El mapa de los anhelos(58)
—?Por qué? Ya lo sabes, nosotros éramos amigos.
—?El tipo de amigos que pasaban meses sin hablar?
El tono es punzante y él alza las cejas un poco asombrado, como si no se lo esperase. Con lentitud, gira sus cartas y da la partida por finalizada.
—Para ser precisos, sí, así era exactamente nuestra amistad. Pero, si lo que intentas averiguar es si apreciaba a tu hermana, puedes estar segura de ello.
—No intentaba insinuar lo contrario…
Will se pone en pie.
—?Bajamos a cenar?
—De acuerdo. Vamos.
Desciendo las escaleras detrás de Will, todavía cobijada en la sudadera que me ha dejado y que huele a él, a esa mezcla que me hace evocar peque?as violetas y algo frío y agua fluyendo. Resulta curioso que una colonia o un suavizante puedan poseer unas notas aromáticas tan distintas según la persona que lo use.
No hay nadie en el lugar, como era de esperar. Sigue lloviendo a cántaros y del canalón del tejado cae un chorro de agua que desemboca en la calle. Los cristales están empa?ados cuando nos sentamos al lado de la ventana y apenas se ve el exterior.
Rigoberta se acerca y nos anuncia que tan solo tiene sopa de guisantes y un bistec de carne. Como no hay ninguna elección que hacer, nos limitamos a asentir conformes. Hablamos poco mientras cenamos, arrullados por el sonido de la lluvia y el ambiente familiar. Bajo la mesa, mis pies tocan los de Will de vez en cuando por error y él siempre termina apartándolos. Pero no es una reacción inmediata, sino lentamente meditada. Es como si el impulso le dijese ?quédate? y la cabeza le recordase que no debe hacerlo.
El postre es pastel de queso y yo me llevo mi ración a la habitación para degustarlo sin prisas. Una vez allí, me quito las zapatillas, subo a la cama y hundo la cucharilla en la superficie cremosa. Will me mira con una media sonrisa y luego coge ropa.
—?Qué haces? —pregunto.
—Voy a darme una ducha.
—Vale. Deja agua caliente.
Desaparece en el interior del ba?o y me termino el pastel mientras escucho el ruido de las ca?erías e imagino a Will bajo el chorro del agua. ?Será de los que cierran los ojos en la ducha para concentrarse en todas las sensaciones o de los que se enjabonan a toda prisa porque no soportan perder el tiempo? Me resulta irritante no saber la respuesta. Y sentir que las pulsaciones se me aceleran al pensar que está completamente desnudo apenas a unos metros de distancia. Recuerdo verlo sin camiseta y comprobar que las líneas de su cuerpo eran tan firmes como su expresión cuando se cierra en banda, pero no dejo de fantasear con la estúpida idea de cómo sería dibujar en su piel un sendero con la punta del dedo índice y hacerlo despacio, muy muy despacio.
Will tiene el pelo húmedo cuando sale del ba?o y siento un latigazo en la tripa que desciende hasta colarse entre mis piernas. ?Deseo —pienso—. Esto es el deseo?.
Presa de la turbación, cojo un pantalón de chándal que me deja y tardo menos de cinco minutos en enjabonarme, secarme con una toalla y regresar a la habitación. Tan solo está encendida la luz de la lamparita de noche y el ambiente me parece demasiado íntimo, sobre todo cuando me meto en la cama y él hace lo mismo.
Deslizo un brazo bajo la almohada y apoyo mi cabeza encima. Lo miro. él también se gira hacia mí y tengo la sensación de que somos dos polillas dirigiéndonos hacia la luz.
—Quiero preguntarte algo —dice Will pasados unos segundos—. Comentaste que mi aura era de color morado y llevo desde entonces investigando sobre el asunto.
—?Bromeas?
—No. Resulta que hay muchas formas de percibirlo.
—A ver, dime alguna que recuerdes.
Will se mueve un poco para acomodarse más.
—Pues, por ejemplo, en el arte chino, el color púrpura representa la armonía en el universo porque es una combinación de rojo y azul, el yin y el yang, respectivamente.
—Casi nada, Will.
él esboza una sonrisa torcida.
—Pero en Tailandia o en Brasil simboliza el luto.
—Vaya.
—Y en países del este es el color de la riqueza y el lujo. También simboliza la sexualidad, lo misterioso o excéntrico… —Hace una pausa antes de a?adir—: Pero en otros sitios va asociado a la tristeza.
—Qué versátil.
Cuando ve que no digo nada más, Will suspira, se gira y alarga el brazo para apagar la luz de la lamparita. Nos quedamos a oscuras. La lluvia cae incesante, como una rítmica melodía, y golpea el ventanal de nuestra habitación. Distingo el rostro de Will entre las sombras gracias al fulgor de la farola de la calle, que está encendida.
—Pero ?qué simboliza para ti, Grace?
—Sensibilidad y melancolía —logro susurrar a media voz porque, en realidad, había dado la conversación por concluida. Contemplo en la penumbra el contorno de su obstinada nariz y su cabello revuelto—. También un poco de soberbia. Y magia.
Nos quedamos callados. Tengo un nudo en la garganta y el corazón me late rápido, como si pudiese adivinar la relevancia de este instante, aunque en realidad no está ocurriendo nada porque ninguno de los dos nos movemos ni un centímetro. Sin embargo, la cama parece estrecharse y hace calor y de pronto soy muy consciente de todo: el delicioso olor a jabón que desprende Will, el peso de su cuerpo sobre el colchón, la manera en la que sus ojos continúan clavados en los míos como brasas encendidas.