Puro (Pure #1)(14)



No sabe qué le ocurrió a los otros cinco que fueron reclutados aquel día. Oyó rumores de que estaban en un entrenamiento intensivo y de que sus familias solo sabían de ellos por cartas. Perdiz dio por sentado que las familias no se quejarían: estarían agradecidas solo de saber que sus chicos estaban aún vivos.

Ahora introduce los dedos en el asa pero por alguna extra?a razón no es capaz de abrir la caja. Sedge ya no está. En la peque?a etiqueta bajo su nombre hay escrita una sola línea: ?Causa: herida de bala, autoinfligida?. Al contrario que en la vida anterior a la Cúpula, el suicidio ya no se ve como algo negativo. Los recursos son para los sanos y para aquellos con una voluntad de vivir inquebrantable. A los moribundos no se les destinan muchos recursos, sería poco práctico. Algún día, con suerte no muy lejano, todos regresarán al mundo exterior, al Nuevo Edén como algunos lo llaman, y tendrán que ser fuertes. El suicidio de Sedge fue trágico porque se trataba de un joven fuerte y sano, pero el acto en sí de quitarse la vida era un síntoma de debilidad, y había algo admirable en el hecho —o al menos esa retórica habían utilizado con Perdiz— de que Sedge hubiese visto ese defecto en sí mismo y se hubiese sacrificado en beneficio del resto. Detestaba cuando hablaban así. ?Mi hermano está muerto —quiere decirles a todos—. Fue el asesino y la víctima. Nunca lo recuperaremos.?

Perdiz no quiere ver a qué han reducido a su hermano, al contenido de una caja metálica… No lo soporta.

Le sorprende ver la caja de su madre al lado —Aribelle Cording Willux—, que le hayan concedido un sitio. Al contrario que con Sedge, Perdiz piensa llevarse cualquier recuerdo de ella que encuentre, esté metido en una caja o no. Tira de la peque?a asa metálica, coge la caja y la lleva hasta la mesa estrecha que hay en medio de la fila. Levanta la tapa. No le ha hecho muchas preguntas a su padre sobre ella; sabe que lo incomodarían. Dentro de la caja encuentra una tarjeta de cumplea?os con globos y sin sobre que su madre le escribió por su noveno cumplea?os —aunque cuando murió él aún no había cumplido los nueve—, así como una cajita de metal y una vieja fotografía de ambos en la playa. Lo que más le fascina es lo reales que son esas cosas. Su madre debió de llevarlas a la Cúpula antes de las Detonaciones. A todos se les permitió llevar unos cuantos objetos peque?os, los que fuesen más especiales para ellos. Su padre, claro está, decía que era solo en caso de emergencia, una emergencia que según él era probable que nunca tuviese lugar. Su madre debió de llevar con ella las cosas de la caja.

Ella existió. Piensa ahora en las preguntas que le hizo su padre. ?Interfirió su madre en su codificación? ?Le dio unas pastillas? ?Sabía su madre más de lo que su padre había querido creer?

Abre la tarjeta y lee el mensaje escrito a mano:


Camina siempre en la luz. Sigue tu alma, que ojalá tenga alas. Tú eres la estrella que me guía, como la que se alzaba en Oriente y mostró el camino a los Reyes Magos. ?Feliz noveno cumplea?os, Perdiz! Te quiere, mamá.



?Sabía ella que no iba a estar con él en su noveno cumplea?os? ?Lo había planeado con anterioridad? Trata de oír las palabras con la voz de su madre. ?Así es como hablaba en los cumplea?os? ?De verdad era él la estrella que la guiaba? Toca los garabatos; apretó tanto al escribir que ahora él siente los surcos que dejó con el bolígrafo.

Coge la cajita de metal y ve que tiene un peque?o mecanismo de cuerda por detrás, junto a los goznes de la tapa. Al abrirla surgen unas cuantas notas: es una caja de música. Cierra la tapa rápidamente, con la esperanza de que todos estén demasiado inmersos en sus propios hallazgos como para haberse fijado.

Escondida bajo la caja de música, Perdiz encuentra una cadenita con un colgante, un cisne de oro con una piedra azul brillante por ojo. Al coger el collar, el colgante da vueltas. Si existió, ?no sería posible que todavía existiera? Vuelve a escuchar la voz de su padre: ?Tu madre siempre ha sido muy problemática…? Siempre ha sido.

Perdiz sabe que tiene que pasar al otro lado. Si existe —si hay la más mínima esperanza—, tiene que intentar encontrarla.

Mira a ambos lados de la fila: no hay nadie. Coge todas las pertenencias, a toda prisa se las guarda una por una en los bolsillos de la chaqueta y luego devuelve la caja a su hueco, metal contra el metal y un chirrido final.





Pressia


Reunión

La sala donde se reúnen es peque?a y estrecha. Solo hay una docena de personas, todas de pie, y en cuanto ven bajar a Pressia por la escalera se mueven y refunfu?an, molestos de que haya venido a quitarles el sitio. La chica se imagina que debe de fastidiarles tener que compartir la comida con otra persona más. En la estancia huele como a vinagre. Nunca ha comido sauerkraut pero el abuelo se lo ha descrito, le ha contado que es una comida alemana, y se pregunta si será eso lo que van a comer.

El chico que ha aparecido por la trampilla se aposta en la pared del fondo. Pressia tiene que hacerse un hueco en el corro para poder verlo bien. Es ancho y musculoso. La camisa azul que lleva tiene varios desgarrones y está gastada por los codos. Donde faltan botones ha hecho agujeros en la tela y los ha atado con cordel.

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