Perfectos mentirosos (Perfectos mentirosos #1)(68)
Aegan era un personaje escrito por Oscar Wilde.
A Aleixandre le brotaba un estilo más romántico, como el del chico con el que esperabas que fuera tu primer beso, te quitara la virginidad y te llevara a todas las fiestas, también a la de la graduación, e incluso al fin del mundo. Por primera vez, de su cabello engominado se había escapado un mechón que le caía sobre la frente, dándole un toque juvenil. Todo en él gritaba risas y amor, pero también picardía y juegos.
Aleixandre era un caballero creado por Jane Austen.
A Owen el traje le quedaba más informal. Llevaba los primeros botones de la camisa desabrochados y dos mechones rubios le enmarcaban la cara, mientras el resto del cabello estaba recogido en una coleta baja. No se había dejado peinar y ni siquiera lo había necesitado. Pero viéndolo ahí parado, con las manos hundidas en los bolsillos, no había duda de que, si le tomaban una fotografía para una revista, saldría perfecto.
Era el muchacho deslumbrante de la novela juvenil que tanto nos derrite.
Y, por último, estaba Adrik. Serio, impasible, pero más misterioso que nunca, como si todo él te incitara a descubrirlo. Su traje era negro, muy informal, e iba sin corbata. Le habían peinado como a Aegan, pero tuve la sospecha de que él mismo se había despeinado un poco para diferenciarse. Y desde luego que sí se diferenciaba, sobre todo por esa chispa de amargura que le daban sus cejas.
Adrik era un personaje oscuro y atrayente de un cuento de Edgar Allan Poe.
—Sabía que Francheska haría milagros —me dijo Aegan, analizándome con una sonrisa casi de burla—. Es la primera vez que me gusta cómo te ves.
—Quisiera tener esa primera vez también —opiné, mirándolo de arriba abajo—, pero... meh.
No pensaba decirle que se veía desgraciadamente guapo, así que la sonrisa se le esfumó y pasó a mirar a Artie. La repasó. A ella se le colorearon las mejillas. Luego se giró hacia Adrik, como esperando algo. Adrik estaba tan distraído en nada que tardó unos segundos en notar que todos estábamos esperando que dijera algo. Se removió.
—Estás guapa —le dijo a Artie, seco, simple.
Ese halago me sonó obligado, nada sincero.
De repente, una puerta del pasillo se abrió y salieron dos chicas. Una se detuvo junto a Owen y la otra, sorprendentemente, junto a Aleix. Me fijé más en esta chica, porque a la otra la había visto en el círculo de Aegan. Esta era desconocida para mí, exageradamente bonita y rubia, y con un aire angelical.
—Ella es Laila, mi novia —la presentó.
La joven nos sonrió con dulzura a todos. Me recordó a la protagonista de Candy Candy.
Owen no se molestó en presentarnos a su chica y a ella no pareció importarle mucho.
Pasamos a las instrucciones.
—Bueno, esto es lo que va a pasar —empezó a decir Aleixandre—. Ya está llegando la gente al área de la piscina. En todo momento todos nosotros debemos ir con nuestras parejas porque habrá periodistas y querrán fotografiarnos. Luego, a eso de las doce, Aegan hará un brindis y anunciará algo especial, así que no estén lejos en ese instante.
?Un anuncio especial? Seguramente sería alguna tontería.
Antes de irnos, Aleixandre se tomó un momento para arreglarle la corbata a Aegan, los últimos toques.
—Jude, tómame una foto, por favor —me pidió Artie, aprovechando el momento que nos quedaba.
—?No es mejor que te la hagas con Adrik? —pregunté, alternando la mirada entre ella y él, pensando que sería una genial idea.
Sabía que ella quería, pero que no diría nada porque no estaba segura de que él quisiera. Y es que ni siquiera daban ganas de preguntarle. Adrik se mantenía en silencio, con esa cara de repelente humano que lo caracterizaba. Emanaba rechazo. Toda su presencia gritaba: ?Si me hablas, te lanzaré ácido?.
Pero ella se atrevió.
—Yo... no sé... Adrik, ?tú quieres...?
—No me gustan las fotos —zanjó él.
Fue seco y odioso. Artie se quedó rígida. Yo me quedé boquiabierta.
Nuestros respectivos chicos nos ofrecieron su brazo, así que yo me agarré al de Aegan y todos salimos al área trasera de la casa. La noche estaba bonita, llena de estrellas, y la decoración era bastante sutil, pero elegante. Apenas nos hicimos visibles para los invitados, todos ellos con trajes y vestidos caros, empezó el show de saludar y del postureo.
Aegan comenzó a dar la mano y a hablar con todo el mundo. Fue fastidioso tener que sonreír y soportar que me agarrara por la cintura como si fuera de su propiedad. La fiesta ni siquiera era muy divertida. Era en un setenta por ciento como las tediosas fiestas de la gente de posición en las que vas hablando con uno y con otro, bebiendo de una copa y comportándote correctamente y no como una loca; el treinta por ciento restante se salvaba por la buena música, el alcohol y porque, para hacer las donaciones, los invitados podían probar vinos de diferentes países y comprarlos.
De todos modos, empecé a aburrirme porque solo oía cosas como: