Espejismos(41)
Prefiero reservarme eso para cuando pueda necesitarlo.
—Tengo que irme, así que si no te importa… —Tiro de la puerta una vez más, pero él se limita a sujetarla con más fuerza. La expresión divertida de su rostro junto con la sorprendente fuerza de sus dedos me hace sentir una extra?a punzada en el estómago, ya que esas dos cosas aparentemente inconexas apoyan mis más secretas sospechas.
Sin embargo, cuando lo miro de nuevo, cuando observo cómo levanta la mano para darle un trago a su refresco y veo que no tiene marcas en la mu?eca ni tatuajes de serpientes que se muerden su propia cola (el mítico símbolo del uróboros, la se?al de que un inmortal se ha convertido en un ser peligroso), las cosas dejan de encajar.
Porque el hecho es que Roman no solo come y bebe, no solo tiene aura y pensamientos accesibles (bueno, al menos para mí), sino que además, aunque que me cueste admitirlo, no muestra signos externos de maldad que yo pueda ver. Y, si se suman todas esas cosas, resulta obvio que mis sospechas no son solo paranoicas, sino también infundadas.
Lo que significa que no es el malévolo inmortal renegado que yo creía que era.
Lo que significa que no es el responsable de que Damen me haya dejado ni de la traición de Miles y Haven. No, parece que eso es culpa mía.
Y aunque todas las evidencias me llevan hasta este punto… me niego a aceptarlo.
Porque cuando vuelvo a mirarlo, se me acelera el pulso, se me hace un nudo en el estómago y me siento abrumada por una sensación de miedo e intranquilidad. Y eso hace que me resulte imposible creer que Roman sea un joven inglés que ha acabado por casualidad en nuestro instituto y que se ha colado por mí.
Porque si hay algo que sé con certeza es que todo iba bien hasta que él llegó.
Y que desde entonces nada ha vuelto a ser igual.
—?Te piras durante el almuerzo?
Pongo los ojos en blanco. Es bastante obvio que lo voy a hacer, así que no tengo por qué malgastar el tiempo dándole una respuesta.
—Y veo que tienes espacio para uno más. ?Te molestaría que te acompa?ara?
—La verdad es que sí. Así que, si no te parece mal, quita esa… —Se?alo su mano y agito los dedos de ese modo que internacionalmente significa: ??Lárgate!?.
Roman levanta las manos en un gesto de rendición y sacude la cabeza antes de decirme:
—No sé si te has dado cuenta, Ever, pero cuanto más me evitas, más ganas me dan de atraparte. Sería mucho más sencillo para ambos que te rindieras y me dejaras ganar la carrera.
Entorno los ojos en un intento por ver más allá de su aura resplandeciente y sus bien ordenados pensamientos, pero encuentro una barrera tan impenetrable que, o bien es el final de la carretera, o es algo mucho peor de lo que pensaba en un principio.
—Si insistes en darme caza… —le digo con mucho más aplomo del que siento—, será mejor que empieces a entrenarte. Porque tendrás que correr una maratón, colega.
Roman se encoge, da un respingo y abre los ojos de par en par, como si lo hubiera herido. Y, si no supiera lo contrario, pensaría que es cierto. Pero resulta que sé que no lo es. Solo está actuando, poniendo en práctica unas cuantas expresiones faciales para dar un efecto dramático al asunto. Y yo no tengo tiempo para ser el blanco de sus bromas.
Pongo la marcha atrás y salgo de la plaza de aparcamiento con la esperanza de poder dejar las cosas como están.
Sin embargo, él sonríe y golpea la capota de mi coche antes de decir:
—Como quieras, Ever. Que empiece el juego.
Capítulo veintidós
No me voy a casa.
Iba a hacerlo. De hecho, tenía toda la intención de conducir hasta casa, subir las escaleras, saltar hasta la cama, enterrar la cara en una enorme pila de almohadas y echarme a llorar como un bebé enorme y patético.
Sin embargo, cuando estoy a punto de girar hacia mi calle, me lo pienso mejor. La verdad es que no puedo permitirme ese tipo de lujos. No puedo malgastar el tiempo. Así que, en lugar de eso, cambio de sentido y me dirijo hacia el centro urbano de Laguna. Me abro camino entre las empinadas y estrechas calles, paso junto a chalets bien atendidos con hermosos jardines y junto a las mansiones en forma de ?L? que hay al lado. Voy a ver a la única persona que sé que puede ayudarme.
—Ever.
Sonríe al tiempo que se aparta el cabello rojizo ondulado de la cara y fija sus ojos casta?os en los míos. Y, aunque he llegado sin previo aviso, no parece sorprendida lo más mínimo. Sus poderes psíquicos hacen que resulte muy difícil sorprenderla.
—Siento aparecer así, sin llamarte antes. Supongo que…
No me deja terminar la frase. Se limita a abrirme la puerta y hacerme un gesto para que pase. Me acompa?a hasta la mesa de la cocina junto a la que ya me senté en otra ocasión: la última vez que tuve problemas y no tenía nadie más a quien acudir.
Hubo un tiempo en el que la despreciaba; la despreciaba con toda mi alma. Y, cuando empezó a convencer a Riley de que debía avanzar (de que debía cruzar el puente hacia el lugar donde la esperaban nuestros padres y Buttercup), la odié incluso más. No obstante, aunque antes la consideraba mi peor enemiga junto con Stacia, ahora me parece que ha pasado ya mucho tiempo desde todo aquello. La miro mientras se mueve por la cocina para preparar un té verde con galletitas y me siento culpable por no haberme mantenido en contacto con ella, por venir solo cuando necesito ayuda desesperadamente.