Perfectos mentirosos (Perfectos mentirosos #1)(62)
Salí de la habitación y llegué a la cocina. Aleixandre, que ya tenía el cabello bien peinado hacia atrás y su carismática sonrisa dibujada en la cara, estaba sirviendo huevos revueltos de una sartén en varios platos. Aegan, sin dejar de mirar su portátil, que estaba colocado sobre la isla, cogió las tostadas que en ese instante saltaron del tostador y le lanzó ágilmente una a Adrik. Este, con su ya habitual cara de ?espero que todos se mueran hoy?, sentado en un taburete, cogió la tostada, la sostuvo con los labios y continuó escribiendo en una libreta, tratando seguramente de terminar alguna tarea de clase que tendría pendiente.
Ese trabajo en equipo para el desayuno les hacía parecer hermanos unidos, buenos, que no tenían un club secreto bajo Tagus.
Me acerqué, me senté y dejé la hoja allí, a la vista de todos. Artie también estaba sentada, untando mantequilla en unas tostadas. El ambiente era un poco raro, evidentemente ninguno de nosotros hubiera esperado nunca estar reunidos alguna vez durante una ma?ana.
Pensé que Aegan estaría enfadado conmigo por lo de la noche anterior, pero no me dijo nada, solo tomó la hoja y me ignoró.
—Que el champán sea importado —a?adió Aegan a lo que estaba diciendo, que yo no había escuchado por haber llegado tarde.
—Ya me he encargado de eso —aseguró Aleixandre, y se acercó a la isla con los platos para repartirlos—. No falta nada, todo está listo.
Tomé una tostada también. Supuse que hablaban del evento ese de beneficencia.
Aegan miró a Aleixandre y en tono de demanda le preguntó:
—?Cuándo aparecerá tu chica?
Ya con los platos repartidos, Aleixandre se sentó para comer.
—En la fiesta, no te preocupes —respondió, muy tranquilo—. Ah, tenemos que probarnos los trajes hoy.
—Pasaré en cuanto tenga un rato libre —dijo Aegan.
Las miradas de ambos recayeron en Adrik. Este ni siquiera los miró. Mientras masticaba beicon, dijo con tono apático:
—Tengo cosas que hacer.
Aegan lo observó, ce?udo.
—?Como qué?
—Como arrancarme la piel centímetro a centímetro con una hoja de afeitar —dijo con indiferencia—, lo cual sería mejor que ir a probarme un traje que sé que me quedará bien, pero que, si no me queda bien, me da lo mismo.
Para finalizar, se levantó y se fue.
A Aegan le chocó la contestación; fue obvio. A mí me causó cierta diversión, por lo que tuve que reprimir la risa.
Pensé que Aegan diría algo, pero se sacudió las manos, cerró el portátil, soltó un ?Nos vemos más tarde? y también se fue. ?No íbamos a ir juntos a clase? Bueno, supuse que no.
—?Siempre ha sido así de intenso? —me atreví a preguntar a Aleixandre.
—Nuestra madre nos contó una vez que Aegan ya era intenso cuando estaba en el útero. —Se echó a reír—. Le daba muchas patadas. Cuando nació, lloraba todo el tiempo para fastidiar y llamar la atención.
Eso tenía todo el sentido. De hecho, si lo analizaba, Aegan no había cambiado mucho. La diferencia estaba en que ahora su llanto eran las órdenes que repartía y el útero que pateaba para fastidiar era el mundo entero.
—Te da órdenes para que te ocupes de todo, ?eh? —mencioné—. ?No te molesta?
—Soy el único con la suficiente paciencia para hacer este tipo de cosas —contestó, encogiéndose de hombros—. Y Aegan es así. A ti debe gustarte demasiado para soportarlo.
Me fascinaba, me encantaba Aegan. De hecho, me encantaba como para verlo asarse sobre una hoguera mientras gritaba de agonía hasta que la piel se le chamuscara y...
—Creo que incluso me estoy enamorando —dije, a?adiéndole un toque de bobita ilusionada.
Era mentira, obvio, pero era divertido hacerme la tonta.
—Eso podría terminar mal, Jude... —opinó, casi como un consejo.
—?Qué? ?No crees que Aegan pueda enamorarse de mí? —pregunté con cierta inquietud, como si de verdad temiera oír la respuesta.
La sonrisa de Aleixandre fue un poco... misteriosa, de las que decían algo, pero al mismo tiempo no. Me intrigó.
—No lo sé —terminó por encogerse de hombros—. Depende de cuántas veces se pueda enamorar uno en la vida.
?Lo decía por... Eli?
?Acaso Aegan se había enamorado de ella?
Aleixandre empezó a abrocharse la camisa. Diría que iba al gimnasio muy poco, quizá solo para asegurarse de no perder músculo. Me permití mirarlo mientras comía. Entonces él pasó sus dedos por el borde del bóxer como si quisiera reacomodárselo. Apenas la tela se alzó un poco, vi algo. En la línea de las caderas que solía parecer una uve, se asomaba algo...
—?Qué es eso? —pregunté de golpe, se?alando el lugar.
Aleixandre bajó la mirada y con su pulgar apartó unos centímetros el borde del bóxer. Era una peque?a ?M? tatuada en tinta negra.