El mapa de los anhelos(61)



Cuando veo por la ventana que el coche negro para delante de la puerta, bajo las escaleras y encuentro a mis padres en la cocina. Ha sido un día raro. Hemos ido a comer los tres juntos a mi restaurante preferido y, a pesar de que mamá no habló demasiado, tampoco resultó tan incómodo como había imaginado.

Ahora, él está fregando los platos mientras ella rebusca algo en el interior de la nevera. Casi parece una escena normal de una familia normal en un día normal. La gente que tiene vidas corrientes no es consciente de lo reconfortante que puede resultar toda esta dosis de inesperada normalidad.

—Me marcho ya —anuncio.

—?Adónde vas? —Mamá cierra la nevera.

—Ni idea, creo que es una sorpresa.

—?Has quedado con Olivia?

—No, con un amigo. Will.

—?Will? No me suena…

Es como si la verdadera Rosie se estuviese abriendo paso lentamente entre la bruma. Me pregunto cuándo debería contarle lo del juego de Lucy, si está preparada para saberlo o si mi hermana tenía algún plan al respecto que todavía desconozco.

—Tengo que irme, llego tarde…

—Espera un momento, Grace. Quiero darte algo. —Coge el bolso que cuelga de una de las sillas de la cocina y saca una peque?a cajita. Es cuadrada y está forrada con terciopelo—. No es gran cosa, pero me gustó cuando lo vi.

La abro y encuentro una fina cadena plateada con una llave diminuta. La observo mientras se balancea. Es preciosa.

—Gracias, mamá. Me encanta. —Tengo un nudo en la garganta.

—Pensé que…, bueno, las llaves sirven para abrir cosas. —Es un mensaje un poco confuso, pero creo que sé lo que quiere decir—. Ven, te lo pongo. —Abrocha la cadena y la llave se asienta sobre la piel, justo al lado de un lunar—. Pásatelo bien.

—Ve con cuidado —a?ade papá.

Salgo de casa un poco aturdida.

Will está esperando fuera, apoyado en el coche con los brazos cruzados. Su expresión cambia al verme y las comisuras de su boca, de esa boca inalcanzable, se alzan lentamente.

—Feliz cumplea?os, Grace.

—Gracias. —Me abre la puerta del coche. Luego, él se sienta tras el volante—. ?Existe alguna posibilidad de que me digas adónde vamos?

—Ninguna.

Sonríe, sonrío y parece que todo vuelve a ser tan fácil como siempre. No hay rastro de la tensión del último día. Cuando para delante de un semáforo en rojo que hay a la salida de Ink Lake, se inclina para coger una carta y luego me la da antes de seguir conduciendo hacia las afueras.



?Feliz cumplea?os, peque?a Grace!

Sí, sí, ya sé que no es un día que te entusiasme especialmente y que tampoco te va mucho la idea de celebrar ciertas fechas por todo lo alto, pero ?qué demonios? Hoy cumples veintitrés a?os formando parte de este increíble y apasionante mundo, si te paras a pensarlo bien tan solo durante unos segundos es fácil que te sientas agradecida por ello. Así que disfruta cada hora, minuto y segundo del día.

Voy a pedirte algo: no es ningún secreto que tu cabeza es como una lavadora que siempre está en marcha. Dale al botón de apagado. ?Ya lo has hecho? ?Sí? Bien. Pues ahora sal ahí fuera y pásatelo en grande, ?y haz alguna locura sin pensar! Le he dicho a Will que te llevase a hacer algo divertido, ?espero que cumpla las expectativas!

Con amor, Lucy.



Doblo la carta y la meto en el sobre.

—Así que algo divertido…

—Es la idea. O eso espero.

Echo un vistazo a la parte de atrás del coche: hay una bolsa de plástico que antes no estaba ahí y un regalo rectangular bastante grande. Qué tentador.

—?Es para mí? —pregunto.

—Sí, pero te lo daré al final del día…

—Ya son las siete y veinte —digo—. Casi el final.

Will sonríe y niega con la cabeza mientras sigue conduciendo. Atravesamos campos y algún pueblo peque?o antes de llegar a una ciudad mediana que nos recibe con una pancarta en la que pone: ?Bienvenidos a la feria estival?.

Aparcamos un poco más allá. Will coge la bolsa, pero deja el regalo dentro del coche. Caminamos unos cuantos metros hasta la entrada de la feria y pagamos el ticket antes de pasar. Dentro, todo está lleno de peque?as casetas de madera con techos de paja en las que venden productos artesanales como mermeladas y mieles. Y más allá, a lo lejos, las luces de algunas atracciones y de una noria parpadean conforme el atardecer empieza a devorarlo todo a su paso. Hay bastante gente dentro del recinto, pero el lugar conserva el encanto rural de la zona y, al mismo tiempo, da también esa sensación de libertad que implica romper con la monotonía.

—?Es genial, Will! —exclamo entusiasmada.

—Me alegra oírlo, porque no estaba seguro.

—?Bromeas? Nadie me había preparado antes una sorpresa por mi cumplea?os. Y, además, adoro las ferias. No sé, hay algo mágico en el ambiente… Quizá sea porque uno puede comportarse aquí como si siguiese siendo un ni?o…

La manera en la que sonríe me hace cosquillas en la tripa.

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