Puro (Pure #1)(12)



La de la columna arqueada mira de reojo por encima del hombro y esgrime un pu?o huesudo contra Pressia:

—?Has visto lo que has hecho?

En ese momento, a su espaldas, oye a Mikel gritar:

—?Una alima?a, una alima?a!

Pressia se gira en redondo y ve a una alima?a de aspecto lobuno, más animal que humana. Está recubierta de pelo, aunque con cristal alojado en las costillas. Va corriendo a cuatro patas, renqueante, pero cuando se detiene y se levanta sobre los cuartos traseros, es casi tan alta como un adulto. Con pezu?as pero sin hocico, tiene una cara humana rosada y casi sin pelo, con mandíbula y dientes protuberantes. Sus costillas suben y bajan aprisa, en un pecho con tela metálica incrustada.

Mikel se sube al bidón de gasolina y trepa como una bala por una techumbre metálica. El amasoide se escabulle en el interior del cobertizo y tapia la puerta con un tablón de madera. Ni siquiera se molesta en llamar al ni?o perdido, que sigue corriendo solo calle abajo.

Pressia sabe que la alima?a irá primero a por el crío. Es más peque?o que ella, lo que lo convierte en el blanco perfecto. Aunque también puede que ataque a los dos, pues es lo suficientemente grande.

La chica agarra bien la bolsa y sale disparada, impulsándose con los brazos y moviendo las piernas ágilmente. Es una buena corredora, siempre ha sido muy veloz. A lo mejor su padre, el quarterback, era rápido. Como tiene los zapatos gastados por los talones, nota el suelo a través de sus finos calcetines.

Con el mercado cerrado la calle se le hace rara. Tiene la alima?a pisándole los talones. El crío y ella son los únicos que han quedado fuera. El peque?o debe notar que ha cambiado algo, el peligro en el aire. Se vuelve y del miedo se le abren los ojos como platos. Tropieza y, aterrado, es incapaz de ponerse en pie. Ahora que está más cerca de él, Pressia ve que tiene la cara escaldada en torno al ojo, que brilla con un azul blanquecino, como una canica.

Pressia corre hacia él.

—?Ven! —le grita, al tiempo que lo coge por las axilas y lo levanta. Como solo tiene una mano buena, necesita que el ni?o ponga de su parte—. ?Agárrate fuerte!

Mira como loca en todas direcciones, en busca de un sitio por donde trepar. A su espalda, la alima?a se aproxima. No hay más que escombros a ambos lados pero entonces ve un edificio enfrente que solo está medio derrumbado. Tiene una verja de barrotes ante una puerta metálica, parece la entrada de una antigua tienda con una cristalera en la fachada, como la barbería. Recuerda que el abuelo le contó que allí había una casa de empe?os, y que fue lo primero que la gente saqueó porque estaba llenas de armas y oro, aunque al final este mineral perdió todo su valor.

La puerta está entornada, se ve una rendija.

El ni?o no para de chillar a pleno pulmón y pesa más de lo que Pressia creía. Tiene los brazos agarrados con fuerza alrededor de su cuello y le corta la respiración. La alima?a está tan cerca que oye sus jadeos.

Corre hasta la puerta de barrotes, la abre de golpe, entra y la cierra de un portazo, todavía con el ni?o en brazos. El pestillo de la puerta se cierra automáticamente.

Se encuentran en una estancia vacía, con tan solo unos palés por el suelo. Le tapa la boca al ni?o chillón.

—Chist, ?cállate! —le dice, y retrocede hasta la pared del fondo. Se sienta con el ni?o en el regazo en el rincón más oscuro de la habitación.

La alima?a no tardará en llegar a la puerta, en ara?arla y pegar zarpazos a través de los barrotes. No habla ni tiene manos, a pesar del rostro y los ojos humanos. La puerta tiembla estrepitosamente. Frustrada, la bestia se agacha y gru?e, para luego volver la cabeza y olisquear el aire. Distraída por algo, se da media vuelta y se va.

El ni?o le muerde la mano con toda su fuerza.

—?Auuu! —aúlla Pressia frotándose la palma de la mano contra los pantalones—. ?A qué ha venido eso?

El ni?o mira los ojos de asombro de la chica como si él también estuviese sorprendido.

—Yo esperaba que me dieses las gracias.

Se oye un fuerte estrépito al otro lado de la estancia. Pressia resuella y se da la vuelta; el ni?o también mira.

Desde una habitación inferior se ha abierto una trampilla y han aparecido la cabeza y los hombros de un chico con el pelo revuelto, moreno y de mirada seria. Es algo mayor que Pressia.

—?Has venido por la reunión? —le pregunta.

El crío vuelve a gritar como si no supiera hacer otra cosa. ?No me extra?a que la mujer le mandase callar. Es un chillón?, piensa Pressia. En ese instante el ni?o corre hacia la puerta de barrotes.

—?No salgas! —le grita ella.

Pero el crío es demasiado rápido: quita el pestillo, sale disparado por la puerta y desaparece.

—?Quién era? —le pregunta el chaval.

—No tengo ni idea —reconoce Pressia, al tiempo que se pone en pie y ve que el chico está montado en una endeble escalerilla plegable que da a un sótano lleno de gente.

—Yo te conozco. Eres la nieta del Cosecarnes.

Pressia se fija en las dos cicatrices que le recorren un lado de la cara, posiblemente de puntos hechos por su abuelo. La costura no es muy antigua: seguro que no tiene más de un a?o o dos.

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