Perfectos mentirosos (Perfectos mentirosos #1)(66)
Nos ubicó y nos echó un largo vistazo de arriba abajo. Tuve ganas de cubrirme cualquier cosa que tuviera cerca.
—Por los cielos, las del a?o pasado eran más bonitas —opinó lanzando un resoplido.
Yo fruncí el ce?o. O sea, nos acababa de decir que éramos feas. Quise decirle a Artie: ?Sostén mi fealdad?, para luego hacer un gesto como las de ?Y dónde están las rubias? dispuestas a discutir.
—?Usted es la estilista? —le pregunté en respuesta a su comentario.
Ella me miró como si yo fuera un ser mal puesto en el mundo.
—Soy Francheska Vienna —se presentó. Me tragué una risa al escuchar el nombre. Como lo notó, a?adió—: Estilista personal y de confianza de las mujeres de la familia Cash desde hace muchísimos a?os.
—Bueno, nosotras somos Jude y Artie —le hice saber con una amabilidad fingida—. Simples mortales bajo la protección de los hombres Cash desde hace, no lo sé, unas semanas.
La mujer soltó un ?ja? odioso y cínico.
—Los nombres son lo de menos. —Chasqueó los dedos y gritó hacia afuera—: ?Entren!
Una fila de mujeres entró en la habitación. Traían de todo: organizadores de maquillaje, sillas de salón, herramientas de peinar, carritos con fijadores de cabello, secadores, planchas y cajones que tenían dentro cosas que no sabía ni qué eran. La última chica arrastraba un enorme armario con ruedas del que colgaban los vestidos escogidos para la noche. Había tres en total, pero la chica de Aleixandre no estaba allí.
—Un momento, ?y la tercera chica? —preguntó Francheska, girando sobre sus pies como si la desconocida se le hubiera pegado al culo y tratara de encontrarla.
—Ni siquiera la conocemos —se atrevió a hablar Artie.
Francheska resopló.
—Entonces comenzaré con ustedes. Siéntense ya.
Artie y yo nos sentamos en las acolchadas sillas de salón. Nos miramos sin saber si reírnos o ponernos a temblar de miedo.
—Yo no quiero nada demasiado elaborado —avisé.
Francheska detuvo en seco su búsqueda de cepillos y peines, un tanto ofendida.
—Tengo órdenes de Aegan y esas son las únicas que cumpliré.
Genial, esta noche me vería como una payasa.
Decidí no contradecirla para no alargar el momento. Francheska empezó a tunearnos sin permitir que nos viéramos en ningún espejo. A ser sincera, pasaron tres segundos y ya quería levantarme. Sentía tirones en las cejas, sobre los labios y en la cabeza. No cesaron los comentarios sobre que mi cabello necesitaba una hidratación extrema.
Cuando entraron en los comentarios de que mi cara necesitaría la intervención de un cirujano, alcé las manos en se?al de ?basta?. Las mujeres se paralizaron, curiosas.
—Necesito aire unos minutos —dije, y utilicé un tono y una firmeza que habría usado Aegan. Tal vez por eso no me replicaron.
?Mi falso novio estaría orgulloso de mí!
Me levanté y salí de la habitación. Más que necesitar aire, lo que necesitaba era agua o alguna bebida, porque me moría de sed. Se me ocurrió coger algo de la cocina. Debían de tener muchas cosas preparadas, ?no? A lo mejor hasta pillaba algo de alcohol.
Bajé las escaleras con esa intención, pero tuve que detenerme detrás de una pared apenas escuché la voz de Aegan en el pasillo por el que debía pasar para llegar a la cocina.
—En la fiesta harán fotos importantes para un artículo —rugió—. ?Quieres cooperar por una maldita vez en tu vida y cambiar de cara?
—No, no quiero —le replicó Adrik, que, por lo que oía, también estaba furioso—. Pensé que no harías esta estúpida fiesta, pero te tengo demasiada fe a veces, ?no?
Ohmaigá, ?estaban discutiendo?
—Esto es para la beneficencia que Adrien...
—No —le interrumpió Adrik, más molesto aún—. Este show es para ti. Sabes que puedes enviar el dinero al hospital directamente a su nombre, pero no puedes vivir tres segundos sin que te tomen una puta foto.
Sospeché que Adrik dio algunos pasos para irse, pero Aegan le lanzó:
—Te encanta complicar las cosas porque si no lo haces no te sientes en paz, ?no?
Quise asomar la cabeza para verlos, pero era probable que me descubrieran si lo hacía, así que solo me valí de mi oído.
—Paz... —soltó Adrik como si esa palabra fuera demasiado absurda—. Nosotros no tenemos paz, Aegan, y nunca la vamos a tener porque tú sigues con esta ridiculez.
—Entonces, ?qué debemos hacer? —escupió Aegan medio en burla, medio con rabia—. ?Lo que tú digas? Si fuera así, ya nos habríamos lanzado de un puente.
—No me interesa qué quieras hacer con tu vida —dejó claro Adrik—, pero deja de incluirme en ella.
—Sigues siendo parte de esta familia —le recordó Aegan con fuerza—. Sigues siendo hijo de Adrien y sigues teniendo la responsabilidad de hacerle frente al apellido. ?Supéralo de una vez! ?Ya ha pasado un a?o!