Puro (Pure #1)(16)
Bradwell. Recuerda haber oído rumores sobre él, como un teórico de la conspiración que recorre los escombrales evangelizando a la gente. Le habían contado que ponía en entredicho muchas de las ideas sobre las Detonaciones y la Cúpula, en particular sobre aquellos que adoran la Cúpula y la han confundido con una deidad, un dios lejano pero benevolente. Aunque ella no era ninguna adoradora de la Cúpula, al punto lo odió por lo que representaba. ?Por qué fraguar teorías de la conspiración? Todo ha acabado, ya está. Esto es lo que hay. ?Para qué darle más vueltas?
Conforme Bradwell se va enfrascando en su charla, paseando con las manos en los bolsillos, empieza también ahora a odiar lo que es. Es un chulo y un paranoico. Suelta sus teorías sobre los agentes de la Cúpula como si tal cosa: que si tiene pruebas de que provocaron ellos la destrucción total para poder aniquilar a toda la población mundial salvo a unos pocos protegidos por la Cúpula; que si fue dise?ada con ese fin, no como un prototipo ante un brote bacteriológico, una catástrofe medioambiental o un ataque de otra nación; que si lo que querían era que sobreviviera solo la élite en la Cúpula mientras esperaban a que la Tierra se regenerase por sí sola, momento en el cual volverían haciendo tabla rasa…
—?Os habéis preguntado alguna vez por qué no hemos experimentado un invierno nuclear total? Pues bien, porque lo orquestaron así para evitarlo. Utilizaron un cóctel de bombas: los satélites del Sistema Neutrónico de Radicación Aumentada Focalizada de órbita Baja, el SNRAFOB, y los satélites del Sistema Neutrónico de Radicación Aumentada Focalizada de órbita Alta, el SNRAFOA, y todo eso potenciando el Pulso Electromagnético, el PEM. —Ahonda en la diferencia entre bombas atómicas y nucleares, también incluidas en el cóctel, y sobre los pulsos dise?ados para derribar todas las comunicaciones—. ?Y cómo aparecieron los terrones? Las bombas trasmutaron las estructuras moleculares. El cóctel incluía la dispersión de nanotecnología para ayudar a acelerar la recuperación de la Tierra, la cual propicia el autoensamblaje de moléculas. La nanotecnología, acelerada por el ADN (que, aunque sea material informativo, es excelente para el autoensamblaje de células), fortaleció nuestra capacidad de fusión. Y la que alcanzó a los humanos atrapados en escombros o campos abrasados los ayudó a regenerarse. Aunque los terrones no pudieron liberarse del todo, sus células humanas se hicieron más potentes y aprendieron a sobrevivir.
Explica una conspiración tras otra y las va enlazando con tal rapidez que Pressia apenas logra seguirlo. Aunque tampoco tiene claro si se le pide que entienda esas teorías. La charla no está pensada para no iniciados. Es un grupo de gente ya convertida, y todos asienten al unísono, como si fuese un cuento para antes de dormir y lo hubiesen memorizado para poder trasmitírselo los unos a los otros. Pressia recita el Mensaje en su cabeza: ?Sabemos que estáis ahí, hermanos y hermanas. Un día saldremos de la Cúpula para reunirnos con vosotros en paz. De momento solo podemos observaros desde la distancia, con benevolencia?. Y luego la cruz antigua, la que el abuelo llamaba cruz irlandesa. Puede que no sea el ojo benevolente de Dios, como muchos han pensado de la Cúpula, pero está claro que no es un mensaje de una fuerza diabólica. El pecado que han cometido ha sido sobrevivir, y no puede culparlos por ello. Ella también ha cometido el mismo pecado.
Se le ocurre de repente que si ella ha oído hablar de Bradwell, también la ORS tiene que saber que existe. Un cosquilleo de temor le recorre la piel. Es peligroso estar ahí. Bradwell tiene casi dieciocho a?os y, por mucho que esté en la lista de los muertos, seguro que es un objetivo prioritario de la ORS. De su charla se desprenden unas cuantas cosas: que odia la ORS, a la que considera frágil, debilitada por su codicia y su maldad, e incapaz de conquistar la Cúpula o efectuar ningún cambio real. ?Otro tirano corrupto más?, la define. Desprecia en particular la falta de transparencia: nadie conoce el nombre de los oficiales de la plana mayor de la ORS, y en su lugar dejan que sean los soldados rasos los que hagan el trabajo sucio de calle.
Al mismo tiempo no puede dejar de pensar en qué es lo que habrá dentro del baúl. El chico al que ha llamado Halpern también quiere pasar a ese tema. Ha de contener cosas valiosas. ?Dónde está la comida? Lo que quiere más que nada es que Bradwell se ca lle, porque habla de las cosas de las que nadie habla: las corrientes de aire ascendentes y descendentes que se llevaron por delante las casas, los ciclones de fuego, la piel de reptil de los moribundos, los cuerpos carbonizados, la lluvia negra aceitosa, las piras donde quemaron a los muertos y a los que fallecieron a los días, que empezaron con una nariz sangrante y acabaron pudriéndose por dentro. Está intentando hacerle callar en su cabeza: ??Para, por favor, para! ?Para ya!?
El chico, sin embargo, empieza a fijar sus ojos en ella mientras habla y se va acercando cada vez más a su lado de la habitación. Entrecierra los ojos como si fuese muy duro, pero conforme su rabia va en aumento —cuando habla de cómo el movimiento político llamado Retorno al Civismo, bajo la vigilancia del brazo militar nacional, la Ola Roja de la Virtud, no fue sino la antesala de las Detonaciones, el control de todo en nombre del miedo, las cárceles colectivas, los sanatorios para los enfermos, las instituciones para los disidentes…, todos esos edificios cuyos restos se extienden por doquier en cuanto se sale de las áreas residenciales— se le humedecen los ojos. Bradwell no va a llorar, de eso está segura, pero es una persona compleja. En cierto punto dice: —Era enfermizo… todo. —Y luego se le dibuja un hoyuelo sarcástico en la mejilla y a?ade—: ?Ya sabéis que Dios os quiere porque sois ricos!