Espejismos(38)



—Me la trae Damen —respondo. Disfruto del sonido de su nombre en mis labios, aunque eso no ayuda a llenar el vacío que me ha dejado su ausencia.

—Bueno, pues pregúntaselo y tráeme alguna botellita, ?quieres?

Y en el momento en que lo dice, sé que todo esto no se debe solo a la bebida. Sabine intenta que hable un poco, que le explique por qué Damen no fue a la cena del sábado y por qué no ha venido a casa desde entonces.

Cierro el lavavajillas y me doy la vuelta. Finjo limpiar la encimera, que ya está limpia, y evito mirarla a los ojos cuando digo:

—Bueno, la verdad es que no podré hacerlo. Porque lo cierto es que… nosotros… bueno… nos hemos dado algo así como un respiro. —Mi voz se rompe al final de una manera bochornosa.

Mi tía estira los brazos hacia mí con la intención de abrazarme, de consolarme, de decirme que todo irá bien. Y, aunque estoy de espaldas a ella y no puedo verla, puedo visualizarla en mi cabeza, así que doy un paso a un lado para ponerme fuera de su alcance.

—Ay, Ever, lo siento mucho. No sabía… —me dice. Deja los brazos a los costados, sin saber muy bien qué hacer con ellos ahora que me he apartado.

Hago un gesto afirmativo con la cabeza. Me siento culpable por mostrarme tan fría y distante con ella. Desearía poder explicarle que no puedo arriesgarme a un contacto físico porque no quiero conocer sus secretos. Que eso solo me distraería y me mostraría imágenes que no deseo ver. La verdad es que apenas puedo apa?ármelas con mis secretos, así que no tengo ningunas ganas de a?adir los suyos a la lista.

—Ha sido algo… bastante repentino —le explico, aunque sé que no dejará el asunto hasta que me haya sonsacado algo más—. Ocurrió sin más, y… bueno… en realidad no sé qué más decir…

—Si necesitas hablar, cuenta conmigo.

—La verdad es que todavía no estoy preparada para hablar Todo es demasiado reciente y aún estoy intentando superarlo. Quizá más adelante…

Me encojo de hombros con la esperanza de que, cuando llegue ese ?más adelante?, Damen y yo estemos juntos de nuevo y todo este asunto haya quedado resuelto.





Capítulo veinte


Estoy un poco nerviosa cuando llego a casa de Miles, ya que no sé muy bien qué voy a encontrarme. Sin embargo, cuando lo veo fuera esperando en el porche delantero, dejo escapar un peque?o suspiro de alivio al ver que las cosas no están tan mal como había imaginado.

Aparco en el camino de entrada, bajo la ventanilla y grito:

—Venga, Miles, ?sube!

El aparta la vista de su teléfono móvil, sacude la cabeza y dice:

—Lo siento, creí que te lo había dicho. Iré en el coche de Craig.

Me quedo mirándolo atónita; mi sonrisa se queda congelada mientras repito sus palabras en mi cabeza.

?Con Craig? ?El mismo Craig que sale con Honor? ?El atleta troglodita sexualmente confuso cuyas verdaderas preferencias he descubierto escuchando sus pensamientos? ?El mismo que vive para reirse de Miles porque eso hace que se sienta ?seguro?, como si no fuera uno de ?ellos??

?Ese Craig?

?Desde cuándo eres amigo de Craig? —le pregunto mirándolo con los ojos entornados.

Miles se levanta de mala gana y se acerca a mí, dejando por un momento los mensajes de texto para decirme:

—Desde que decidí dejar de desperdiciar mi vida, dejar de ser un corto de miras y ampliar horizontes. Quizá tú deberías probar también. Resulta un tío bastante majo cuando lo conoces.

Lo observo mientras sus pulgares se afanan de nuevo y me esfuerzo por encontrar sentido a sus palabras. Me siento como si hubiera aterrizado de pronto en un universo paralelo absurdo en el que las animadoras cotillean con los góticos y los atletas salen con los colgados de teatro. Un lugar tan antinatural que en realidad jamás podría existir.

Pero existe. En un lugar conocido como instituto Bay View.

—?El mismo Craig que te llamó marica y que te dio una paliza tu primer día de clase?

Miles se encoge de hombros.

—La gente cambia.

A mí me lo vas a decir…

Pero no es cierto.

O al menos no cambia tanto en un solo día, no a menos que tenga una buena razón para hacerlo… a menos que alguien esté manejando y controlando a la gente bajo cuerda, por decirlo de alguna manera. A menos que alguien los manipule contra su voluntad y los obligue a hacer y decir cosas que van completamente en contra de su naturaleza… Y todo sin su permiso, sin que ni siquiera se den cuenta.

—Lo siento, creía que te lo había dicho, pero supongo que he estado muy ocupado. No hace falta que vuelvas a venir a buscarme: ya tengo quien me lleve —me dice, descartando nuestra amistad con un gesto indiferente de los hombros, como si no tuviera más importancia que un viaje en coche hasta el instituto.

Trago saliva para resistir el impulso de agarrarlo por los hombros y exigid que me cuente lo que ha ocurrido, por qué actúa así (por qué todo el mundo actúa de esa manera) y por qué todos han decidido ponerse en mi contra al mismo tiempo.

Pero no lo hago. De algún modo, consigo controlarme. Sobre todo, porque tengo la terrible sospecha de que ya conozco la respuesta. Y si resulta que tengo razón, Miles no tiene la culpa.

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