El mapa de los anhelos(52)



Will se frota la cara, suspira y me mira. Apenas nos separan unos centímetros, pero, en esta ocasión, no se esfuerza como de costumbre por mantener cierta distancia entre nosotros, tanto física como emocional, sino que se inclina un poco más hacia mí. Trago saliva. él toma aire y su mirada revolotea unos instantes eternos por mi rostro hasta que se aleja y el aire parece volver a correr y fluir entre ambos como si, durante un segundo, el mundo se hubiese detenido para cambiar de dirección.

—No te estoy juzgando, no es eso —aclara en un susurro—. Solo tenía curiosidad por saber qué era lo que veías en él, si se trataba de algo profundo.

—Soy especialista en frivolidades.

—No sé si suena muy halagüe?o.

—Si no dejas que nadie entre en tu casa, no corres el riesgo de que desaparezca el día menos pensado algún objeto de valor. Permitir que la gente pase al jardín es otra cosa, más fácil, menos intenso, solo pueden pisotear un poco algunas flores que volverán a crecer después. ?Me sigues, Will?

—Sí. Eso creo. Eso intento.

él respira hondo sin dejar de mirarme.

—?Y tú? ?Sales con alguien?

—No —contesta.

—?Por qué?

—Deberíamos volver.

—Paul te ha dado veinte minutos.

—Ya. —Suelta el aire contenido.

Nos quedamos callados un rato, pero, al final, no puedo evitar hacer la pregunta que vagabundea por mi mente tras lo ocurrido. Le doy un toquecito con la rodilla para llamar su atención, y él contempla el punto en el que nuestros huesos han chocado.

—?Pensabas salir con él del local y llegar a las manos?

—No, tan solo quería que no armase un escándalo dentro. Ya se me ocurriría algo fuera. —Cuando me mira, hay una tormenta en sus ojos—. No soy así. No soy como él.

—No pretendía insinuar eso.

Will sacude la cabeza y se pone en pie. Está incómodo. En realidad, casi siempre parece estarlo. Debe de ser agotador vivir molesto en tu propia piel, porque no se puede escapar de eso. Casi todo el mundo se ha sentido así alguna vez, pero, como él me dijo en una ocasión, está enfadado consigo mismo. Y se le nota. Lo pienso mientras lo veo meterse la mano en el bolsillo trasero de los vaqueros para sacar una carta de Lucy. Es para él, pero me parece un gesto considerado que la abra conmigo. Tarda menos de diez segundos en leerla, después resopla, cierra los ojos y me la pasa.



Acompa?a a Grace en una nueva y apasionante aventura: salir del estado de Nebraska. ?Buen viaje!



—Esta vez se ha lucido. —Suelto un silbido.

—Eso parece. —Will se sube la capucha de la sudadera—. Lo hablaremos a lo largo de la semana. Ahora tengo que volver al trabajo. Buenas noches, Grace.

Y luego se aleja sin mirar atrás. Si esto fuese un concurso televisivo, me preguntasen cómo se siente el chico de los ojos verdes y me diesen a elegir entre tres opciones, no podría decidir entre ?a: irritado?, ?b: triste? o ?c: confuso?.

Puede que todas sean la respuesta correcta.





22


Superfluo


—Una de las cosas que más envidio de las personas creativas es que pueden volcar sus emociones en lo que hacen. Escribir sobre lo que sienten, dar brochazos, colgarse una cámara al hombro e irse a caminar sin rumbo o coser una falda negra de tul para los días tristes. Pero aquellos que carecemos de dotes artísticas nos vemos obligados a intentar deshacer esos nudos de otras formas. Todo se queda dentro, enquistado. Creo que eso fue lo que me ocurrió con la muerte de Lucy. A veces pienso en ello, en el hecho de que nunca volveré a verla, y me parece una idea lejana, casi ridícula, y me invade la extra?a sensación de que nada es real y me encuentro dentro de una serie de dibujos animados. Y en otras ocasiones me ocurre justo lo contrario: pensar en mi hermana me duele de una forma física, me ahoga, es como si me atravesasen diminutas agujas.

El grupo permanece petrificado mirándome cuando termino de hablar. La mano de mamá, que está sentada a mi lado, sostiene la mía.

—No he entendido lo de los dibujos animados —dice Jane.

—Era una metáfora, ?no? —Adrien se rasca el mentón con aire confuso.

—Ya es la hora —comenta Dona mirando su reloj.

Agradezco que todos se pongan en pie para marcharse, porque hay pocas cosas más lamentables que tener que explicar lo que sientes de una manera excesivamente obvia, como desmenuzando las emociones para que un ni?o peque?o se las pueda tragar.

Mi madre me pasa un brazo por los hombros mientras abandonamos la sala. No ha sufrido un cambio radical desde que asiste a las reuniones, pero sí peque?os avances, como el hecho de que ayer fue a hacer la compra y cuando abrí la nevera me la encontré llena de platos precocinados, o que, tras subir al coche, se tome la molestia de decir: —Creo que he entendido lo que estabas diciendo ahí dentro.

Siento un cosquilleo agradable en la tripa y giro la llave para arrancar el motor. Pongo la radio. La música parece filtrarse por todas las grietas que siguen abiertas entre nosotras y resulta reparador llenar esos huecos con algo. Cuando entramos en Ink Lake, aminoro la velocidad y bajo el volumen.

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