El mapa de los anhelos(53)
—?Te importa si paro un momento en una de las casas para las que trabajo? Esta ma?ana me olvidé la cartera cuando saqué a pasear al perro.
—Está bien.
Aparco enfrente de la propiedad de Anne Rogers y no sé si mamá no estaba al tanto de dónde vivía exactamente o si le importaba tan poco que nunca prestó atención, pero alza la mirada hacia la casa con cierta admiración.
—Qué bonita —dice.
—Lo es. ?Quieres acompa?arme y verla por dentro?
Vacila unos segundos antes de asentir con la cabeza y quitarse el cinturón. Nos encaminamos juntas por el sendero de la entrada y llamo al timbre, porque no estoy segura de si hay alguien dentro. Ya estoy buscando las llaves cuando la puerta se abre.
Anne aparece radiante, con una camisa de cachemir y un pa?uelo rojo y dorado alrededor de su esbelto cuello. Clava sus ojos en mí y luego se fija en mi madre: lo disimula, pero sé que tarda unos segundos en reconocerla. No la culpo. La mujer que ella recuerda guarda pocas semejanzas con la que ahora tengo al lado y viste una camiseta vieja y ancha de papá y unas mallas negras que ya deberían haber pasado a mejor vida. El cabello, que anta?o era de color caoba oscuro, ahora es grisáceo y podría quedarle bien si no lo llevase sin peinar y careciese de brillo, como si fuese materia muerta.
—?Rosie! ?Qué sorpresa! Pasad, por favor.
—Gracias, Anne. —Estoy convencida de que mi madre acaba de caer en la cuenta de quién es en este preciso instante. Probablemente ni siquiera se acordaba de que un día le di recuerdos de su parte y le conté que paseaba a su perro.
Entramos al impoluto salón. Nos reciben los muebles de dise?o, las cortinas de terciopelo oscuro que contrastan con dos columnas de mármol, un ramo de rosas frescas sobre la mesa y Mr. Flu, que viene corriendo para saludarnos.
—?Os apetece tomar algo? ?Café, té, un refresco…?
—Un café con leche estaría bien —responde mamá.
Yo rechazo la oferta, me siento en uno de los sofás de color verde botella y le acaricio la cabeza al perro. Mientras Anne está en la cocina, mi madre permanece en pie contemplando los acabados del salón. Me pregunto en qué estará pensando. ?Quizá en que esta podría ser su casa si todo hubiese sido diferente? ?O que en lugar de pasar las tardes viendo un programa de televisión podría haber acabado siendo una empresaria de éxito, puede que montando incluso su propia inmobiliaria? Si hay alguien que tenía el talento, la pasión y el empe?o para lograr algo así seguro que era ella. El abuelo me ha hablado mucho de cómo era mamá antes de que todo empezase a desmoronarse. Fue un deterioro paulatino. Durante los primeros a?os de la enfermedad se mantuvo fuerte y serena, pero luego empezó a empeque?ecerse con cada golpe que tuvo que ir encajando.
—Toma, aquí tienes el café. —Anne entra en el salón y lo deja sobre la mesa central. Luego, ve que mi madre está observando una de las ventanas y dice—: Aluminio, doble abertura, con la máxima dimensión de la cámara y vidrio de distinto espesor.
Rosie asiente y se sienta en el sofá.
—La casa es fantástica, Anne. Muy elegante.
—Gracias. En cuanto me enteré de que la ponían a la venta, lancé una oferta por ella. Ventajas de trabajar en el sector. —Sonríe y remueve su té—. ?Y qué hay de ti, Rosie? ?Te has planteado volver al ruedo?
—?Al ruedo? —Parece desubicada.
—Ya sabes, al negocio inmobiliario.
—Ah, eso. Bueno… No creo…
—?Otros proyectos a la vista?
—No.
Veo la compasión en la mirada de Anne y me pregunto si mi madre también se ha dado cuenta. No me molesta, nunca he asociado la compasión con la debilidad, tan solo con la empatía. Permanezco junto a Mr. Flu mientras hablan un poco de antiguos compa?eros que no conozco y de los muebles que importó para decorar la casa.
Mamá no tarda en levantarse y darle las gracias por el café. Cojo la cartera que olvidé esta ma?ana y nos encaminamos hacia la puerta. Nos despedimos con prisas.
—Oye, Rosie —la llama Anne cuando ya nos alejamos—. Necesito consultarte una cosa. ?Crees que podrías pasarte por aquí el lunes por la tarde?
La veo dudar y encogerse sobre sí misma.
—El lunes no me va demasiado bien.
—Pues el martes. O el miércoles. No tengo preferencias. —Anne es una mujer de lo más resolutiva y tenaz, como lo era mi madre. Parecen cortadas por el mismo patrón—. Me resultaría de gran ayuda.
—De acuerdo, está bien.
—?El martes, entonces?
—El martes —confirma.
En cuanto subimos al coche, mamá deja salir de golpe el aire que estaba conteniendo. Tengo la impresión de que entrar en esa casa y encontrarse con Anne ha sido una experiencia trascendental para ella. Me gustaría preguntarle sobre lo que está sintiendo en este instante, pero soy capaz de ver la muralla de ladrillos que ha levantado a su alrededor, así que me limito a permanecer en silencio.
?Superfluo? es una palabra que me retumba a menudo en la cabeza. En general, casi todas las que vienen a significar que algo no es necesario, que está de más en la vida o que carece de importancia. Como ?baladí?, que me suena a marca de chocolate suizo. O ?trivial?, que me evoca el gesto de apartar cosas molestas con las manos como si fuesen moscas.