Mira eso, gafas 3D. Me acuerdo de ver películas así cuando era joven.
—Es tan real —comenta Pressia—. ?No sería bonito si…?
—Este es el mundo en el que vivimos —la interrumpe el abuelo.
—Ya lo sé —replica Pressia, que se queda mirando a Freedle en su jaula, al viejo y herrumbroso Freedle. Se levanta sin llevarse la foto y se queda mirando la fila de creaciones que adornan la repisa de la ventana. Por primera vez le parecen infantiles. Ahora tiene dieciséis a?os. ?Qué hace con juguetes? Los contempla unos instantes y luego mira la imagen de la revista, las gafas 3D, las butacas de terciopelo. En comparación con aquel mundo resplandeciente, sus peque?as mariposas parecen mustias. Juguetes… por llamarlos de alguna manera. Coge una de las más nuevas y se la pone sobre la palma. Le da cuerda y deja que mueva las alas con un ruidoso claqueteo. Devuelve la mariposa a su sitio y lleva la mano buena contra el cristal cuarteado de la ventana.
Perdiz
3 minutos y 42 segundos
Hasta un tiempo después de la excursión con Glassings a los Archivos de Seres Queridos, Perdiz no supo cómo acceder al sistema de filtrado. Más tarde, sin embargo, se dio cuenta de que uno de los puntos de acceso al sistema estaba comunicado con el centro donde todos los chicos de su curso acudían a sesiones semanales de codificación en los moldes de momia.
Así es como lo ha planeado.
Cuando suena la campana por la ma?ana va a formar con la mochila a la espalda, donde lleva las cosas de su madre, un frasco de soja texturizada, un par de botellas de agua y el cuchillo que robó de la exposición de hogar. A pesar de que hace algo de calor, lleva puestas una sudadera con capucha y una bufanda.
Como es habitual, llevan a los chicos en el monorraíl, donde se mantiene apartado del reba?o. En realidad nunca ha tenido muchos amigos en la academia: Hastings supone la excepción, no la regla. Perdiz era demasiado famoso cuando llegó, por su padre y por su hermano mayor, pero luego Sedge se suicidó y la fama de Perdiz cambió de cariz. Todo acercamiento se vio sustituido por miradas de compasión y caras de ??arriba ese ánimo!?, al menos, por amagos de ello.
Ahora se abre paso por el reba?o y se sienta entre Hastings, que suele dormir durante todo el trayecto, y Arvin Weed, que siempre está leyendo algún archivo científico en su portátil (cosas que no se dan en ciencias y nunca se darán: nanotecnología, biomedicina, neurociencia…). Si le das cancha, se te pone a hablar sin parar sobre células autogeneradas, fuerza sináptica o placas cerebrales. Como se pasa la mayor parte del tiempo en el laboratorio de ciencias de la escuela —?haciendo progresos, dando grandes pasos; es de buena pasta, llegará lejos?, en palabras de Glassings—, Arvin es prácticamente invisible, incluso delante de todos. Mientras este va hojeando un documento tras otro, Hastings ya ha hecho una bola con la chaqueta para usarla de almohada.
Perdiz, en cambio, no ha pasado desapercibido. Vic Wellingsly, uno del reba?o, le grita desde el otro lado del vagón:
—?Qué pasa, Perdiz? Me han dicho que hoy te van a anestesiar. ?Te van a poner una tictac o qué?
Perdiz mira a Hastings, que le devuelve la mirada con los ojos muy abiertos y luego fulmina a Wellingsly.